martes, octubre 8

Médicos cubanos nos invaden (parte II de III)

Crónica a cuatro manos por: Urías Velásquez /twitter: @UriasV y Nicolás Maldonado /twitter: @DrNickolaz

Visitar otro país es una experiencia maravillosa, algo inolvidable, no sabría cómo explicarlo mejor que comparándolo con el primer enamoramiento; esas cosquillitas en todo el cuerpo, ese pequeño temblor que genera lo nuevo de la situación, esa sensación de entrar a un mundo que no se conoce. En fin.

Ahora bien, si ese país al que se va a visitar es Cuba la expectativa es aún mayor porque, bueno, no todos los días se viaja al último “bastión comunista” sobre la tierra. Esto claro -y como ya se narró en la primera parte- basados en la “objetiva información” que ofrecen los Néstor Morales, los Luis Carlos Vélez, las Vicky Dávila, y las Salud Hernández, entre otros, ah y ojo, también los cubanos en Miami.

De cualquier manera, apenas aterrizar y ya comenzaron las sorpresas: antes de inmigrar un examen riguroso a cada pasajero: toma de temperatura, revisión general y entrevista con un médico. Después, trasladarse de un extremo al otro  -por cierto el aeropuerto es grande y, a diferencia de lo que dicen los detractores de cuba, le cabe más de un avión-.

Justo a la salida nos recoge un autobús de esos escolares amarillos “tanrico”. Subimos ordenados. Todo está controlado en su debida medida: estricto que se cumpla lo necesario pero sin perder la atmosfera amistosa y relajada propia de las gentes del caribe.

En pocos minutos ya estamos en Cojimar; la escuela que me albergará durante los siguientes nueve meses. Lo primero que me sorprende de aquel lugar es su tamaño: numerosos edificios en su mayoría residencias universitarias pero también restaurante, gimnasio y baños. Sí, baños, uff, ¡qué descanso! “Ojala las hojas de plátano no sean muy carrasposas”, me digo y  ese pensamiento me acelera el llamado de la naturaleza.

A la pregunta de “señorita ¿dónde está el baño?”, una de las personas que nos guían contesta: al fondo a la izquierda… “A la izquierda”, pienso, ¡Claro estamos en Cuba, como no lo supuse, comenzó el adoctrinamiento!, pero la necesidad biológica a esa altura ya es lo suficiente como para impedir el razonamiento, así que, de inmediato, me voy a donde se me indica.

Avanzo unos cuarenta metros y entro, algo anda mal desde el comienzo: ¡el baño tiene puertas! Pero, además, está inmaculadamente limpio. “Esto no puede ser, ¿me habré equivocado de vuelo?”, me pregunto, pero, de nuevo, la naturaleza me reclama. Acelero el paso, entro en el cubículo, lo cierro,  no pienso en nada, rápidamente me aflojo el cinturón, desabotono el pantalón que me bajo ya con desespero y me siento.

¡Maldita sea la crema de leche en exceso que le eché al ajiaco!

Después de un instante, me relajo un poco, ¡uff, que descanso!, cierro los ojos y pienso: “por fin en Cuba, por fin el sueño de mi mamá al alcance de la mano, por fin médico: entonces me imagino vestido con bata blanca, el estetoscopio abrazando cariñosamente el cuello, yo mirando una paciente a los ojos y diciéndole: querida estás curada. Y así desfilan por mis reflexiones niños enfermos de cáncer a los que le comienza a salir el cabello, felices porque el tratamiento les permitirá también a ellos realizar sus sueños; señores que con lágrimas en los ojos me agradecen el procedimiento de la próstata que les permitirá seguir trabajando, generar ingresos y alimentar a sus pequeños. No sé cuánto tiempo habrá pasado, el hecho es que es el suficiente como para  que llegue al momento de pensar en mi legado: entonces me digo: !Nicolás, definitivamente la historia te tiene reservado un gran papel!:

