jueves, octubre 5

La innombrable

Por: Gustavo Bolívar Moreno

El Capitalismo nos empujó al consumismo y el consumismo nos empujó a una competencia similar a la que libran los espermatozoides por llegar de primero al óvulo. Gana el más fuerte, el más hábil, el más astuto, el más rápido. Cientos de millones de competidores se quedan en el camino o mueren. En eso la selección natural es implacable.

En el sistema dentro del cual vivimos las cosas no son muy diferentes. A los primeros lugares llegan los que tienen más dinero y por ende más posibilidades o los que tienen más talento. Más dinero para alimentarse mejor, para educarse mejor, para montar un negocio, para viajar y conocer el mundo, para aprender otros idiomas. Quienes no lo tienen, quienes deben pasar penurias para comer, endeudarse para estudiar, resignarse a no salir del país ni aprender otro idioma, deben competir con esos espermatozoides portentosos en evidente y cruel desventaja.

Afortunadamente la naturaleza o Dios, para quienes crean en él, tratan de solucionar esos desequilibrios con ayudas extras como el talento, la disciplina, el tesón, la sabiduría, la voluntad férrea y otras aptitudes que son intrínsecas al ser, indistintamente su capa social. Por eso vemos muchos casos de espermatozoides que partiendo en desigualdad de condiciones logran llegar primero al óvulo. Llámese un título mundial en alguna disciplina deportiva, un premio de literatura o de cine, un cargo de elección popular, o la misma solvencia económica.

Estos fenómenos de competencia nos han vuelto una sociedad individualista. No nos importa lo que vive, lo que quiere, lo que necesita o lo que hacen nuestros semejantes como no sea para denigrar de ellos o criticarlos porque sí o porque no. La vida se centra en tener más que el otro, en ser más que el otro o, cuando menos, en aparentar tener más que el otro.

Todo porque los medios de comunicación, soporte del consumismo, nos bombardean a cada segundo con imágenes que muestran un modelo de vida que muchos no pueden tener. Desfilan por las pantallas comerciales con carros deportivos, familias disfrutando de vacaciones portentosas, niños con juguetes electrónicos, presentadoras, presentadores, actores y actrices con cuerpos perfectos, celulares de alta gama, viviendas de lujo y otros antojos que no hacen más que antojar a millones de niños y jóvenes de una vida, evidentemente mejor a la que tienen. Al crecer se estrellan estruendosamente con una triste y a la vez angustiante realidad: Ni en siglos, según los ingresos promedio de los de su condición económica pueden lograr una vida como la que les muestran los medios.

Muchos se resignan y lo asumen. Son los pasotas. Personas que se dedican a vivir de acuerdo con sus posibilidades sin más esperanza que la de reproducirse, tratar de ser felices con lo que tienen y morir. Otros no se resignan y duplican esfuerzos para al menos asomarse a esa sociedad ficticia de bienestar. Emprenden, inventan, se endeudan, fracasan, se vuelven a levantar y al fin al consiguen una parte de lo que anhelaban. Otros, y aquí está el problema, ni se resignan, ni duplican el esfuerzo por con seguir eso que ambicionan y se van por la vía fácil y rápida: narcotráfico, prostitución, corrupción, contrabando o politiquería. Estos son los que tienen el país destruido. Y ojo que no es enteramente por su culpa. El Estado debe compartir créditos en estos fracasos humanos. Un Estado que no brinda las oportunidades de educación, empleo y crédito no puede aspirar a tener un pueblo dispuesto a morir en la pobreza. Ese es el real problema del capitalismo salvaje.

En un viaje que hice a Cuba por allá en el año 2009 me di a la tarea de hablar con algunos habitantes de la Habana y luego con otros de Varadero. Típico viaje de turista. Evidentemente les faltaban muchas cosas pero, a diferencia de los pobres del mundo capitalista no lo sabían. La mayoría son pasotas, como los que acabo de describir. La diferencia es que, hasta ese momento, pues para entonces no había internet público y los canales de televisión no transmitían series ni novelas sino documentales y programas con enfoque educativo, quienes nacieron después de 1.959, año del triunfo de la revolución, no conocían otra vida a la del comunismo: El estado es propietario de los medios de producción y el ingreso se redistribuye entre todos los habitantes, en la teoría, sin privilegiados, aunque esto no se cumple.

Es decir, los menores de 62 años no sabían de lujos ni de coches deportivos. Su imaginario automotriz se limitaba a los automóviles de la prerevolución, que aún permanecen en circulación a punta de ingenio mecánico local. Luego, a uno no le puede hacer falta algo que no conoce.

