Dentro de la estrategia diseñada para dar respuesta a la pandemia compuesta de tres fases: preparación, contención y mitigación de la crisis en salud; el sistema de salud no fue fortalecido eficazmente como había sido proyectado y esto hizo que tuviéramos una de las cuarentenas más largas en el mundo, con impactos económicos y sociales profundamente graves para la ciudad, los cuales ya se empiezan a sentir, pero aún son incalculables.
Las fases de preparación de los servicios de salud y contención de casos de COVID 19 eran escenarios claves para fortalecer nuestro sistema hospitalario y alistarnos de la mejor manera para la necesaria reapertura y continuidad de la actividad económica y social. La funcion de estas dos estrategias es: la de la preparación asociada con el inicio del contagio en la ciudad, con el cálculo de necesidades y la proyección de la gestión para dar respuesta; y la de contención con el confinamiento-cuarentena bajo el objetivo de frenar y disminuir la velocidad de trasmisión del virus, es decir, ganar tiempo para ampliar servicios necesarios (camas de hospitalizacion y unidades de cuidado intensivo con sistemas de asistencia ventalatoria) para hacer frente a la infección por SARS-CoV 2 en Bogotá.
Las fases de preparación y contención-confinamiento adquieren sentido si postergan y ralentecen los picos de demanda de estos servicios y dan tiempo para fortalecer la capacidad de respuesta en salud con tal de poder realizar una reapertura lo más rápido posible y evitar al máximo los daños sociales y económicos que causa la cuarentena y su freno a la actividad productiva, al tiempo que se pasa a la fase de mitigación de forma segura y a una reapertura paulatina que avance hacia la retoma de la “normalidad”. Desafortunadamente, esto no fue lo que pasó y está pasando en Bogotá.
En marzo, el Distrito estructuró 4 fases para implementar progresivamente la respuesta del sistema de salud a la pandemia, donde era necesario fortalecer el mismo, primordialmente a través de aprovisionar la ciudad con UCI, aprovechando la fase de contención-cuarentena para poder estar preparados para la siguiente fase de mitigación. Basados en una tasa de contagio inicial de 2,68 calculada a partir del primer caso registrado, cuando todavía estábamos en actividad normal, se afirmó que se esperaban en Bogotá 1.640.000 casos de los cuales 77.080 iban a ser pacientes críticos que ameritarían manejo en cuidado intensivo, para lo que se demandaban 5.401 camas de UCI con tal de dar respuesta a la emergencia que duraría 100 días, es decir, un poco más de tres meses, con fecha estimada de finalización a principios de julio; pico que se posterga debido a las medidas adoptadas, según los modelos pronósticos.
Partiendo de un total de 290 UCI en el Distrito disponibles para atender pacientes críticos, en las 4 fases del plan en salud mencionado, contando su activación a partir del primero de abril, progresivamente se fortalecería el sistema para llegar a 5.482 UCI disponibles al 30 de mayo. En función de esto era urgente la consecución de ventiladores y la adecuación de camas existentes en los hospitales, facilitando el traslado de 2.000 pacientes hospitalizados por enfermedad general a Corferias, bajo el objetivo de abrir en estos todos los cupos demandados para UCI-COVID 19, a la vez que se necesitaba conseguir y organizar el talento humano que requería dicho plan.
Una vez pasamos a la etapa de contención-confinamiento, el comportamiento epidemiológico de la pandemia evidenciado en abril y mayo, por obvias razones manifestó una disminución en la demanda de servicios y un freno en la ocupación hospitalaria. La razón de transmisión disminuyó y quedó en alrededor de 1.1, lo que cómodamente le permitió hacer un nuevo cálculo de necesidades al Distrito; obviando el escenario futuro esperado de flujo normal de personas en la ciudad y por lo tanto continuidad de la infección y enfermedad por COVID 19. Bajo las medidas de confinamiento resultó que ahora se demandaban un poco más de 3.000 camas: 2.000 de estas para UCI y 1.000 hospitalarias para pacientes severos. Curiosamente, el único cálculo que no cambió fue el de Corferias, en este se siguieron demandando las 2.000 camas para garantizar el proceso de expansión y reconversión y conseguir el número de UCI proyectado en los hospitales existentes.
Es necesario destacar que el nuevo cálculo se justificó bajo el comportamiento epidemiológico de abril y mayo donde se supone que ya deberíamos contar con alrededor de 5.000 UCI en la ciudad según el primer plan, sin embargo, la incapacidad de gestión del gobierno distrital marcó una realidad y es que para junio solo contábamos con un poco más de 1.100 UCI, es decir, 20% de lo proyectado con el plazo de tiempo cumplido. Es más, estamos ya en septiembre y solo contamos con un poco más de 1.800 UCI-COVID 19, para las cuales a principios de agosto el gobierno distrital directamente solo había conseguido escasos 143 ventiladores. Ni siquiera bajando cómodamente la meta y después de casi 6 meses de haber hecho el primer cálculo, el Distrito ha podido cumplir con lo que se comprometió.
