jueves, octubre 10

¿Un pacto histórico?

Por: Gustavo Petro

En mi calidad de Senador de la República, pedí una información a la secretaria de salud de Bogotá, sobre la distribución por estratos de los fallecidos por Covid en la ciudad y aunque la respuesta no me sorprendió, porque era de esperarse, es contundente por su brutalidad y porque nunca aparecía en los boletines públicos.

En Bogotá solo el 38% de los 1287 muertos pasaron por una UCI, Unidad de Cuidado Intensivo, lo cual significa que la mayoría murieron en sus casas o en un hospital, sin acceso oportuno a una unidad de cuidados respiratorios.

Y lo más grave, de los 1287 muertos por Covid, 33 eran de los estratos 5 y 6 y en cambio, 813 pertenecían a los estratos 1 y 2.

No es precisamente una diferencia genética lo que hace que el Covid mate muchísimo más a los pobres. Es la diferenciación social agudizada por un sistema de salud que, en lugar de contrabalancearla, la profundiza. Esa discriminación en el trato hacia la persona según su posición económica es lo que más mata.

Los pobres son víctimas de un sistema mercantil de salud que solo presta servicios si hay capacidad de pago, y que es manejado por unas empresas privadas de aseguramiento que buscan, ante todo, minimizar sus costos, sin importar que el costo del paciente sea la vida.

El sistema de salud, vertebrado por la ley 100, solo es un reflejo de la concepción que hay en la mente de quienes han manejado el país durante los dos últimos siglos. Los creadores de esa ley 100 son miembros de una casta que se ha creído dueña de Colombia, heredera perpetua del poder por derecho de sangre.

Han visto la pobreza como un asunto de normalidad social, como una especie de expresión darwiniana de la especie humana, no originada en la política sino en la naturaleza. Los pobres son pobres porque son incapaces, piensan; porque son vagos, dicen; porque se han acostumbrado a las cosas regaladas, murmullan. Y todo porque, claro, creen que las cosas del Estado son naturalmente propiedad de ellos, los que han gobernado por heredad.

Cuando Bolívar planteó a su élite republicana criolla y mantuana que era necesaria la libertad total de los esclavos, no solo cobraron odio contra él, sino que aletargaron la decisión por 30 años, muy al estilo santafereño, y al final, pidieron una indemnización por liberarlos dado que ellos tenían dueño, eran propiedad privada y esta era sagrada. Para cobrar la indemnización hicieron una guerra civil y derrocaron al único presidente indígena que ha tenido Colombia, el general José Mario Melo, que además, fue el último oficial de Bolívar y de su ejército, ejército que desarmaron y desaparecieron, general que terminó fusilado en un país extranjero al que recurrió en exilio: el México insurgente.

Los descendientes de esos esclavistas criollos y tardíos, son los actuales dirigentes económicos y políticos del país

No hay sino que mirar el pasado y los ancestros de cada familia “de bien” de Colombia para encontrar los bisabuelos esclavistas.

Esa mentalidad indolente con la pobreza, heredera del esclavista, ha hundido a Colombia en la pre modernidad, el atraso económico, ha impedido el contrato social que es base para la paz de cualquier nación, y por tanto nos ha condenado a una violencia perpetua, porque una nación es, antes que nada, un pacto de convivencia.

Por eso, la construcción de la economía colombiana es raquítica, le ha sacado permanentemente el cuerpo a la industrialización, porque esta demanda mucho saber, mucho mercado interno y el mercado interno, alejados de la jerga tecnocrática de los economistas, significa ni más ni menos, millones de personas con capacidad de compra. Es decir, todo menos que siervos y esclavos en la miseria.

Claro, alguien dirá que no solo hay mentalidad de esclavistas en las élites sino, también, mentalidad de esclavos en la sociedad, y creo que tendría razón.

El virus hoy desnuda ese tipo de poder y de sociedad.

La estadística fría que expuse al principio de esta columna: mostrar el origen por estrato de los muertos por Covid, sería respondida de inmediato por personas que dirían, usted está agenciando el odio y el resentimiento en la sociedad. Tal es el grado de indolencia ante la realidad de una pavorosa desigualdad social. La prensa no se dignaría a reconocer la existencia de un aporicidio a través del virus.

El aporicidio: la muerte premeditada de los pobres, ha existido en el país desde su conquista.

Lo que mató a decenas de millones de indígenas en América fueron los virus de los conquistadores y por eso trajeron a la fuerza a los habitantes de África para ser esclavizados, hasta su muerte misma. “Pero es que yo los cuido bien y son como de la familia”, “nosotros cuidamos bien a nuestros negros, a nuestros indígenas” le decían a Bolívar los ancestros de los actuales gobernantes.