De modo que a ellos no les ilusionaba esa vida que nos muestran los medios de comunicación en otras latitudes porque no la veían a través de sus series, películas y comerciales. Entonces les empecé a contar un poco sobre nuestro sistema político y económico. Ya lo conocían de oídas porque la mayoría tiene un familiar en los Estados Unidos, casi siempre fugado en balsas.

Sobre su sistema político pocos hablaban y menos debatían como si estuviese prohibido o tal vez pensando maliciosamente en que uno fuera un infiltrado del régimen haciendo inteligencia. Sobre el sistema económico hubo más debate. La mayoría anhela una vida más libre, tener una empresa, ganar mucho dinero y viajar pero ojo, y aquí está lo imposible: sin perder lo que tienen, su bien más preciado: la tranquilidad, la paz. En Cuba no hay atracos, no hay secuestros, no hay asesinatos o si los hay son escasos. Pero nada es completo en la vida, dicen por ahí y con mucha razón. Ellos quieren prosperidad económica y hasta lujos pero sin perder la paz y la tranquilidad que tienen. Difícil. Por más que le di vueltas no puede concebirlo.

Paz con neoliberalismo no es posible, les dije y hoy lo vemos claro. Porque la prosperidad económica trae consigo males colaterales como el secuestro, el robo, el atraco, la corrupción, el narcotráfico, el mercado de armas, el contrabando, etc. También la prostitución pero está, lamentablemente y l tienen.  Esta es una conclusión inobjetable. Desde luego que hay sociedades que han alcanzado la paz junto con la prosperidad económica pero estamos hablando de sociedades donde el Estado suple las necesidades básicas de toda la población. Donde el Estado imparte conocimiento gratuito, donde el Estado vela por la salud de sus gobernados y donde las posibilidades de obtener un crédito son altas. Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia, por solo nombrar unas pocas, han logrado la paz social de la mano del progreso económico. ¿Y cómo lo han logrado? Los ricos pagan impuestos y estos se redistribuyen sin corrupción o muy poca corrupción y con criterios de progresividad, igualdad, transparencia.
El Estado de bienestar que se impuso en la Inglaterra de la postguerra que Margaret Tacher borró de tajo.

Eso no sucede en nuestro país. Aquí los ricos pagan pocos impuestos y lo poco que pagan se va quedando en manos corruptas hasta que algunas migajas llegan a los destinatarios naturales. De ahí nace la pobreza y su hija mayor, la desigualdad. Luego, ni tanto estado que queme al santo (Cuba) ni tampoco estado que no lo alumbre (Colombia).

Entendiendo esto, de manera sucinta, podemos comprender mejor lo que está sucediendo hoy en Colombia. El Estado fue incapaz de hacernos feliz a todos. El Estado no cumplió su misión constitucional de proteger los derechos y la vida de todos. El Estado no hizo la tarea de lograr que el progreso nos tocara a todos. Solo a unos pocos. De allí nace el inconformismo que tiene hoy a miles de colombianos en las calles. Bastantes análisis hemos hecho sobre el arrodillamiento del Estado al poder económico y del arrodillamiento de la justicia a los poderes legislativo y ejecutico. Es decir. No hay justicia y allí nacen casi todos nuestros males. El poderoso tiene con qué comprarla. El político legisla y decreta para mantenerla supeditada. Los niveles de impunidad son aberrantes. La posibilidad de que un corrupto vaya a la cárcel es de una entre 100 y si es procesado, nunca va a la cárcel. Ellos mismos han establecido una línea de privilegios, desde la política, que los conmina a pagar sus penas en las mansiones que, precisamente han comprado con el fruto de sus actos ilícitos.

Entre tanto, para quienes se indignan ante tanto descaro, las fuerzas opresoras del gobierno, por órdenes del mismo gobierno y de Uribe han establecido la pena de muerte extrajudicial. Y para garantizar este “servicio” invierten miles de millones en compras de tanquetas, lanzamisiles, escopetas y municiones para dotar a sus ejércitos de asesinos pagos con nuestros impuestos”

¿Cómo no enfurecerse porque los impuestos, los pocos impuestos que pagan, se quedan en manos de bandidos. Cómo no indignarse porque el Congreso legisla para proteger y enriquecer más a las élites?
¿Cómo no protestar contra el asesinato de líderes sociales, contra las masacres, contra el glifosato, contra el fracking, contra el clientelismo y el nepotismo aberrante de los políticos?
¿Cómo no protestar contra los bajos salarios, contra el pésimo sistema de salud o la mala educación?
Imposible no hacerlo. Entonces las gentes cansadas de hablarle al poder sordo se lanzan a las calles y los medios de comunicación, las clases políticas corruptas y los tibios saltan a defender el sistema y dicen cosas como: Yo no paro, yo produzco. Trabajen vagos. Marchen por los andenes. Si taponan las calles se acaba la economía. ¿Cual economía? Preguntan los excluidos por la economía misma.

