Este artículo es una nota ciudadana, y como tal es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Cuarto de Hora.
Por Héctor Peña Díaz
Enrique Parejo llega a sus 90 años. Nació en Ciénaga cuando aún se oían los ecos de la masacre de Las Bananeras. Es contemporáneo de García Márquez y abogado de la Universidad Nacional a fines de los años cincuenta. Se espe-cializa en derecho penal en la Roma de La Dolce vita. La primera parte de su carrera pública la hizo a lo largo de diez años como funcionario en el Sena de Rodolfo Martínez Tono.
Políticamente era cercano al llerismo y allí se forma con varios de sus compañeros de generación. El triunfo de Turbay Ayala en 1978 significó la apoteosis del clientelismo bajo su forma corrupta de hacer la política y el declive del llerismo como opción de poder. De esa coyuntura nace el liderazgo de Luis Carlos Galán y el Nuevo Liberalismo como una alternativa al oficialismo liberal encarnado en Turbay. Galán hace una campaña contra las maquinarias y logra obtener una votación de 750 mil votos que hizo menos amplia la derrota de López Michelsen ante Belisario Betancur y no como decía el oficialismo que su división era la causa de la derrota del partido. Pero aun no existiendo el galanismo, los que nos vinculamos a esa propuesta jamás hubiésemos votado por el candidato liberal.
A Parejo yo le había visto en alguno de los foros por los derechos humanos impulsados por el “Comité Permanente” que presidía Vázquez Carrizosa. Luego ya en plena campaña galanista me fue presentado por Rodrigo Lara Bonilla con el que me unían grande afinidades políticas. Con Lara y Parejo coincidimos en la necesidad de impulsar el tema de los derechos humanos al interior del movimiento. No fue fácil porque ese llerismo tecnocrático de dónde venía Galán no estaba interesado en ello. Lo cierto fue que impulsamos la oficina de derechos humanos y viajamos por el país a sembrar la semilla humanitaria (no hay que olvidar que la preocupación por los derechos humanos nace y se multiplica por la represión estatal a los opositores políticos durante el gobierno de Turbay).
La alianza entre la mafia y políticos ordena la muerte de Lara Bonilla y se traspasa una línea que no ha tenido regreso desde entonces. Adoloridos por la muerte del Ministro de Justicia nos encontrábamos con Parejo haciendo averiguaciones en Bosa sobre la suerte de un desaparecido cuando el Presidente Betancur le confirmó su designación como reemplazo del ministro asesinado. A partir de ese momento el país pudo conocer el talante de Parejo, la firmeza de sus convicciones, su estatura moral que lo llevaría a enfrentar de manera decidida la guerra sin cuartel que la mafia le declaró a la sociedad colombiana. Los enemigos eran crueles porque cruel era la equivocada política contra las drogas: los gringos se quedaban con las ganancias gruesas del negocio, aspiraban la coca mientras nosotros poníamos los muertos y el país se desintegraba.
El narcotráfico, fruto podrido del capitalismo, hizo nido fecundo en nuestra tierra y como si no nos faltaran males, se convirtió en el fogonero de todas las violencias que campeaban a sus anchas por los valles de la impunidad. En una visita que hice a los Estados Unidos comprobé que la Secretaría de Agricultura era estricta con los fungicidas que se podían utilizar y estaba prohibido el glifosato (con el que aún hoy se pretende fumigar los cultivos en Colombia), además empezaban a crecer los grandes cultivos de marihuana en Oregón, Nuevo México y otros Estados de la unión bajo la mirada indiferente de las autoridades federales. Lara muere en un carro sin blindaje, hecho que evidenciaba el poco entendimiento de los responsables del gobierno sobre las dimensiones de la amenaza a la que se enfrentaban. Parejo recibe uno blindado de la embajada de los Estados Unidos. Mientras jueces como Castro Gil y funcionarios como Lara caían bajo las balas de la mafia, otros más pragmáticos como López Michelsen intentaban negociar con ellos, como ocurrió en Panamá en el encuentro entre el Expresidente y Pablo Escobar.
La agenda del país la imponía la violencia (¿cuándo no?), de la guerra fría a la lucha contra las drogas o ambas combinadas han sido y son las políticas del imperio que las clases dirigentes de nuestros países ejecutan desvergonzadamente.
Hay que considerar que respecto al capitalismo, el narcotráfico es en términos económicos, como el fascismo lo es en términos políticos, una deformación, un resultado de sus propias crisis, un gran vómito de su indigestión de valores. Y esas dos deformaciones, esos dos monstruos se juntaron y parieron una criatura innombrable: el narcofascismo estatal que engendró la mayor de todas las violencias que ha soportado el país.
