martes, octubre 8

Entre la vida y la muerte no hay centro posible

Por Gustavo Petro

Desde hace más de treinta años, Colombia vive de sacar petróleo y carbón igual que lo hace Venezuela y en general, sumando el gas, buena parte de América Latina.

Antes vivíamos del café que generaba muchísimo trabajo, que necesitaba esfuerzos centrados en el conocimiento y el trabajo y que, al sacar de la pobreza una parte importante del campesinado, generó el primer gran impulso para una industrialización que lamentablemente fue balbuceante.

Tuvimos una clase media campesina en el agricultor cafetero.

Pero las mismas élites de la política tradicional que vivieron del café, que muchas veces saquearon los fondos cafeteros, y que desataron una violencia para apropiarse del café que era apropiarse de la riqueza en el siglo XX, decidieron extinguir su cultivo y desbaratar el pacto cafetero mundial que defendía su precio internacional. Con sus vestidos de fino paño extranjero, nuestros gobernantes y sus tecnócratas decidieron abrazar el libre mercado que empobreció al campesinado cafetero, y acabó con el café.

Así en la zona cafetera, que dejó de serlo, las mafias del narcotráfico se enseñorearon, se acabó la Flota Mercante Grancolombiana que habíamos fundado con ecuatorianos y venezolanos, acabamos nuestros trenes, acabamos con Avianca que vendimos, acabamos con el Banco Cafetero, acabamos con la industria. El verdadero Juan Valdez fue reemplazado por Pablo Escobar.

Esa misma élite que no supo cuidar el café se lanzó al camino más fácil: abrir huecos para sacar los combustibles fósiles que la geología puso en el subsuelo. Para ello no se necesitaba de mucho trabajo y mucho menos de conocimiento, solo había que llenar de gabelas tributarias a las empresas petroleras y carboneras que vinieran del exterior para sacar por tubo o por tren lo que Dios o el planeta puso allí.

A cambio de sacar de los huecos, minerales energéticos basados en el carbono, un chorro de decenas de miles de dólares fluiría para repartir en una sociedad, como toda economía extractivista hace, aquí o en Venezuela, a veces equitativamente, las más de las veces inequitativamente. En Colombia se decidió repartir la mayor tajada a los más armados, a los más vivos, a los que más roban y matan.

Sin embargo, esa economía extractivista que parece tan fácil y tan pródiga en dólares, tiene un veneno mortal.

El consumo intenso de combustibles fósiles y el uso como materia prima para producir mercancías del petróleo y el carbón, genera unos gases en la atmósfera que mantienen, por su composición molecular, la radiación solar hasta por 200 años y más. Es decir, calientan el planeta, es lo que se llama gases efecto invernadero.

Como las cantidades arrojadas a la atmósfera son gigantes, ese cambio de la composición química de la atmósfera, eleva la temperatura promedio del planeta de manera irreversible por siglos, y, como sucede con el agua que arrojamos en un patio a la luz del sol, se originó un cambio monumental y a nivel planetario, en el ciclo del agua.

El calentamiento global provoca derretimientos del hielo y evaporación del agua líquida, principalmente de los océanos, en proporciones planetarias. Esos cambios planetarios del ciclo del agua ocasiona lo que se denomina el cambio climático.

El cambio climático es una agudización cambiante y violenta del clima tradicional del planeta: enormes huracanes, lluvias intensas, sequías pavorosas, derretimiento de hielos antiquísimos, van jalonando el diario vivir.

Al cambiar el clima de manera tan aguda, se rompen equilibrios vitales, de pronto se liberan virus que estaban atrapados en los glaciares; de pronto virus y bacterias antes inofensivos que habitan en los seres vivos se vuelven mortales; de pronto empiezan a desaparecer especies que eran vitales para otras especies; de pronto mueren los arrecifes que eran receptorios de la vida marina y el plancton; de pronto desaparece la comida de las grandes especies del mar; de pronto nos damos cuenta, científicamente, que está desapareciendo la vida del planeta.

