Por: Angela María Robledo Gómez / Congresista Colombia Humana
Nos recuerda la profesora Silvia Federici, feminista, historiadora y marxista en su libro La revolución punto cero una evocadora imagen de su infancia, la imagen de su madre “Mi madre haciendo pan, pasta, salsa de tomate, pasteles… tejiendo, cocinando, remendando, bordando, cuidando las plantas. Algunas veces le ayudaba en tareas puntuales, casi siempre de forma reacia. De niña tan sólo veía su trabajo; más tarde como feminista, aprendí a ver su lucha”
Con este texto nos recuerda Silvia que es en el trabajo doméstico en el que se expresa de forma más radical la mayor contradicción de una sociedad: su valor decisivo para reproducir y producir la vida y al mismo tiempo su total invisibilidad y desvalorización. Es por esta razón que el mundo de lo doméstico se convierte para las mujeres en el punto cero de nuestra práctica revolucionaria, cotidiana, potente.
Se trata en términos coloquiales de “poner la casa patas arriba” Lograr que la cuestión de la reproducción entendida como múltiples actividades y relaciones gracias a las cuales nuestra vida y nuestra capacidad laboral se reconstruyen día a día, sea reconocida, redistribuida. Ese trabajo de cuidado que sostiene la vida, y que mayoritariamente realizan las mujeres en el mundo, ha sido decisivo en estos tiempos de pandemia.
Y siguiendo con la profesora Federici, quien es siempre inspiración, en su libro Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva nos recuerda a propósito de cuidado, que esta invisibilización ha sido centenaria. Los cercamientos que empiezan a producirse en la edad media en Europa para despojar de sus tierras a las familias campesinas, significaron de forma violenta una desvalorización para las mujeres en tanto que éstas pasaron de tener una vida con mayor autonomía y participación en las prácticas productivas y reproductivas y en el control sobre sus vidas, a ser confinadas y aisladas en el espacio doméstico y convertidos sus cuerpos en máquinas reproductoras de la vida.
La acumulación original, continúa la profesora Federici, que fue planteada por Marx en la transición violenta del feudalismo al capitalismo, no sólo hubo un despojo de los bienes de producción a las familias campesinas, sino que se instauró una división sexual del trabajo. No sólo los productores fueron despojados de los medios de producción y sino que la producción fue tajantemente separada de reproducción de la vida. Esta se somete, se subvalora, no se paga. Se consolida así el patriarcado que “naturalizó “ la inferioridad de las mujeres. Se les aísla, se les confina a sus labores reproductivas no remuneradas, garantizando así su dependencia económica y social de los hombres. Si instaura una jerarquía en los hogares entre asalariados y no asalariados, origen de muchas de las violencias que viven hoy las mujeres en el mundo. Esta subordinación de las mujeres al trabajo reproductivo, se convierte en otra forma de acumulación porque el trabajo del proveedor se fundamenta en el trabajo para el cuidado de la vida.
Es hoy en día gracias a los aportes de las feministas que se ha logrado reconocer el Cuidado como trabajo y su aporte fundamental a las economías de las sociedades actuales. Como lo señala Carmenza Saldías, la ampliación del concepto de trabajo más allá de las condiciones de trabajo asalariado, significa también que dicha valoración no es de carácter objetivo. Esta ampliación del concepto de trabajo ha sido fruto de una conquista y de las acciones políticas por parte de las mujeres para lograr dicho reconocimiento. La valoración de este trabajo doméstico, de este trabajo de Cuidado, significa entonces toda una revolución respecto a la vida y a los cuerpos de las mujeres, no sólo en las relaciones económicas y sociales, también en su dimensión material y simbólica. Se convierte en una ruta hacia nuestras autonomías económica, social y emocional.
El inmenso poder de hacer visible el valor de las prácticas de cuidado que en nuestro país gracias a la Encuesta de Uso del Tiempo -ENUT- podemos afirmar registra un aporte equivalente a 182 billones de pesos, de los cuales el 85% es trabajo no remunerado realizado por mujeres, si quedará consignado como parte del PIB, sería el sector económico más potente en Colombia. Desde hace algunos años hemos exigido a los gobiernos considerar frente a este decisivo aporte para cuidar la vida, cumplir las “tres Rs” de la economía del cuidado: Reconocer, Redistribuir y Reducir. Reconocer el Cuidado como trabajo; redistribuirlo en casa y con el Estado para fortalecer la oferta de infraestructura para la vida y por último reducirlo para que las mujeres tengamos tiempo libre para continuar en la lucha cotidiana en defensa nuestros derechos y alentar nuestro deseo de vivir en libertad. Tiempo libre para hacer nuestra revolución punto cero.