Por: Berenice Bedoya Pérez
La minga en su significado ancestral encierra un noble sentido político porque se sustenta en la promoción y defensa de lo común. En las comunidades indígenas, es la reunión de los vecinos para realizar un trabajo en beneficio de todos, después del cual departen unas generosas viandas para compensar el esfuerzo solidario que permitió alcanzar el objetivo común propuesto. De ahí, además, la importancia de su mensaje y lo valioso de su invitación a construir democracia, por cuanto que su objetivo es el de proyectar un horizonte de sociedad que siendo diversa y enormemente plural, logre concretar un mínimo consenso sobre el sentido que se le atribuye al presente y al futuro para delinear logros y expectativas de bienestar colectivo, común, socialmente compartido, sin exclusiones y que permita cohesionar a la sociedad a partir de un sentido de pertenencia y destino común.
Adicionalmente, su valiosa experiencia ancestral de respeto y convivencia armoniosa con la naturaleza y solidaridad con el otro de la que se nutren nuestras comunidades indígenas envía un mensaje de aprendizaje para Occidente, cuyo sistema económico predominante ha conducido a una crisis civilizatoria, comenzando por el colapso climático que ya el planeta está padeciendo. Como bien lo afirma Boaventura de Sousa, la sabiduría de los pueblos indígenas se sustenta en el respeto por todo ser viviente para lograr armonía entre los seres humanos, animales, la flora, el agua, la Madre Tierra, puesto que todo en la naturaleza es complementariedad y tiene su propio equilibrio.
A partir de esta concepción de la vida, el accionar político de la minga se funda en generar posibilidades ciertas de convivencia a partir de la reciprocidad, solidaridad, responsabilidad social, convivencia armoniosa con el medio ambiente; el cuidado y la protección de los bienes comunes, y el logro de consensos. Es válido concluir entonces que, si la política es el ejercicio concerniente a la organización de la sociedad humana, es apenas obvio que la minga tiene un profundo sentido político.
La Minga del Suroccidente colombiano que aglutina la participación de resguardos de los departamentos de Cauca, Huila, Putumayo, Nariño, Valle y Caldas, se gestó en 2004 para desarrollar movilizaciones en defensa de la vida, el territorio, la democracia, la justicia y la paz. Esta minga indígena dimensiona el manejo de los asuntos que atañen directamente a la vida de los habitantes del país desde una dimensión ético-política.
Esta forma de protesta legítima y constitucionalmente reconocida se distingue de la concepción de la democracia liberal que heredamos de la Revolución Francesa que solo concibe la política como un acto electorero en el que se compran votos o se cooptan congresistas a punta de la repartición de multimillonarios contratos y/o la distribución de cuotas burocráticas. Y no difiere mucho de la democracia colombiana en la que los gobernados solo eligen gobernantes, pero sin la participación ciudadana en las decisiones sobre los asuntos públicos.
Por eso, es la valiosa la lección que está dando al país la Minga del Suroccidente que reclama acciones inmediatas del Gobierno nacional ante el asesinato sistemático de líderes sociales y la deplorable situación socioeconómica de sus territorios. Esta Minga tiene un significado trascendente y es que, a partir de una particular visión del mundo, invita a la coexistencia de las diferentes formas de deliberación democrática para construir país y vivir con esperanza. La minga lucha por lo colectiva a diferencia de occidente que privilegia lo individual. Por eso, marchamos con la minga por los colombianos.