Entonces las marchas crecen sin que el gobierno escuche a sus líderes. Porque en vez de escuchar prefiere golpear. El Gobierno necesita del vandalismo para terminar la protesta  a las malas. Entonces provoca a los manifestantes, esto no me lo han contado, lo he vivido, o infiltra vándalos que se encargan de incendiar algunas cosas para tener el pretexto de la represión brutal. Esto consta en innumerables videos. Y los medios de comunicación de las élites tienen material suficiente para convencer al “país tonto” de lo inconvenientes de las marchas. Muestran solo lo que les conviene. En ningún medio vi el video de varios policías incendiando una sucursal del banco Davivienda. En ningún medio vi la tanqueta del ESMAD entrando artefactos al hotel La Luna de Cali en momentos en que algo explota y se produce un incendio que al día siguiente adjudican a los vándalos al igual que el incendio de Davivienda. En ningún medio vi el video de la Policía en la que vemos a miembros del ejército entregando armas y municiones a algunos manifestantes infiltrados. Ellos solo muestran lo que necesitan mostrar para convencer al país de que esos pobres desadaptados, esos vándalos y terroridtas, solo buscan destruir nuestro paraíso de bienestar.

Desagradecidos grita una senadora del Centro Democrático. El Estado les está entregando 160 mil pesos a cada familia. (40 mil mensual para cada miembro en el caso de una familia de 4 personas) Cuando le conté esto al Representante Jim McGovern, sacudió la cabeza con indignación y preguntó: ¿Diez dólares mensuales para cada uno?.

Eso no es un auxilio ni un subsidio, eso es simple y llanamente una limosna con alcance electoral.

Aquí empiezo a contarles la importancia que cobran para esas multitudes olvidadas quienes se manifiestan. Lo sinteticé en algunos trinos el día de ayer:

Por décadas cada Colombiano pensó en lo que quería ser, en lo que quería tener y en lo que debía hacer para lograrlo. Hoy, un puñado de valientes piensa en lo que necesitas tú, en lo que anhelas tú y se están haciendo matar para que lo consigas. Nada más hermoso que esos que resisten por tus sueños. Ver esos jóvenes y ahora a sus madres con escudos artesanales en sus manos dispuestos y dispuestas a dar la vida por el otro, sin conocerlo, puede resultar siendo la poesía más bella de este siglo. Verlos y verlas luchar por el bienestar de los demás sin importar morir o terminar mutilado o desaparecido, es, ni más ni menos, que el fin del individualismo que nos ha conducido al fracaso colectivo.

Por eso, lo que está pasando en estos 26 días de paro divide la historia de Colombia en dos: la era del “yo para mí” y la era del “yo para ti”, la hermandad, la solidaridad, el altruismo colectivo que no se veía desde las guerras de independencia.

Si echan un vistazo a la historia, Colombia nunca ganó un título mundial en disciplinas colectivas. No hemos sido campeones de fútbol ni de béisbol, ni de básquetbol ni de voleibol. Pero sí de ciclismo, de boxeo, de tiro con arco, disciplinas individuales. Todo porque queremos ascender poniendo el pie en la cabeza de hermanos y amigos para poder demostrar, ahora por las redes sociales que somos más que el otro.

Por esto, valoren lo que está pasando y a la gente que está haciendo posible que pase. Esa gente que está en las calles no te conoce, pero ya tumbó dos reformas que te iban a empobrecer más, a terminar de acabar con tu salud. Esos jóvenes y ahora sus madres están allá exponiendo sus vidas por ti. No los dejemos solos.

Si ellos mueren o si ellos y ellas se cansan pierdes tú, pierden tus hijos, sea que los tengas hoy, sea que los vayas a tener mañana. Se vuelve entonces un imperativo moral sumarnos a la lucha. De cualquier manera. Yendo a las manifestaciones, pintando un cartel, apoyándolos por las redes sociales o donando dinero para que tengan alimentos, escudos, máscaras para protegerse del que dio la orden de disparar y de sus esclavos. Esos policías y soldados que nacieron en tu barrio, en tu familia o en su misma institución, como el padre de Alison y que son empujados al fratricidio por mantener un empleo, por el odio que les inocularon durante el entrenamiento pero que en el fondo solo son usados para mantener el statu quo, los privilegios, los negocios, el poder político de esa recua de criminales que nos gobiernan hace más de un siglo.

