Javier Urra, psicólogo de número en la Academia de Psicología de España y ex presidente de la Red Europea de Defensores del Menor
Se calcula, que el 7 5% de las parejas romperán. Y ante este tsunami social no se están poniendo medidas preventivas, entendidas como preparar a los niños a aceptar que la relación de pareja no depende de uno solo. Ya son obsoletos criterios como que el matrimonio o la relación en pareja son para toda la vida.
Aún así, la ruptura cuando hay hijos deviene en un conflicto de gran intensidad. Cabe llegar de mutuo acuerdo, pero para ello tiene que primar la razón sobre la emoción.
Cuando hay niños (hijos) se conforma una triangulación y, por lo tanto, la balanza del equilibrio puede ser inestable. A veces, y de forma bastarda, dígase lo que se diga, se utiliza a los hijos como arma arrojadiza contra uno de sus progenitores. Sépase que es fácil pasar del amor al odio.
Ocasionalmente uno de los padres cree que el otro daña la correcta maduración de la personalidad y socialización de los hijos. Además, los niños sufren en ocasiones una lucha de lealtades, teniendo que decir en cada lugar lo que creen que quiere ser escuchado (no confundir con mentir).
Interferencia parental, estamos hablando de intromisiones más o menos voluntarias en la comunicación y en la relación con el otro progenitor, cuando se le desacredita, se le vilipendia o se le convierte en agujero negro ante el hijo.
Llevamos años de debate sobre el denominado Síndrome de Alienación Parental (SAP). Este término es claro, no debe ser utilizado, pues ni en el DSM-V ni en el CIE-10 se le reconoce. Estimemos por lo tanto que hoy por hoy no tiene rigor teórico y recordemos que la OMS lo rechaza por carecer de base científica.
Lo que es innegable es la interferencia parental, la cronificada aparición de conductas de obstrucción.
Treinta años de experiencia como psicólogo forense de la Fiscalía de Menores del Tribunal Superior de Justicia de Madrid me han acercado a no pocos casos de denuncias por presuntos abusos sexuales y otras conductas muy reprobables en uno de los progenitores. Siendo que al levantar el teléfono y llamar a los compañeros de los equipos psicosociales de los Juzgados de Familia advertíamos la coincidencia de momentos álgidos de litigio en los procesos de separación, de determinación de custodia, etc.
Cuando los adultos se lo proponen, los niños sufren. Lo asevera el Primer Defensor del Menor. Existe una lucha, no siempre encubierta, en cuanto al régimen de alimentos, de visitas, contraprestaciones…
Hay niños que han muerto a manos de sus progenitores con el único objetivo de dañar en vida al otro progenitor.
Una vez reuní en la sede de la Institución del Defensor del Menor a una asociación de varones separados y a otra de mujeres separadas. Tuve que mediar cual casco azul para evitar males mayores.
Los estudios sobre violencia de género nos demuestran que un porcentaje terrible de esa violencia se ejerce al iniciarse el proceso de separación, y más si quien lo solicita es la mujer.
Hay bastantes varones que creen que la ley es injusta para ellos. Este sordo rumor debe ser atendido, en el sentido de hacer pedagogía, de dejar hablar, de explicar que, como dice Victoria Camps, la justicia para serlo no tiene por qué ser exactamente igualitaria.
Encontramos casos de sobreprotección del hijo, incluso de fidelización del mismo. Otras veces pareciera que el otro progenitor no existe. El hijo no debe ser el fiel de la balanza, no debe estar en medio de la disputa, no se le puede situar en comparaciones perversas. No se ha de promover el miedo, la ansiedad, la intimidación, la culpa o las amenazas.
Algunos progenitores son resistentes, en ocasiones impidiendo las visitas, dificultando la evaluación psicológica, desarrollando un control extremo o asumiendo una actitud indulgente y permisiva.
Los celos, la rabia, alimentan factores económicos o de pautas educativas que mantienen el fuego del conflicto parental, que es el que subyace como predictor del daño emocional en los niños.
Y luego están los abuelos, los tíos de los niños, que en muchas ocasiones no tienden puentes con la otra parte de la familia sino que, al contrario, rompen con ella.
Es lamentable que algunos niños pierdan el contacto, la relación con los abuelos de la familia no custodia, siendo este un derecho de los propios niños y de los abuelos.
Necesitamos mucho más que leyes y medios para los Juzgados de Familia, que formación a la UFAM de la Policía Nacional (Unidades de Familia y Mujer) o a la Guardia Civil, o a las Policías Autonómicas.
Precisamos prevenir, o lo que es igual, educar. Plantearnos como esencial transmitir que la palabra antecede a la conducta. Que hay que asumir en la vida profundas frustraciones. Que hay que saber guardar en los bolsillos el narcisismo, el orgullo.
Eduquemos a los niños en el juego de que el que no sabe lo que siente el otro pierde.
El equilibrio, la serenidad, es algo que debiéramos fortalecer para afrontar situaciones que a veces escapan a lo que quisiéramos fuera nuestro destino.
Normalización, que no siempre lo es. Y es que estadísticamente las separaciones se han generalizado. Y sin embargo la separación de los padres siempre supone un costo emocional, un desequilibrio psíquico. En una corta edad porque se precisa seguridad, y ya en la adolescencia porque se demanda estabilidad. Nuestros niños sufren psicopatologías, ansiedad, angustia, estrés, depresión, y no siempre es achacable a los procesos de separación, pero a veces confluye.
El dilema no es separarse, el dilema es cómo separarse para que esta decisión no cause traumas. Pues a veces las separaciones devienen en trastornos del sueño, de alimentación, de conductas regresivas como la pérdida del control de esfínteres, etc.
A veces plantamos nuestro pie en la playa, y queda una huella, pero sobre esta pisan otras muchas personas. ¿Cuál es la huella primigenia? Eso les acontece a los niños, que a veces ya confunden lo ficticio con lo facticio, que no saben si lo que se les ha dicho es real o no. Confusionismo.
Legislar sí, supervisar sí, formar a las Fuerzas de Seguridad sí. Pero sobre todo educar, para saber priorizar, para autodominarse, para erradicar el riesgo de conductas violentas hacia quien se ha querido, o de utilizar consciente o inconscientemente a los hijos.
Se es padre o madre, para toda la vida
¿Cómo educarán los actuales niños a sus hijos, si es que han sido utilizados? No dejemos en heredad esta lacra.
NOTA: Este artículo forma parte del servicio de firmas de la Agencia EFE al que contribuyen diversas personalidades, cuyos trabajos reflejan exclusivamente las opiniones y puntos de vista de sus autores.