Por: Jaime Gómez Alcaraz
Tenía por intención escribir un texto sobre la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj y comencé a investigar fuentes de información cuando surgió otro conflicto, la guerra en Etiopía, y casi simultáneamente el mundo vivió nuevamente el estallido del conflicto armado en el Sahara Occidental entre el Frente Polisario y Marruecos, por no hablar de otros conflictos armados que tienen lugar, por ejemplo, en Siria, Libia y Kurdistán.
¿Cómo se puede escribir un texto para analizar y aclarar la posición ante cada conflicto armado que se desarrolla en el mundo? Por un momento, me sentí impotente ante la cruel realidad que muestra la guerra: que las armas reemplazan el accionar político y se utilizan como instrumento para resolver conflictos mientras que la población civil es la más afectada.
Hay algunos denominadores comunes detrás de estos conflictos: la ONU no juega un papel activo y está bastante oculto, falta de participación de las mujeres en las negociaciones y esfuerzos por la paz, la falta de voluntad política en algunos actores del conflicto en los países que requieren esfuerzos por la paz, falta de medidas de detección y prevención de conflictos y el legado del colonialismo.
El conflicto del Sahara Occidental es un buen ejemplo de las consecuencias del colonialismo. Cuando España abandonó el Sahara Occidental en 1975, Marruecos ocupó el país. No se ha celebrado el prometido referéndum sobre la independencia que estaba previsto. Marruecos explota los recursos naturales, el pescado y el fosfato y sigue una política de asentamientos ilegales. La ONU cuenta con una fuerza para el mantenimiento de la paz, MINURSO, pero para asombro de todos, no tiene el mandato de informar sobre violaciones de derechos humanos. Ahora ha vuelto a estallar la guerra entre el frente de liberación Polisario y Marruecos. Francia y Estados Unidos han bloqueado las decisiones de la ONU. Francia tiene una gran responsabilidad en el conflicto a través de su apoyo a Marruecos y las grandes importaciones de productos del Sahara Occidental. Otros gobiernos europeos no han actuado con determinación. Es el caso de Suecia, que no ha cumplido con la decisión – que ya cumple algunos años- del parlamento de este país de reconocer Sahara Occidental como un estado libre e independiente, en lugar de normalizar la ocupación que ocurre actualmente.
Las relaciones de poder coloniales se caracterizan por un contenido racista porque se basan en la noción que no todas las personas son iguales. Por tanto, una política descolonizadora, debería basarse en la lucha contra el racismo, la solidaridad y la justicia global, así como en el respeto a la autodeterminación local y el respeto de los derechos de la naturaleza.
Los conflictos armados no aparecen de un momento a otro, no surgen del vacío, sino que son el resultado de procesos en el que estados, grupos, organizaciones o individuos han sido desfavorecidos o excluidos y no tienen la posibilidad de influir en la política y/o en sus realidades socio-económicas. A menudo, faltan también medidas de detección y prevención de conflictos.
La situación en Etiopía también es desconcertante. En los últimos dos años, las tensiones entre el estado etíope de Tigray y el gobierno federal etíope se han intensificado. Había señales de que el conflicto se intensificaría. Hace un año, el primer ministro etíope Abyi Ahmed recibió el Premio Nobel de la Paz. Ahora se enfrenta a un conflicto armado que, según varios expertos, pone en riesgo la estabilidad de toda la región. Algunos incluso dicen que ha comenzado la guerra civil. ¿Dónde estaba la comunidad internacional para prevenir esta situación? Era solamente un observador pasivo. Etiopía no es un país del norte global, por lo que estos conflictos se asumen con desdeñes como si fuera un mal menor. Ahora hay guerra y los fabricantes de armas se frotan las manos. Al momento de escribir estas líneas, las fuerzas de Etiopía han ejecutado lo que llaman la fase final de la ofensiva en la región de Tigray y han tomado su capital. El conflicto ya ha cobrado la vida de cientos de civiles y ha obligado a miles de víctimas de este conflicto a huir al vecino Sudán.
Es evidente que se necesitan más recursos para el trabajo de prevención de conflictos con el fin de detectar señales de alerta temprana. Pero, sobre todo, se necesita la voluntad política de la llamada comunidad internacional para trabajar por la paz y para garantizar que las partes involucradas en los conflictos respeten el derecho internacional y la protección de la población civil. Una visión feminista de la política exterior trabaja en la prevención de los conflictos armados entre países y dentro de ellos. Por lo tanto, se caracteriza por una profunda convicción que el desarme es necesario y que debe cesar el flujo de armas hacia las zonas donde se desarrolla un conflicto armado para que la paz duradera, tenga una oportunidad. De ahí la necesidad de detener la exportación de armas.
Además, la participación de las mujeres antes, durante y después de un conflicto a todos los niveles debe ser no solo posible, sino una exigencia. En un estudio de una organización sueca, “Mujer a Mujer” se afirma en un reporte, que procesos de paz tradicional, sin la participación de mujeres, se han derrumbado. Un buen ejemplo de ello es el conflicto de Nagorno-Karabaj. En este caso, el informe afirma que “las mujeres percibían el proceso de paz como algo manejado por una élite masculina, que ocurría allá lejos y no tenía nada que ver con su vida cotidiana“. Ante esto, es fácil concluir, que se hace necesario elaborar regularmente planes de acción e implementación de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la participación de las mujeres en los procesos de paz. En el caso de Colombia, esta obvia necesidad, se vio reflejada en los acuerdos de paz entre las Farc y el estado colombiano cuando, por iniciativa fundamentalmente de exguerrilleras y núcleos de mujeres, presionaron para introducir una perspectiva de género en el acuerdo.
Una visión de un mundo sin conflictos armados, un mundo que prevenga y resuelva conflictos por medios pacíficos, es realista y necesario. Los recursos que hoy se dedican a la guerra, se necesitan para enfrentar inmensos desafíos, por ejemplo, el del cambio climático. En esa visión, la comunidad internacional tiene un papel fundamental que desempeñar, trabajando por un desarme militar gradual y por el desmonte de la industria miliar. Paralelamente, los países del norte global deben asumir su responsabilidad por las desastrosas consecuencias del colonialismo que ha originado y continúa siendo el germen de numerosos conflictos del mundo actual.
Jaime Gómez
Analista Internacional – Vocero en asuntos de política exterior del partido Iniciativa Feminista de Suecia