Hampones desalmados que siempre pensaron en ellos, en sus familias y no en ti, como si lo hacen los y las que luchan en las calles de toda Colombia por ti.

¿Entonces a quien le crees? ¿Al que se enriquece robando el dinero de los impuestos que estaban destinados a tú bienestar? ¿A la gran prensa que oculta sus crímenes y lava sus imágenes para que creas ciegamente en ellos y termines odiando al que arriesga su integridad por desenmascararlos? ¿Le crees al que tuitea barbaridades a cambio de un contrato jugoso con el Estado? ¿Le crees al gobierno que utiliza todo su poder para aplastarte porque no fue capaz de hacerte feliz? ¿Le crees al idiota que ha sido manipulado por expertos a punta de fake news y mentiras (Post verdad) y que se pone a repetir como zombi, a aplaudir como foca y a defender con ignorancia cada crimen, cada robó, cada injusticia, cada abuso que cometen las élites hamponas de este país? ¿O le crees al que sin conocerte sale un día de su casa a luchar por tus derechos sin saber si va a volver? Colombianas y colombianos, ha llegado la hora de la revolución pacífica, la hora de desalojar de nuestras instituciones a impíos, rateros y malandros abusadores del poder, a delincuentes y masacradores de nuestro pueblo.

Hagamos llover dignidad sobre las urnas, llenemos de votos decentes está mal llamada democracia. Hagamos que la sangre derramada por todos estos jóvenes ilusionados con un cambio no se seque bajo el triunfo del opresor. Sellemos en las urnas el final del matarife.
Pongamos fin a esta horrible noche y continuemos de la mano en la reconstrucción. Nos esperan días difíciles. Nos entregarán un país destruido moral, física, social y económicamente. Un país dividido un país endeudado, un país sumido en la impunidad.

Ese es el legado del uribismo, un legado de corrupción y muerte que sepultaremos para siempre el próximo 13 de marzo, si es que la insensatez y el ego de los candidatos tibios no impiden alcanzar un triunfo en primera vuelta. Ya hemos dicho hasta la saciedad que si no es en primera vuelta, el charco de sangre no se detendrá, esta fosa común llamada Colombia seguirá en manos de quienes la han saqueado y violentando.

Pero pensemos positivo, pensemos que todos los interesados en conducir este país llegan unidos a la consulta y el 29 de mayo triunfa el pueblo, se acaba la pesadilla y salimos a las calles llenos de júbilo, con el corazón henchido de orgullo a celebrar el triunfo de la razón, a abrazarnos los unos a los otros como si la selección hubiera ganado una copa mundo, a llorar de alegría porque el nuevo Presidente hará posible la paz, el progreso para todos, la unión de la nación en torno a un proyecto político que antepone los intereses personales al preciado y hermoso bien colectivo.

Emociona pensarlo pero no bajemos los brazos. Hemos ganado varias batallas como el retiro de reformas y la caída de ministros pero no hemos ganado la principal guerra: la de la paz. Los enemigos de esta ilusión por el cambio harán hasta lo imposible por detenernos. Están desesperados, están asustados. Como el tigre acorralado, pueden buscar una salida desesperada. Puede ser una guerra con el vecino, asesinar candidatos, decretar conmoción interior para gobernar sin contrapesos, robarse las elecciones.

Contratarán los goebbels modernos para matar nuestra honra, hacerse autoentrevistas ridículas, cadenas de Whatsaap calumniosas o contratar sicarios para acabar con nuestras vidas. De todo pueden inventar para no entregar fácil este paraíso generador de fortunas mal habidas e impunidad que han construido. Para la muestra de su desespero y peligrosidad esta calumnia contra Gustavo Petro en la portada de una revista que no volveré a nombrar. Digámosle desde hoy “La innombrable”.

Preparémonos para cosas peores que esa calumnia del pasquín en que se convirtió esa revista innombrable que en un pasado reciente le dio honra al periodismo colombiano y que hoy lo avergüenza. Algo me dice que aún no hemos visto lo peor. Nadie dijo que llegar al cielo iba a salir barato. En adelante todos tenemos que ser de la Primera Línea. Alisten cascos, escudos y mucho tesón.

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