lunes, enero 20

El poder electoral de las mujeres

Por: Victoria Sandino Simanca

 

Las estadísticas son claras: las mujeres somos el 52% de la población de nuestro país. Esta proporción se ve claramente reflejada en la composición del censo electoral. Pese a esta realidad, las mujeres seguimos teniendo enormes dificultades para ejercer nuestra participación política, incluso desde el más sencillo y directo mecanismo que es el sufragio.

Esto es una verdad conocida y estudiada por organizaciones e instituciones que hacen seguimiento al ejercicio de los derechos políticos de las mujeres a escala global. Pero para hablar con datos, en el caso colombiano así lo constata la encuesta de Cultura Política realizada por el DANE en 2019 que arrojó que en las elecciones presidenciales de 2018 participó el 74,1 % de los hombres habilitados para votar, mientras que en los mismos comicios lo hicieron solo el 25,5 % de las mujeres incluidas en el censo electoral.

Así las cosas, el panorama es preocupante. Aunque las mujeres somos la mayoría de la población y de las ciudadanas, nuestros votos son apenas la tercera parte de los que emiten los hombres. Una diferencia abismal en cuanto a la participación electoral, que no es otra cosa que un síntoma de las desigualdades, brechas, opresiones y violencias que nos afectan a las colombianas.

Muchas mujeres no pueden votar porque no tienen con quién dejar a sus hijos, a sus padres o familiares a quienes les dedican sus labores de cuidado o porque simplemente no pueden abandonar las tareas del hogar. Unas cuantas más porque no les dan permiso en sus trabajos. Algunas no tienen dinero para trasladarse hasta el puesto de votación o no cuentan con la autonomía económica para hacerlo. Y tal vez a la mayoría nos han dicho que la política no es para las mujeres, que así como lo ha dicho el señor Rodolfo Hernández “es bueno que ella haga los comentarios y apoye desde la casa, la mujer metida en el gobierno a la gente no le gusta” porque “el ideal sería que las mujeres se dedicaran a la crianza de los hijos”.

Aclaro, no tengo nada en contra de las mujeres que se dedican al trabajo doméstico o con el hecho de que una mujer se dedique al hogar. Todo lo contrario, este es el motor para que nuestra sociedad siga andando día a día. Mi lucha es por sus derechos, por el reconocimiento del valor de su trabajo tanto en términos sociales como económicos, por el respeto a sus decisiones, por un sistema de cuidado para distribuir la carga de trabajo, por autonomía económica, por la eliminación de todo tipo de violencias, porque cada una de nosotras pueda decidir autónomamente cómo, cuándo y a qué dedicar su vida.

Lo anterior es consecuencia de problemáticas estructurales que afectan a las mujeres colombianas, por lo cual, tras siete décadas de aprobación del voto femenino no hemos avanzado lo suficiente. Esto nos pone de presente el enorme reto y trabajo que debemos hacer como país para superarlos. Pero también nos muestra el inmenso potencial que tenemos las mujeres para decidir en las elecciones del próximo domingo 19 de junio. Somos, sin duda, la fuerza que puede decidir si la balanza se inclina hacia la barbarie machista, violenta y autoritaria o si Colombia toma el rumbo de las reformas sociales, de la diversidad e inclusión, de la apertura democrática y de una política de cuidado y vida digna para nosotras.

Tenemos la posibilidad de cambiar la realidad que nos condena a la pobreza, la violencia y la discriminación; la realidad de los gritos, el desprecio por las mujeres y por los más humildes. Podemos llevar a Francia Márquez una mujer luchadora, trabajadora, madre, nacida en el campo, una mujer como la mayoría de nosotras a dirigir las riendas de nuestra nación. Mujeres, hoy votamos sólo un cuarto de nosotras, si la mitad de las ciudadanas votamos por el cambio, tenemos el triunfo más que garantizado. ¡Qué tal si votamos el 100%!

¿Se imaginan? Yo sí me imagino un país mejor para las mujeres, dirigido por mujeres. Colombianas, ¡vamos a las urnas, vamos al poder!

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