“Un gran papel” ¡Mierda, mierda, el papel higiénico! Un sudor frio de repente me recorre por entero el cuerpo: ¡La situación es apremiante y cunde el desespero, todavía sin abrir los ojos maquino: ¿una media, el pañuelo, el dedo…? ¿Qué hago?  ¡No! “Dios mío, ¿que habré hecho en otra vida para merecer esto?”, susurro y de inmediato siento que todo es un castigo divino por haberme alejado del paraíso capitalista donde vivía, sí, mi turbaco del alma, más aún, mi Colombia amada, donde, y si bien era cierto que no había empleo, oportunidades de estudio, atención en salud, y otras mil cosas, por lo menos había libertad y papel higiénico. Libertad para que en alguna esquina me matara algún desadaptado por robarme un celular de gama que no tengo, me golpeara la policía por estar tratando de rebuscarme la vida, me secuestrara algún grupo criminal, o me desparecieran los paramilitares afines a Uribe… lo que fuera, pero en todo caso: libertad y papel higiénico, este último, claro,  para… bueno,  para lo que todos sabemos.

Sí, con seguridad era la vida cobrándome la osadía de querer estudiar, de querer salir adelante, de querer tener futuro diferente al que la clase dirigente colombiana de siempre me había condenado. Sin duda lo de la beca que me había ganado era simplemente una treta del destino para darme la lección que  merecía y que la jerarquía eclesial colombiana con tanto ahínco desde siempre enseñaba: aceptar callado lo que el destino me ofrecía.

Lo que fuera: era y, en todo caso, no era el momento para reclamaciones así que decidido a enfrentar el destino lentamente abro los ojos, observo para todo lado… y he ahí que ocurre de nuevo el milagro, justo a la altura de mis hombros un rollo de papel higiénico recién desempacado.

Yo no lo podía creer, lo juro, no lo podía creer y si no me pare a saltar de la alegría en el acto como sucedió con el gol de rincón frente a Alemania -como ustedes que me leen entenderán- fue porque la circunstancia me lo impidió,  pero de alguna manera sentí la misma emoción que tuve esa mañana en que Colombina despertó al barrio entero con la noticia de que me había ganado la beca. Pero esta vez estaba en Cuba, así que observo con cuidado… porque con toda seguridad hasta en el baño debía estar vigilado. Pero nada, ni micrófonos, ni cámaras a la vista, y si las había las habían camuflado definitivamente muy bien.

Entonces pierdo la decencia, la pena y me descaro: cinco cuadritos de una, en lugar de los acostumbrados tres que toda la vida habían puesto en riesgo varios de mis dedos.

Ah, gente, en serio, no sé cómo trasmitirles esto: pero nunca en mi vida la hoja de un papel higiénico me supo tan bien, suave en extremo, delicada con la piel, ni un raspón, ni un lamento.

Después, las sorpresas continuaron pues en el baño también había agua corriente, así que descargo la cisterna que ¡oh sorpresa! también sirve. Luego, me voy al lavamanos que lo había, mejor dicho, ¡el Hilton era un cambuche! Para completar, sobre una repisa pequeña arriba del lavamanos había una cajita de cartón: ¡Por Dios, me dije, otro milagro! Entonces mire a mí alrededor y con disimulo absoluto estiré la mano hasta alcanzar la caja: ¡Jabón, jabón, jabón! Era jabón, no tierra. Entonces un sentimiento agridulce me venció y lloré: dulce por la dicha de tener con que bañarme el cuerpo y agrio por saber que la mitad de mi equipaje eran barras de jabón que había traído para todo un año.

Gente en serio, sé que para algunos que todavía tienen el velo del anticomunismo lo que cuento les resultará difícil de creer pero es en serio: en Cuba se puede defecar con tranquilidad, se puede uno bañar el cuerpo con jabón y se puede tener una vida decente a pesar del injusto e inhumano bloqueo que le tiene montado Estados Unidos a la Isla desde hace más de cincuenta años.

Del baño salí renovado, nuevo, con ganas de experimentar el resto… en todo caso, en el alma, una pequeña duda para siempre se me había clavado… que sobre Cuba definitivamente nos echaban demasiado cuento, demasiadas mentiras.

