Por: María José Pizarro
El mes de octubre del año 2020 marca la historia de Latinoamérica de una huella de poder popular, de soberanía y de dignidad. Los triunfos democráticos de Bolivia y Chile son dos inmensas victorias del pueblo movilizado, de las polleras y de las wiphalas. Es la victoria de la gente que se junta y se organiza para vencer al fascismo, para vencer al racismo, que se moviliza en defensa de su poder a determinar un futuro de dignidad y de derechos. El pueblo impuso su voluntad.
El 18 de octubre, el voto popular boliviano puso fin en primera vuelta, con más de 55% del sufragio, a un golpe de Estado oligárquico y racista. El resultado de las elecciones generales en Bolivia demostró ante las fuerzas golpistas y los intereses extranjeros intervencionistas que el poder emane estrictamente del pueblo, que democracia, soberanía y legitimidad no son simples conceptos contenidos en manuales empolvados, sino que son bienes comunes reales defendidos por las inmensas mayorías. El golpe de Estado cívico-militar intentó debilitar al poder democrático de las organizaciones sociales, sin embargo, convencidas de papel protagónico en la generación del cambio político en Bolivia, lograron volver a encontrarse, a dialogar, a construir juntas. Lograron unirse los pueblos, las comunidades y las fuerzas políticas alternativas. Un encuentro histórico que logró tumbar un golpe.
Siete días después, el 25 de octubre, el pueblo chileno aprobó en el Plebiscito Nacional, con la mayor votación jamás registrada, la redacción de una nueva constitución, ruina remanente de la dictadura de Pinochet. Este resultado sin precedente materializó la confluencia de las ciudadanías libres, movilizadas y determinadas a cambiar las condiciones del país. Hemos sido testigos de esta unanimidad expresada en las calles y las plazas de Chile. Las multitudes de jóvenes, de mujeres, de esa sociedad insumisa, manifestaron su poder de cambiar todas las reglas del juego. La voluntad del pueblo chileno nos demostró que la democracia al alcance de las inmensas mayorías sí conduce a históricos y durables cambios.
Las expresiones democráticas de octubre de 2020 nos enseñan que en el destino de los pueblos no hay fatalidad, que la posibilidad de cambio es real cuando la movilización y la organización se juntan. La república y su constitución son establecidas por y para los pueblos. Las decisiones que se toman en el marco de la democracia son la expresión legítima de una voluntad de mejoramiento de las condiciones de vida y de respeto de los derechos. A pesar del miedo, de la violencia política, de los muetros y heridos en las protestas, los pueblos han decidido. Sin lugar a duda, la soberanía reside exclusivamente en el pueblo. De ese pueblo es que emana el poder público y el mandato que recibe el Estado. El voto masivo, con esos porcentajes de diferencia entre los proyectos en defensa de la vida y aquellos en pro de la muerte, ha evitado el fraude, la manipulacion de los resultados, y claro ha evitado una represión que silencie las demandas y aspiraciones de las mayorias.
Ya no pueden con nosotres. Ya sus políticas de muerte no logran contenernos. Son los pueblos movilizados y organizados que han logrado el retorno de la democracia. Ni golpes de Estado, ni masacres, ni violaciones, ni despojos, ni judicializaciones, ni desplazamientos forzados, ni exilios, frenarán este impulso popular, esta energía vital. La contundencia de nuestra voluntad, la firmeza de nuestro compromiso y la determinación de nuestras mentes y cuerpos indóciles, son una sazón demasiada ajizuda para oligarcas y opresores. Nuestra lucha por la vida, por la dignidad y por los derechos tiene un horizonte de victoria.
Jóvenes, mujeres, organizaciones sociales y fuerzas políticas son las protagonistas y determinantes en los procesos de cambio en nuestros países. Estamos con el mandato de vencer políticamente, con los instrumentos que nos otorga la constitución, a la opresión patriarcal y racista, a la violación de nuestros territorios y de nuestros cuerpos, a la eliminación de nuestras culturas y nuestras vidas. Con muchísima fuerza y legitimidad declaramos que en nuestra Abya Yala, no hay lugar para fascismos ni racismos. Nuestros rostros, nuestras bandanas y nuestras wiphalas son los colores de nuestra bandera.