Aporicidio ha sido la guerra y las violencias perpetuas y permanentes.

Allí, en esas guerras, han muerto los pobres con diferentes uniformes llevados muchas veces a la fuerza, amarrados con cadenas a la silla del hacendado convertido en general, o llevados a votar en contra de sí mismos, cuando el hacendado se disfraza de senador o presidente.

Aporicidio es la muerte sistemática de los jóvenes fusilados bajo la aplaudida y popular política de seguridad democrática. Democrática porque, precisamente, mataba a miles de jovencitos, bombardeaba y aún bombardea niños, mataba a más de 200.000 colombianos todos iguales en un solo sentido, todos pobres: Seguridad democrática.

Y si la sociedad indolente ha visto morir a más de 200.000 de sus conciudadanos, los de las regiones alejadas, los de los campos, los de la pobreza, ¿pues qué más da otros miles de pobres muertos por el virus?

Por eso no deben extrañar las cifras de lo que serán centenares de miles de contagiados ni de las decenas de miles de muertos por el covid, cinco veces más que si se hubiera decretado una cuarentena estricta con una fuerte política social para garantizarla. ¿Cómo detener el ciclo productor de las ganancias a cambio de la vida de unos pobres y viejos improductivos?, se preguntan en sus entrevistas virtuales los dueños de la fortuna bien resguardados en sus fincas de descanso y más elegantemente, lo expresan los presidentes de los gremios, y hasta matemática y funciones algorítmicas le agregan los economistas del poder. Aporicidio es el nombre de la economía de la reactivación, que no llega a ser sino economía de los cementerios.

Pues bien, esta vez, la historia no es la misma.

Porque ya no se trata de una simple mortandad local que se puede ocultar lavando los pies al presidente norteamericano de turno y, de paso, cumpliendo sus mandatos.

Esta vez, la mortandad es mundial, ha cruzado con su crítica helada la economía del orbe y su forma de organizarse. Esta vez la mortandad ha descubierto su culpable, un gran capital desaforado por su propia valorización que rompe la naturaleza y por tanto la base misma de la existencia. La crisis es total y civilizatoria y su eco llega como una pesadilla a los oídos de nuestros hijos incapaces de la esclavitud.

Lo que el virus trae consigo es la desnudez de la incapacidad de nuestra élite perpetua y hereditaria para seguir gobernando el país.

No solo se llenarán los cementerios de pobres, ante un Duque que creyó que imitar a Trump era el acto más inteligente de su existencia, sino que el país quedará en la ruina.

Lo que se detiene en el mundo es la gente, y la gente es la que produce la riqueza. La riqueza no tiene otro origen que el trabajo del ser humano, cada vez más cerebral, cada vez más en red. Se detiene la fuente de la riqueza, se ha ido para su casa a cerrar puertas y  ventanas y saldrá a la calle a demandar su derecho.

Por eso hoy, en esta pausa de la riqueza y en este momento intenso y vital de la humanidad, bien vale la pena reflexionar en los caminos por seguir.

El establecimiento, esa capa heredera de los privilegios y gobernante del país en su economía, en su sociedad y en su estado, debe reflexionar.

Hoy sabe, en sus figuras más prominentes, que no puede seguir así. Un mundo ha terminado. El camino fácil del petróleo y del narco amenaza con llegar a su final, por lo menos el del petróleo y el del carbón, que miles de millones ya saben, condensa la posibilidad de cientos de pandemias y la extinción de la vida a través de la crisis del clima, del agua y de los hielos.

Hoy saben, y Colombia Humana fue el campanazo, que una parte sustancial de la sociedad quiere dejar de ser esclava, quiere emanciparse, quiere ser libre y dueña de su país.

Hoy saben, que será más duro el camino de la confrontación que el del acuerdo.

Ese establecimiento aún busca salidas que permitan perpetuar su forma de poder indolente. Desde su facción dura quiere transitar a la dictadura detrás de una figura tan débil como la de Duque, levantar la bandera de un uribismo trasnochado y embriagado de poder que solo conduce al siglo XIX y a la violencia. Un mundo de barbarie e ignorancia, que no es el de este siglo, un mundo de miedos generalizado y de terror en las poblaciones.

Algún otro sector, cree que es posible construir un nuevo engaño sustentado en el miedo, en el hecho mismo del aumento de la pobreza y de la ruina del país. Un uribismo sin Uribe, un neoliberalismo vestido de blue jeans, o de cachucha, como alguna vez dijera Cesar Gaviria.

Un gatopardo que hable de cambio para que nada cambie.

