jueves, noviembre 30

ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

Por: Juan Luis Vega Salazar

Todo tiene su lugar, y en política sí que aplica ese adagio a la perfección. Pero todo lugar es, a la vez, un origen y un destino, dependiendo del viajero y sus intereses.

La representación que supuestamente se logra en las urnas, y que en teoría debería ser la expresión de la voluntad del electorado, se ha convertido en Colombia, y esto ya desde hace mucho, en un mero ejercicio formal en el que los colombianos participamos a través de las elecciones porque “es ese tiempo de cada cuatro años”. El ánimo es más o menos el mismo, ya que es materia conocida que, en las regiones, las elecciones se ganan con plata y clientelismo. Y en el nivel nacional, con medios de comunicación, y, ¡adivinen! Correcto, con más plata y más clientelismo.

Nunca hasta ahora, tal vez desde los tiempos del gran Jorge Eliécer Gaitán, y de pronto, aunque muy lejos del anterior, con Luis Carlos Galán Sarmiento, contábamos con un candidato que pudiera resistir el embate de esa nefasta pero eficiente fórmula. Tan preocupados están los dueños del poder con esta candidatura de Gustavo Petro, que han sacado su arsenal completo para tratar de detener la percepción general de que, tal vez ahora sí, llegue al poder una persona que representa a la colectividad, y no a los mismos grupúsculos de siempre. El análisis hasta aquí es en realidad bastante básico, y si no fuera por las arandelas y artimañas que se están dejando ver en esta última etapa de la contienda, no haría falta siquiera mencionarlo. Sin embargo, estas dos situaciones: la injerencia de los militares en temas políticos, y las componendas articuladas de todos los sectores distintos del Pacto Histórico, hacen que valga la pena redundar en él.

Se manifestó la fuerza pública a través de uno de sus generales más emblemáticos sugiriendo que, de ganar Petro, podrían estas considerarse en desacato, lo cual es claramente una amenaza de un posible golpe de estado, o, cuando menos, de un eventual desconocimiento de los resultados para ¿un posterior llamamiento a nuevos comicios?

Se fue Gaviria y su oficialismo liberal con la nueva marca registrada del uribismo, representado todo él en el nuevo ventrílocuo chabacano y descachalandrado, asunto que en realidad no es una sorpresa, pues tal es la tolda natural del neoliberalismo y su afán de convertir todo derecho en un negocio. Lo que sí sorprende un poco es lo que están tratando de hacer las plataformas “alternativas”, en cabeza de Fajardo y el ingeniero Hernández, léase, disque juntar fuerzas para mostrar que sí existe una alternativa de centro, y que Colombia no tiene que decidir entre lo que ellos llaman los “dos extremos”. Como nota aparte, de Ingrid sí ni hablar porque, seamos francos, tiene más futuro la semana pasada que esa candidatura, y cualquier cosa que ella haga o diga no sirve más que de relleno de noticiero.

Volviendo a lo que nos convoca, lo que resulta digno de análisis es cómo el establecimiento, a través de estos movimientos, está tratando de garantizar que haya segunda vuelta para tener así el tiempo suficiente de cuadrar las componendas de cara a irse lanza en ristre todos contra Petro. La operación, no obstante, debe hacerse sin que la estructura feudal imperante en Colombia se ponga en riesgo.

La fuerza del Pacto Histórico, en otras palabras, puso a temblar a las fuerzas hegemónicas del país, y obligó a juntarse bajo una misma consigna a los varones y gamonales de vereda que, de ser otras las circunstancias, estarían enfrentando sus capitales y clientelismos abyectos para quedarse con su parte del pastel. Según sus cálculos, el objetivo lo logran, por un lado, insertando la idea de que los militares no van a permitir que un gobierno de izquierda comande la nación, injerencia ésta de la fuerza pública sin precedentes en la historia de nuestro país. Y por otro, garantizando que, quede quien quede bajo la ilusión de la “libre elección” de las distintas propuestas, las cosas van a seguir tal y como están.

Como Ulises, el gran héroe griego, cuya mayor habilidad era el apego juicioso a la facultad de la razón, Colombia debe navegar determinada por las peligrosas aguas en su horizonte, consciente, como debe estar, de que en efecto es ese el rumbo necesario e ineludible si es que espera sacudirse de su ignominia.

Esperemos que los arquetipos de la psiquis colectiva logren que el pueblo, siguiendo el consejo de Circe, entienda que mejor hará en acercarse a Escila con Petro, que perderlo todo en el consabido uribismo de Caribdis.

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