por Diego LEGRAND
Detrás de un traje de protección, invulnerable a los aguijones de las abejas, Yina Ortiz alimenta una colmena. El enjambre y la miel son sus aliados para “sanar” las heridas de un pueblo en el norte de Colombia brutalmente masacrado por paramilitares.
Hace 18 años Chengue, en la región de los Montes de María, se vistió de luto. Escuadrones de ultraderecha ingresaron de noche y asesinaron, con machete y piedras, a 27 campesinos a los que señalaban de colaborar con guerrillas izquierdistas.
Ortiz, de 33 años, perdió familiares y amigos. Se salvó porque vivía en una vereda alejada del casco urbano adonde la violencia no alcanzó a llegar. Pero guarda frescas las imágenes de “gente llorando” y “muertos tirados en la calle”.
Las vías se tiñeron de “una corriente de sangre, eso era impresionante ver tantos muertos, uno encima del otro, allí tirados y sus familias recogiéndolos”, relata a AFP. Tras la matanza, unas cien familias huyeron y Chengue se volvió un pueblo fantasma.
Casi dos décadas después de aquel horror, la vida regresa a la polvorienta y calurosa localidad a la par del vuelo de miles de abejas de un proyecto impulsado por mujeres.
“Con esto de la apicultura la gente se ha unido, han vuelto, le han tomado amor a esto de estar con las abejas”, dice Ortiz mientras sopla tres volutas de humo para calmar a los insectos.
Desde hace un año, las 159 familias de Chengue alternan sus labores agrícolas con el cuidado de 500 colmenas facilitadas por el gobierno y Naciones Unidas como parte de un proyecto colectivo para los dolientes del conflicto armado.
Con la “mielicultura” se busca “sanar heridas”, pero también es la esperanza de subsistencia de las familias cuyos cultivos de tabaco, ñame y yuca se secan cada vez más rápido por el calentamiento global, explica Ortiz.
Para final de año los pobladores esperan recoger una primera cosecha de 13 toneladas de miel. Con los ingresos crearán un fondo de sostenibilidad.
– “Última viuda” –
Ortiz es una de las víctimas empoderadas por Julia Meriño, una profesora de 49 años cuya familia quedó desgarrada por la sangrienta conflagración que azota a Colombia desde hace medio siglo.
Sus tíos y primos fueron descuartizados en la masacre de 2001, y dos años después su esposo fue secuestrado y asesinado en cautiverio por la guerrilla FARC, desarmada tras firmar la paz en 2016.
Los Montes de María, ahora aliviados, son testigos de algunos de los peores crímenes del conflicto.
A Meriño la llaman la “última viuda de Chengue”, porque es la única esposa que aún visita el caserío donde perdió a su marido. Frente a su tumba blanca, en el abandonado cementerio del municipio de Ovejas, al que pertenece Chengue, rememora su proceso de sanación.
Asistió a talleres que le permitieron “transformar esos espacios de dolor” en “espacios de bien, para subsanar las heridas y recuperar el tejido social que se había fragmentado”, señala.
Luego decidió compartir su experiencia con otras mujeres que ahora lideran el emprendimiento de la miel. Están “apuntándole a ese nuevo desafío a ver cómo nos va para buscar cambios económicos”, agrega.
– Reacios –
Conseguir nuevos ingresos es menester en un pueblo que siente el cambio climático y el abandono estatal. Sus carreteras son arenosas y precarias, no hay agua ni gas, y las sequías cada vez son más intensas.
En medio de plantas de tabaco verdes y cafés, que alguna vez fueron el motor económico de la región, Guillermo Márquez, de 62 años, cuestiona el porvenir.
Los ingresos de muchos quedaron en el aire desde que la multinacional Philip Morris anunció en junio el cierre de sus fábricas de cigarrillos en Colombia alegando alzas tributarias y contrabando.
“Quedamos desamparados tanto por una empresa como también por la naturaleza”, sostiene Márquez, arrepentido de haber quemado bosques para sembrar maíz ahora que los veranos se alargan y los humedales se secan.
Pese a la adversidad, es reacio a incursionar en el mundo de la miel tras dedicar 50 años al tabaco.
Para los apicultores, las prácticas de algunos campesinos son un desafío, pues en sus intentos de exterminar las plagas de sus siembras utilizan pesticidas que matan a las abejas, claves para polinizar los campos.
Pero las líderes de Chengue no se desaniman y confían en revivir el caserío con un proyecto que cuida la naturaleza. “Estoy volviendo a la tierra, enamorándome y empoderándome”, sentencia Meriño, convencida de que las mujeres y las abejas serán “las dueñas del territorio”.