Sumado a esto, el cálculo vigente de las necesidades de UCI está ligado a una razón de contagio producto del confinamiento total desde el 20 de marzo y por localidades desde el 13 de julio. Desde el 27 de agosto hemos iniciado la reapertura, razón por la que no se debe perder de vista el primer cálculo realizado, pues este se proyectó sobre una situación de apertura total de las actividades economicas y recreativas, donde las medidas que se deben instaurar como el uso de tapabocas, distanciamiento social y lavado de manos no llegan a ser igual de efectivas como la cuarentena y cierre de establecimientos tanto comerciales como educativos. En el caso de que haya un rebrote y la velocidad de contagio aumente, puesto que no se cuenta con inmunización, pueden llegar a ser necesarias las UCI proyectadas en marzo.
Entonces, debido a la incapacidad de gestión por parte de la alcaldía Distrital, nuestro límite está en manos de las insuficientes 1.800 UCI que no permite una reapertura segura y pone en riesgo el retorno a la normalidad, siendo muy factible que pueda haber de nuevo una etapa de confinamiento total, lo que se ha refinado discursivamente por parte de la alcaldesa cuando nos habla de un primer pico y que se reconoce directamente en el decreto de nueva normalidad, preparando el campo para esta posible situación.
Pero no solamente la incapacidad de gestión de la Alcaldía abre paso a una dudosa reapertura bajo la posibilidad de un rebrote y un retorno rápido al confinamiento total. Este cumplimiento limitado de las proyecciones para dar una respuesta adecuada en salud a la pandemia, también hizo que tuviéramos que pasar uno de los confinamientos más largos con graves efectos económicos y sociales para Bogotá y sus ciudadanos. Es conocido que la mayor dificultad con el COVID 19 no es tanto su letalidad, a excepción en adultos mayores o personas con comorbilidades, sino su capacidad de trasmisión, lo cual lleva a aumentar la demanda de servicios hospitalarios y de UCI para su tratamiento que si llega a saturar el sistema de salud existente puede conducir a altísimos índices de mortalidad por mala respuesta y atencion deficiente.
Por eso aumentar el número de UCI en Bogotá era fundamental porque esto abre mayores márgenes a las medidas que se pueden tomar. En vez de optar por este camino con una buena gestión de gobierno, la Alcaldía tomó el camino más tortuoso que fue el de hacer de la medida de confinamiento su herramienta principal para mantener abajo la tasa de contagio y así no saturar el limitado y no fortalecido sistema de salud según lo proyectado. Por ese motivo hemos caminado al filo del abismo desde principios de junio con la alerta naranja por la ocupación del 50% de las UCI-COVID 19 disponibles y la alerta roja, por la ocupación de más del 70% de las UCI disponibles desde finales de junio.
Utilizar el confinamiento como la principal estrategia puede mitigar los malos resultados en salud de la pandemia, pero tiene una desastrosa consecuencia para la ciudad, su salud mental y su economía. Al no haber dado verdaderas garantías, sin renta básica real y ayudas directas no bancarizadas a las empresas y negocios, los estratos medios y pobres son los que han tenido que sufrir los efectos más fuertes de la mala gestión distrital ejecutada.
Los más pobres tuvieron que salir a protestar y finalmente a trabajar en la informalidad para garantizar su subsistencia. Otros tuvieron que ver bajo el desespero del encierro total o escalonado y a destiempo cómo quebraban los negocios que habían conseguido levantar con el esfuerzo de toda una vida. La inquietud que nos surge ante esta situación es si el Distrito tiene el balance de cuántos negocios quebraron durante estos meses, cuántos lograron subsistir y reconvertir con su ayuda, cuántos están en un caso crítico, así como si existen las medidas efectivas con las que se va a ayudar directamente a los casos críticos para que no quiebren y a aquellos que vieron frustrados durante la cuarentena sus posibilidades de desenvolvimiento económico.
A principios de agosto acumulamos un total de 3.668 fallecimientos por COVID 19. Este ha sido más letal para población adulta y adulta mayor, pero sobre todo ha sido letal para los más pobres, destacadamente para los estratos 1, 2 y 3. La incapacidad del gobierno distrital para cumplir con el plan de UCI contribuyó a eso. Es por este motivo que a pesar de que el 95% de los fallecidos lo hicieron en un hospital o clínica, de los más de 3.500 casos solo 1.270 fallecieron en UCI pues fue la capacidad limitada que lastimosamente se garantizó. La pregunta que nos surge es si se pudo haber evitado muertes con una mejor gestión y con el cumplimiento de las proyecciones de UCI realizadas en un principio.
Por todo lo expuesto, bajo el nuevo momento que estamos viviendo y acorde a las últimas definiciones de la Administración para forjar la “nueva realidad”, urge un fortalecimiento del sistema de salud ligado a la reapertura, ganándole la carrera al rebrote y a la velocidad de contagio. Es decir, es necesario hacer en este mes que se prueba la reapertura lo que no se realizó a cabalidad durante todos estos meses de confinamiento. Ojalá el gobierno distrital pueda reconocer sus errores y corregir a tiempo en favor de todos los habitantes de la ciudad garantizando el porvenir de Bogotá, haciendo énfasis en los más afectados, es decir, en los más pobres y las capas medias.