Por: Alexro, magíster en Literatura, caricaturista de Cuarto de Hora y activista político.
Apenas el pueblo caleño levantó el Monumento de la Resistencia en homenaje a las víctimas de la represión estatal, los amagos de la autoridad por derribarlo no se hicieron esperar. Y así con todo: mural pintado, mural tapado con gris, contra el arte, oscuridad, contra la memoria, censura. Un libreto que la “gente de bien” cumple al pie de la letra, pues nos quieren robar hasta la memoria.
Pero ¿a quiénes les conviene que olvidemos todas las violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante el actual Paro Nacional y a través de nuestra historia? La respuesta la sabemos todos y todas: a quienes dieron la orden. Pues hacer memoria significa buscar la verdad, la justicia y la no repetición en los territorios, significa condenar a los responsables, no sólo al que dispara la bala o comete la tortura, sino a los autores intelectuales.
En Colombia no sólo hay una política de Estado que consiste en el exterminio de quienes piensen diferente, sino que también existe una orden de borrar sistemáticamente aquellos vestigios de la memoria que permitan reconstruir nuestro relato histórico. Silencian el grito de los jóvenes que buscan desesperadamente un cambio, impiden el arte popular que pretende recordarlos.
Por el contrario, el gobierno defiende estatuas de “héroes” de una historia oficial que no representa al pueblo, como las de los colonizadores y esclavistas, con el fin de perpetuar el orden imperante durante siglos, pero no quieren nada que tenga que ver con la reivindicación de las víctimas del conflicto, les huele mal todo lo que busque la memoria y la identidad. Parafraseando la conocida sentencia: un pueblo que no recuerda su historia, está condenado a repetirla.
Esto no es una guerra, es un genocidio y están untados de sangre desde los grupos armados ilegales de izquierda y derecha, hasta la fuerza pública, ese conjunto de instituciones que, en vez de servir a su pueblo, fueron pensadas como una industria criminal en contra de los pobres y al servicio del poder y la mafia.
Es muy seguro que, en un acto de odio y provocación, la autoridad efectúe la orden de acabar con el Monumento a la Resistencia en Cali y con todos los que se levanten y se pinten de aquí en adelante en todo el país, así como se derribaron los Acuerdos de Paz de la Habana, con los que se buscaba no sólo la resolución de un conflicto armado de más de 60 años, sino una paz verdadera y duradera.
El negocio de la guerra hace que el gobierno colombiano prefiera continuarla a detenerla, porque una vez finalizada, el mundo reclamaría justicia y reparación, se edificarían espacios para la memoria como en Alemania en homenaje a las víctimas del Holocausto o como en Argentina en memoria de las del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico – militar, por ejemplo. Sin embargo, la protesta social, ojalá complementada con la conciencia electoral, nos dice que el cambio está cerca y será inevitable.