El cambio climático, dicen los científicos, puede desaparecer toda la vida del planeta tierra.

Cuando se lanza una frase así, significa que no solo desaparecerá la vida ajena a la humanidad, la vida de los otros en el planeta, sino la especie humana.

Tamaña gravedad del asunto, es normalizada, como hacemos con la masacre y en general con todos los asuntos cercanos a la muerte, creyendo que eso sucederá en mucho tiempo, pensando que de todas maneras nos vamos a morir, que es un designio de Dios, que eso no es con nosotros,  o que alguien nos salvará.

Tales frases que construimos en el imaginario popular y que se vuelven el relato de nuestros políticos, nos conducen a la inercia, a la pereza de hacer algo, a pensar que otros harán algo para salvarnos. Confiamos en que pronto se inventarán la vacuna, idearán algo para mejorar el clima y que todo pasará como un anuncio de un mal sueño. O pensamos simplemente, que no es un tema para hablar o para escribir, que quienes lo hablan exageran o parecen locos.

Como no se le escucha una palabra de esto a Uribe, a Duque, al Ministro de Salud, o a la mayoría de senadores, suponemos que deben ser mentiras castrochavistas inventadas por Petro. Claro, no sabemos que toda una hermosa encíclica fue escrita por el Papa Francisco para alertar a toda la humanidad. Pero claro, lo olvidaba, también el Papa debe ser castrochavista.

Cuando nos anuncian el apocalipsis simplemente lo negamos para no preocuparnos con su cercanía.

Negar el cambio climático equivale al llamado a la inercia para no hacer los cambios imprescindibles que hay que hacer si queremos vivir.

Como nos dicen que en 200 años la humanidad desaparecerá si no hacemos algo en los próximos diez años, vemos tan lejanos esos dos siglos que desperdiciamos el tiempo de estos diez años que son, precisamente, los más claves, los determinantes, para salvar la vida toda en el planeta.  Elegimos Peñalosas y Duques, nos vamos por el camino fácil, no nos arriesgamos. Y así se repite en todo el mundo, se eligen los Bolsonaros y los Trump, se elige la codicia y la guerra, y se nos esfuma el tiempo vital en que aún se puede hacer algo, en el que aún se pueden cambiar las cosas. Preferimos el camino fácil, el camino del avestruz que nos lleva directo hacia el abismo general.

Como son dos siglos los que le quedan a la humanidad, pensamos que el problema lo padecerán aquellos pobrecitos que vivirán dentro de dos siglos. No nos preocupamos porque todos los hoy presentes ya estarán muertos para esa fecha. En realidad el egoísmo no nos permite preocuparnos porque la humanidad deje de existir.

Pero lamentablemente los males del cambio climático no sucederán en una fecha exacta, digamos en el año 2.220.  No. No habrá un día bíblico del juicio final. La humanidad se irá extinguiendo poco a poco. No son solamente los que vivirán en dos siglos los que se enfrentarán a la peor tragedia de la humanidad, su propia extinción, sino que seremos nosotros mismos, nuestros hijos y nuestros nietos los que sufriremos, cada vez con mayor rigor, las terribles consecuencias.

Esa mala experiencia no sucederá exclusivamente en islas lejanas que se sumergirán, o en EEUU que padecerá los huracanes en sus tierras petroleras, o en los malls de la Florida, o en su icónica Nueva York, no. También sucederá en nuestro propio país.

Cada día que pasa será peor. Nuestra existencia se deteriorará cada vez más, la enfermedad y el hambre, porque se desertizan paulatinamente las tierras fértiles del trópico, serán cada vez mayores. En cinco años viviremos peor que hoy y en diez mucho peor. Nuestros hijos, al contrario que nosotros con nuestros padres, vivirán mucho peor que lo que vivimos nosotros. Enfrentarán tragedias generalizadas que nosotros ni nos imaginamos, o que solo la vivencia de esta pandemia del covid nos permiten ya vislumbrar.