En el fondo es una nueva exclusión como lo expresan Fajardo y Robledo, el primero siguiendo las indicaciones del Grupo Empresarial Antioqueño, y el segundo por celo puro: excluir lo que significa la Colombia Humana, no tratar con el que escribe esta columna.

Tratan de repetir para 2022, la misma actitud de la primera vuelta presidencial del 2018, como si el mundo no fuese a cambiar, como si ya no hubiera cambiado. Una actitud para congraciarse no con un centro aún por definirse, sino con un establecimiento que no quiere cambios. Una invitación anacrónica para que el establecimiento no cambie.

El problema jamás he sido yo, sino lo que represento. Lo que represento es lo que los llevó en el 2018 a no aceptar formas de consulta y unidad, lo que llevó a no pactar un programa, que ya había sido acordado para la alcaldía de la capital. Colombia Humana solo sirve si pone sus votos, pero no sus ideas. Lo que representamos es una multitud de ciudadanía excluida con ganas de emancipación, de democracia ya, de reivindicaciones sociales y eso, no es lo que quieren.

Detrás de todo el esfuerzo por excluir la Colombia Humana no está sino el viejo mecanismo repetido de excluir al pobre, a la juventud, a la mujer, a la chusma, al sin camisa, al intelectual crítico, al científico, al campesino y la campesina, al que piensa diferente, al artista, a la víctima, al General Melo y sus artesanos, a los soldados negros y llaneros de la libertad en alpargata, al Rafael Uribe y al Gaitán, al pobre, al de siempre excluido. El mecanismo de repetir el camino fracasado de la Colombia desigual y violenta.

En cambio, los invito a otra reflexión y otro camino.

La sociedad ha buscado caminos equivocados como la insurgencia armada, la revolución a través de la guerra, camino, que reconozco, se degradó en su permanencia, en su incapacidad para generar los cambios. La sociedad también ha buscado el camino de las urnas, para encontrar el fraude o el asesinato de sus líderes cuando eran posibles los cambios sin el disparo.

Generaciones enteras de jóvenes armados han muerto en los campos, generaciones enteras de electores han llorado sobre los cadáveres de sus posibles presidentes. El camino de la Esperanza ha sido cerrado.

Invito al establecimiento colombiano y a la sociedad diversa, a abrir el camino de la esperanza.

Una esperanza vuelta pasión es indetenible y puede construir una Nación grande.

Los invito a construir un pacto histórico como fueron capaces los chilenos y los españoles después de sus dictaduras.

Solo tenemos que dejar en el pasado la vieja mentalidad del esclavista y del esclavo. Solo tenemos que dejar atrás la pre modernidad y el atraso con su casta de representantes.

Claro que la tierra fértil puede hacer de la familia campesina una familia digna en ingresos y oportunidades, claro que el agua puede ser el eje vital de otro desarrollo, claro que un campesinado de clase media puede ser la base social más grande de la agro industrialización y de la industrialización de Colombia. Claro que el saber generalizado en la juventud, el tránsito a la sociedad del conocimiento con la universidad extendida y gratuita, con la fibra óptica recorriendo los hogares, con la energía limpia impulsando el cerebro, puede ser la nueva base de la industrialización de Colombia. Claro que Colombia puede ser en la democracia y la justicia social.

No necesitamos matarnos entre sí. ¿A dónde irá la sociedad que se mata a si misma? ¿Al suicidio nacional? ¿Al matadero generalizado?

No necesitamos excluirnos. Sucede que, al excluir al negro y al indígena, a la mujer, al joven popular, al campesino y a la médica, al pobre, al trabajador y la trabajadora, se están excluyendo los cerebros de Colombia, la base de la riqueza misma y de la nación misma, la base sustancial de la paz.

Los invito a forjar un pacto histórico para la democracia y la vida de Colombia.

El virus y el mundo nos muestran con claridad este camino, el camino de la humanidad.

En un país en ruina, devastado económicamente y violentamente no hay nada que perder, lo que tenemos es mucho por ganar. Como las sociedades derrotadas después de la guerra que saben cómo recomenzar, como andar los nuevos caminos. Como las sociedades que aprenden de su fracaso y cabalgan en el futuro para ponerse en la vanguardia de la humanidad.

Un pacto que se insinuó con Bolívar y con el general Melo después, que pudo escribirse con Rafael Uribe Uribe y con López Pumarejo, una Revolución en marcha que jamás debió ser detenida, con el Gaitán popular asesinado, un pacto que pudo escribirse después de la violencia conservadora, y que se insinuó con poder en la constitución del 91, inaplicada por el paramilitarismo, un pacto entre diferentes en el que cada quien aporta sus fortalezas, un pacto que sigue latente, tal y como dijera Rousseau, como la base indispensable de cualquier Nación. Un pacto histórico.

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