En Cojimar éramos cinco mil personas, casi el diez por ciento de esas colombianos, gentes a las que, como yo, les había tocado ir a recibir de limosna la enseñanza profesional  proveída por un país  extranjero, dado que en el suyo: Colombia los políticos corruptos se habían robado los recursos de la educación.

Nos dividieron por grupos, en habitaciones gigantes donde había hasta 30 camarotes. A mí me correspondió compartir con estudiantes peruanos, guatemaltecos, bolivianos, argentinos. Todos demasiado pilos, esforzados, entre otras cosas, porque quien bajara el promedio del 70% (3,5 sobre 5.0) de inmediato perdía el cupo.

La salud en Cuba es prioridad y en su aplicación no se escatiman recursos o esfuerzos, así que el mismo lunes a los estudiantes recién llegados se nos revisó exhaustivamente:   lo primero fueron  las vacunas obligatorias, a mí, por ejemplo, me faltaban seis que en Colombia no se aplican; a las personas que llegaban con síntomas de alguna dolencia: malaria, fiebre amarilla o dengue, las aislaron de inmediato. Incluso a muchos compañeros le hicieron la profilaxis con cloroquina, algo que en Colombia ni siquiera teniendo plan complementario de salud las EPS proveen.

Mi primer curso fue de nivelación y era necesario pues muchos de los nuevos estudiantes no habían terminado el bachillerato. En todo caso, la instrucción era suficiente como para nivelarnos a todos. Después, nos sumergimos en un curso francamente sorprendente: aprender a aprender.

A los pocos días de experimentar que la Cuba que me enseñaron y la que estaba viviendo era tan diferente me interese por conocer su historia y entender su sistema político. Pero y de nuevo ¡sorpresa! Para los estudiantes extranjeros ESTABA PROHIBIDO inmiscuirse en temas de política o adoctrinamiento. Es decir, no solo no te intentan convencer de sus creencias sino que, además, te respetan tanto que por ningún motivo te facilitan el volverte militante. Fui a estudiar medicina y en medicina fueron los estudios que recibí todo el tiempo.

La vida en Cojimar era muy divertida, todos los domingos se armaba fiesta y, bueno, nuestras costumbres latinas se imponían y, de alguna manera, filtrábamos trago… a mí, el que me conoce, sabe que soy rumbero y que me gusta el movimiento, así que adicional al curso optativo de baile que tomaba en la escuela le agregaba la parranda del fin de semana: Chachachá. Son cubano, montuno o normal, que no es lo mismo, pues cambia la cadencia: en el primero el movimiento es más rápido y la temática más campesina. Y, claro, bolero cubano y Charanga. Mucha Charanga, lo que resultaba curioso porque yo soy metalero: pasión que como nunca pude desarrollar en Cuba donde, de hecho, cofundé dos bandas de metal, primero Ectópico: y a la muerte de esta: Corruption, pero de eso hablaremos en la tercera entrega.

La vida durante los dos primeros meses fue buena, no puedo ni quiero negarlo, pero el encierro era permanente, salíamos, es cierto, pero siempre bajo supervisión. Entonces una pregunta me comenzó a taladrar la cabeza, seriamos parte de un experimento, de un Truman Show caribeño. Nos estaría hábilmente “el régimen cubano” manteniendo en una isla dentro de la isla para que no conociéramos la verdadera situación.

Las autoridades del campus universitario decían que no, “que el problema era que las visas D2 tardaban tiempo”… pero bueno, ya era un par de meses de espera y nada…yo, entre tanto, me preguntaba ¿qué habría afuera? ¿Eran todas las cubanas jineteras? ¿La gente se moría de hambre como en las calles Colombianas? ¿Los vientos alisios derrumbarían los muros de las casas exhaustos por el régimen y corroídos por el abandono y el tiempo? ¿Todos los cubanos tendrían barba larga hasta el ombligo? ¿Sería prohibido hablar con extranjeros? ¿El que tuviera un dólar -como tuerto en país de ciegos- sería un rey? ¿Tendrían todos los ciudadanos que cargar una foto de Fidel en su billetera como si lo debían hacer los norcoreanos con la de Kim Jong-un?

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