No es que yo sea apocalíptico, esto es lo que afirman miles de científicos en todos los países del mundo, y que nosotros, absorbidos, por el fútbol, o por Uribe, o por el rebusque del diario vivir, o por la masacre cotidiana, no escuchamos, o simplemente porque nuestra televisión no lo informa.

Si no hacemos nada, si nuestra conducta en todo el mundo es como la que asumimos en Colombia al votar por Peñalosa o por Duque; más vale malo conocido que bueno por conocer,decimos creyéndonos sabios; será irreversible el camino hacia el abismo.

Ese tipo de políticos que los pueblos eligen ahora, son ignorantes de este tema, lo niegan, están subordinados a poderosos intereses que son, precisamente, los responsables del cambio climático. Las grandes corporaciones de banqueros, del petróleo, del carbón, de la industria automotriz, del diesel y de la gasolina, tienen tanto dinero, que son capaces de adormecer a nuestro país y al mundo entero.

En este tema , como en muchos, nuestros políticos son iguales a Trump, a Duque, a Bolsonaro y a Maduro.

Por eso en Venezuela todo el plan de reactivación se centra en el llamado “arco minero”, es decir, en seguir saqueando cosas del subsuelo, en una región ambientalmente delicada. Cosas que puestas en la atmósfera nos matarán. Por eso Trump decide continuar un plan de inversiones en gasoductos para mantener viva la industria fósil gringa, así se ensucie la atmósfera, por eso los chinos siguen aumentando la demanda de carbón.

Por eso el Estado colombiano utiliza el dinero público para salvar Avianca, o estimula la extracción de carbón al reducir sus impuestos, o burla a la justicia para meter un mico en una ley que reduce las regalías a la actividad del fracking.

Ni un solo plan para reconvertir Ecopetrol en una empresa de energía limpia, ni un solo plan para reconvertir a los trabajadores del carbón de las minas de la Guajira y el Cesar en propietarios, con las comunidades indígenas, de la generación de energías limpias de tipo solar en la región que más sol recibe de toda Colombia.

Por eso todo lo que hace Duque es buscar cómo se saca más carbón y más petróleo, no importa que se sacrifique toda el agua de los territorios. El agua que se vuelve profundamente preciosa, precisamente, por los cambios del clima.

Por eso un Peñalosa solo propone más y más transmilenios a diesel y sabotea el transporte férreo eléctrico y por eso el famoso plan Marshall de Claudia no es más que un endeudamiento sin precedentes en Bogotá para hacer más y más transmilenios generadores del cambio climático, entre más y más gases efecto invernadero expidan.

Dirán que Colombia no es un gran responsable de la emisión de gases a la atmósfera por su raquitismo económico, pero no es cierto. Somos responsables, y mucho, a través de nuestra matriz exportadora. Al ser Colombia el quinto exportador mundial de carbón y exportar petróleo, nuestra exportaciones generan una buena cantidad de gases efecto invernadero en otras partes del mundo.

Es decir, que a diferencia del café, esta vez nuestras exportaciones ayudan a matar a la humanidad.

El carbón y el petróleo envenenan, mucho más que la cocaína que perseguimos.

Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?

Hay que dejar de emitir gases efecto invernadero, es decir, hay que dejar de usar el petróleo y el carbón.

En todo el mundo hay que cambiar el modelo de desarrollo y la concepción del progreso.

Como nuestra responsabilidad con la humanidad y con nosotros mismos está aquí, debemos hacerlo en Colombia y ayudar a empujar al mundo. Son diez años que tenemos para quitar la población de las zonas de mayor peligro: riberas de los ríos y quebradas, pendientes, áreas inundables, áreas muy cercanas al nivel del mar. Son diez años los que tenemos para recuperar y cuidar el agua, para ubicar en la tierra fértil del país, los cultivos para alimentar con nutrientes a la población.