Parejo, como Lara y aun el mismo Galán eran liberales progresistas, personas que creían en la reforma democrática del Estado, eran quizás uno de esos “matices de izquierda” de los que hablara Lleras Restrepo al definir eufemísticamente al partido liberal. Cuántos esfuerzos y posibilidades se esfumaron en esa lucha perdida de antemano que de todos modos había que dar, porque si así dándola, miren cómo quedó nuestra querida Colombia en manos de una bandola. La mafia se dio cuenta muy pronto que Parejo era insobornable y que no le hacían mella las amenazas. Fueron 26 meses de mucha y constante tensión en el Ministerio de Justicia.
Y como si no le faltaran desgracias a esta tierra se presentó la toma sangrienta del palacio de justicia en 1985 y la retoma brutal por el ejército y la policía que multiplicó el terror inicial y concluyó con el resultado de más de cien personas muertas, entre ellas, los principales magistrados de la Corte Suprema de Justicia y algunos consejeros de Estado. Parejo fue un voz solitaria en un gobierno que se convirtió en otro rehén, ya no de los guerrilleros del m-19, sino de las propias fuerzas armadas, pues mientras el Presidente y su consejo de ministros deliberaban sobre lo que había que hacer, los militares hacían de las suyas, porque de entrada dijeron, este es nuestro asunto y nadie va a meterse en ello. Parejo intentó establecer un contacto con su paisano cienaguero Andrés Almarales, uno de los jefes del comando guerrillero, para intentar disuadirlo y garantizarles un juicio justo, pero los militares estaban en lo suyo y liquidaron esa posibilidad. Por algunas fuen-tes se sabe que los principales generales sesionaron en Residencias Tequendama (el gobierno en funciones mientras duró la contra toma) y habían acordado derrocar a Belisario si este negociaba con la guerrilla. Frente a esa cobardía y unanimismo del gobierno justificando lo injustificable, la voz de Parejo se alzó insular en medio de la tragedia. Sin embargo, su lealtad al presidente y la convicción que tenía de que permaneciendo en el gobierno podía impulsar una investigación independiente sobre lo sucedido le hicieron desistir de presentar la renuncia, como era lo que mi juicio, y así se lo expresé en aquellos días, le correspondía hacer frente a la tragedia ocurrida.
El gobierno como un boxeador que ha caído varias veces a la lona después de muchos golpes (hay que recordar la avalancha de Armero) termina su periodo y deja semillas de sangre que después germinarán por todos los campos de Colombia.
Parejo viaja a Budapest como embajador y a comienzos de enero de 1987 un sicario de la mafia atenta contra su vida. Se salva por esas cosas misteriosas de la vida y su coraje pasó de ser algo local a convertirse en un símbolo in-ternacional de la lucha contra el narcotráfico.
Después de pasar por las embajadas de República Checa y Suiza, Parejo de-nuncia la política de sometimiento a la justicia impulsada por el gobierno de Gaviria como una claudicación del Estado frente a la mafia y razón no le faltaba, pues todo eso condujo a la prohibición de la extradición por los constituyentes del 91 (el país amedrentado por los carteles de la droga) y a la “entrega” de Pablo Escobar en una cárcel, para vergüenza del Estado, hecha a la medida de sus intereses criminales.
Parejo regresa a Bogotá, los bogotanos reconocen su trayectoria y lo eligen como el concejal más votado. Luego intenta construir un movimiento polí-tico y postularse como candidato a la presidencia en dos ocasiones, pero el país ya se mueve en otra dirección, además no cuenta con recursos ni ma-quinaria alguna y no logra mayor relevancia política.
Enrique Parejo es un colombiano atípico, un hombre de principios sin ma-yor ambición de poder, honesto y sencillo, alguien que jamás tuvo una inde-licadeza, que jamás pisó una cárcel como reo ni una casa por tal; nunca una ofensa personal contra nadie a pesar de la pugnacidad de los enemigos que enfrentaba. En un país de trúhanes y malhechores donde a menudo solemos exclamar con impaciencia: todo está perdido, no hay con quien contar, este país es una mierda, la vida de este costeño excepcional nos demuestra que aun en las épocas más oscuras de la historia colombiana hay seres que tras-cienden las contingencias de su tiempo para volverse un ejemplo verdadero, este es el patrón que debemos seguir y no el del mal ni el de la mano firme y corazón despiadado. Parejo es una reserva moral, un orgullo desconocido para ese país emergente que debemos dejar atrás con toda su estridencia de armas y borrachera de odio.
Ojalá podamos celebrarle los 100 años.