Son cinco años que tenemos para cambiar la matriz exportadora de los hidrocombustibles a la agricultura y la industria. Esto implica basar nuestro desarrollo en la agricultura y la industria descarbonizada. Descarbonizada significa una agricultura y una industria que no usen ni el carbón ni el petróleo ni sus derivados. Este cambio de modelo de desarrollo quiere decir que depende del agua, el líquido vital, y que no se puede permitir que nada dañe el agua como pretenden hacer en Santurbán.

Cambiar en diez años nuestra matriz energética, que implica reemplazar todas las termoeléctricas por energía solar. La Guajira y el Cesar se vuelven prioritarias para las grandes granjas solares. Son diez años para cambiar los techos de asbesto de las casas por páneles solares. Es el tiempo que tenemos para reconvertir Ecopetrol, EEB y EPM en generadoras de energía limpia.

Tenemos diez años para cambiar nuestra matriz de movilidad en el transporte hoy basado en la gasolina y el diesel, hacia un transporte basado en la electricidad: los trenes, los metros y los tranvías, los taxis y motos eléctricas. La humilde bicicleta y el caminar alrededor de los cuales se debe construir el nuevo urbanismo de nuestras grandes ciudades.

Tenemos diez años para cambiar nuestra matriz de consumo, comenzando por la alimentación, dejar de consumir la carne de res, plásticos, aerosoles. En diez años el concepto de la riqueza tendría que pasar de la acumulación de cosas, a experimentar vivencias, entre ellas la cultura y el saber.

La fibra óptica, la universidad, la atención a la niñez, la salud preventiva cada vez más fuerte por el surgimiento de las nuevas enfermedades y epidemias, la siembra generalizada de árboles, la recuperación del agua, del bosque, de la selva, se vuelven la prioridad del desarrollo y no la ilusión de la autopista 4G o de la troncal de transmilenio de la ciudad.

Solo tenemos diez años para hacer esto, después será demasiado tarde. El cambio climático es irreversible y si no detenemos la emisión de gases efecto invernadero, se generará un efecto en cadena en todo el mundo que ya no podremos contener.

El mundo enfrenta entonces la necesidad de generar un gran cambio político para salvar la vida del planeta incluida la de la humanidad, la de nosotros, la de nuestros hijos.

La experiencia vivida en la pandemia, es la señal que la humanidad necesita para actuar.

Colombia debe escoger ese camino de cambio político. Somos nosotros los que más podríamos ganar, porque se generarían millones de puestos de trabajo, incluso para ocupar casi toda la población activa laboralmente, en la agricultura de alimentos con alto nivel de nutrientes, en la industria descarbonizada intensiva en conocimiento, en la extensión de la universidad y el sistema de salud preventivo en todo el país, en la conexión de fibra óptica a todos los hogares, en el cambio de los techos por los paneles solares que permitan que el hogar genere energía eléctrica limpia, en las vías férreas por hacer, en la conversión de las troncales de transmilenio en tranvías, en la siembra de millones de árboles, en el reordenamiento de territorio alrededor del agua, en la renovación urbana para densificar los centros y dejar de expandir el cemento sobre las tierras fértiles y los bosques que deberían rodear las grandes ciudades.

¿Quién puede decir que un plan así no es capaz de reactivar una economía? En EEUU a este plan le llaman New Deal Green. A este plan si que se le podría llamar un plan Marshall para la Vida. Pero más modestamente, este es un plan simplemente progresista.

¿Cómo se financia? Con el impuesto al patrimonio, con los impuestos a las importaciones de alto contenido o de grandes emisiones fósiles, con quitar las exenciones tributarias a los grupos del poder, con el impuesto al latifundio improductivo, con las reservas internacionales por encima del básico para garantizar las importaciones y el pago de la deuda, con la restructuración mundial de deudas.

Colombia tiene una tradición agraria importante, tiene una tradición larga de cultura laboral, tiene capacidad académica, tiene tierras fértiles, agua y sol, tenemos la base para iniciar ya la transición vital sobre la cual montar la paz y la democracia.

No hacerlo nos va a significar la muerte, hacerlo, la vida. Entre la vida y la muerte, recuérdenlo, no hay centro.

  • Te puede interesar leer: Fraude

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *