viernes, noviembre 8

El fascismo a la colombiana

Por Gustavo Petro

Han pasado cosas vertiginosas estos días en Colombia. Se han desatado las masacres como en tiempos pasados que creímos superados. Se ha concentrado casi todo el poder publico en manos de Duque. Se han desplomado los puestos de trabajo y como respuesta, han decretado una reforma laboral que conduce casi a una esclavitud al quitar todo asomo de estabilidad laboral. Han lanzado una campaña de persecusión nacional e internacional contra Ivan Cepeda y los acuerdos de paz.

No quisiéramos aún decirlo con toda claridad pero lo que avanza en Colombia es el fascismo.

Nunca he calificado con el nombre de fascista a ninguna persona por más extremoderechista que sea, porque el fascismo se ajusta a una conformación histórica muy específica. Aunque hay facismos que se diferencian entre sí, como el franquismo en España del de los nazis en Alemania, o el de los Nazis comparados con el de Musolini; lo cierto es que ese tipo de movimientos coincidieron en el gran apoyo de las clases medias, las religiones, el empresariado industrial y el latifundismo agrario: fueron totalitarios y genocidas. Aprovecharon el miedo de la clase media a la ruina economica y a los cambios que exigia el movimiento obrero casi de manera insurreccional.

La mano dura, expresada en la destrución de sindicatos, los grandes partidos de izquierda, las minorías étnicas y el asesinato sistemático de la diferencia, de las personas consideradas diferentes a ellos mismos, fueron los rasgos comunes del fascismo europeo. Desde entonces es ingenuo pensar que las extremas derechas, a diferencia de las derechas republicanas, no tienen como agenda el exterminio del contrincante.

El fascismo entró a Colombia fundamentalmente a través del franquismo y se enquistó en el partido conservador que gobernaba a Colombia a mediados del siglo XX. Núcleos de simpatizantes nazis se forjaron en los clubes empresariales de Medellín y Caldas, y entre redes de sacerdotes solidarios con la iglesia española que bendecía el genocidio en su propio país.

El fascismo a la colombiana se expresó de inmediato en el genocidio del pueblo liberal, en el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, en el chulavismo que recorrió a sangre y fuego todo el territorio colombiano matando liberales.

Ese fascismo desencadenó la resistencia ramada rural liberal y extendió en un dantesco juego de espejos, la violencia de mediados del siglo XX. Los liberales aprendieron a usar las mismas prácticas de terror que se agenciaban desde el Estado. Las resistencias se volvían iguales en sus prácticas a las del poder. De allí nacieron las Farc y la historia contemporanea de Colombia.

Cuando en 1948 se juzgaba en el tribunal de Nuremberg a los Nazis por sus crimenes contra la humanidad, en Colombia se desataba el crimen contra la humanidad en un genocidio que acabó con el 5% de la población total.

Del desplazamiento masivo de campesinos por la violencia surgieron nuestra grandes ciudades. Bogotá se puede dibujar como un tronco con anillos forajados por la historia de la violencia del país.

Mientras los europeos con ayuda norteamericana en el tribunal de Nuremberg eran capaces de juzgar los crímenes de guerra y los crimenes contra la humanidad y a través del reconocimiento masivo de su sociedad sobre los hechos que habian pasado lograron la extirpación del fascismo, con excepción de España; en Colombia jamás fuimos capaces.

Todos los autores que ordenaron desde el Estado la violencia contra el pueblo liberal gaitanista y su exterminio, jamás fueron juzgados, jamás la sociedad reconoció los hechos dantescos que vivimos, las centenares de masacres, las fosas comunes, los descuartizamientos y el genocidio de centenares de miles de colombianos, la verdad detrás de esos hechos. Al contrario, se acabaron las clases de historia en los colegios. Los sitios de las masacres se borraron de la memoria con los nombres de las víctimas y los victimarios firmaron un acuerdo de paz que los perpetuase en el Poder con total impunidad. Borramos esa historia con un plebiscito y de alli surgió el Frente Nacional de los victimarios y su eterno Estado de Sitio. Gaitán y su pueblo fueron olvidados.

Los gobernantes y dirigentes políticos untados de la sangre del pueblo, escondieron las esvásticas, algunos libros, nunca dejaron de colgar en las salas de sus casas los retratos de Franco, y coincidieron con él en la estrategia que los haría sobrevivir: la de aceptar de rodillas toda política internacional que ordenaran los EEUU en plena guerra fría. Ya habían tratado con los EEUU regalándoles el canal de Panamá y Panamá.

El costo que pagaron nuestras oligarquías para no ser juzgadas por sus crímenes contra la humanidad tanto en España como en Colombia, consistió en perder toda independencia y soberanía en manos de quienes asumían el poder mundial después de Hitler: los EEUU en fría confrontación con la Unión Soviética.

Por eso mandamos un batallón a pelear en Corea, el Batallón Colombia, que una vez regreso al país, desató una represión armada contra el movimiento campesino cooperativizado en Villarrica, Tolima. En Corea y en el Tolima, nuestra oligarquía aprendió que no sería juzgada por tribunales como el de Nuremberg, si aprendía a matar comunistas en masa, o lo que creía eran comunistas.

El fascismo a la colombiana sobrevivió así, sin juicio, sin Tribunal de Nuremberg, sin mayor apoyo popular. Se extendió en logias clandestinas conformadas por las élites, creció dentro del empresariado agrario, en las iglesias, dominó sectores de la educación para buscar cuadros entre la juventud, controló universidades privadas, fundó agrupaciones de extrema derecha, reclutó cuadros de la élite nacional que alistó para gobernar, de las universidades prefirió controlar las facultades de derecho y de comunicación social de donde salieron sendos periodistas y abogados vueltos magistrados, ideólogos en la construcción de concepciones de extrema derecha en lo jurídico y en el imaginario social construidos desde medios de comunicación.

Logró penetrar las cúpulas del ejército y la policía ayudados por la doctrina de la seguridad nacional que se extendía desde las dictaduras del cono sur y de la guerra fría. La figura del enemigo interno de la doctrina de la seguridad nacional congeniaba con la que Hitler se habia inventado en el judío, ambas servían para unificar pueblos dominados como rebaños y para desatar la violencia. La violencia se volvió la gran partera del fascismo.

El miedo y el terror como lo practicaron los Nazis, permitía exterminar las rebeldías en las sociedades, las paralizaba y se facilitaba así su dominación. Una dominación hecha como en Alemania, Italia y España a punta de terror para amasar riquezas con el Estado y desde el Estado.

Con la irrupción del narcotráfico, el fascismo clandestino, vergonzante, vió una oportunidad. No tanto porque Lehder se jartara de ser alemán y de recordar a Hitler con su Movimiento Latino, sino más bien en una actividad mucho más estratégica. El MAS, los Pedro Juan Moreno que gustaban de poner el himno de los nazis en alto volumen en sus casas, comprendieron muy bien las tareas de la organización de las convivir que expandía su jefe, el gobernador de Antioquia.

Las redes del fascismo se armaron con los narcotraficantes. El viejo chulavismo se engarzó en el nuevo paramilitarismo y como en las décadas del cincuenta y sesenta, volvieron a retumbar en Colombia las masacres, las fosas comunes, las desapariciones forzosas, los descuartizamientos y el genocidio. Pero esta vez, a diferencia del ayer, contaban con amplio respaldo de la clase media asustada por las Farc y de sectores populares hastiados de la violencia guerrillera.

El judío construido como enemigo por los Nazis en Colombia se convirtió en las Farc: el gran enemigo construido para unificar la sociedad en torno a una agenda neoliberal y tan autoritaria y sanguinaria que se congració con el fascismo.

Fascistas convencidos como Londoño Hoyos, Pedro Juan Moreno, Narvaez u Ordoñez salieron a apoyar el movimiento. Con el asesinato de Alvaro Gómez Hurtado se puso fin a la derecha republicana, y el Partido Conservador terminó gravitando de nuevo alrededor de la nueva agenda de la extrema derecha. Pero indudablemente el movimiento fundamental se ubicó en el uribismo. En el uribismo estaban los dueños de los latifundios agrarios que se habían vuelto los lavaderos preferidos de la mafia, y las clases medias urbanas aplaudiendo el exterminio. El gran empresariado admiraba como los obreros se habian de domesticado tan bien, sin sindicatos, que ahora se podian aumentar sin parar sus ganancias, y todos a una apaudían al nuevo líder al que comparaban con Bolívar cuando en realidad se parecía a Franco, el sanguinario.

Indudablemente el crecimiento de las Farc y la ceguera de su accionar armado, en los noventa operó en la entrega de la sociedad media de Colombia al uribismo por temor a la toma del poder por este grupo guerrillero o a la aplicación en el mundo provincial de la Constitucion del 91 que hablaba de derechos para la ciudadanía y para el campesinado. La década de los noventa fue la década del exterminio del liderazgo y la organización campesina. Como la década de los ochenta fue la decada del exterminio de la izquierda.

Entonces también en Colombia, como en la europa nazi y franquista volvimos a ver las hogueras de los libros quemados, la destrucción del pensamiento libre y crítico en las universidades, el asesinato de los profesores y los líderes estudiantiles, la destrucción a sangre y fuego de los sindicatos para tener una clase trabajadora apaciguada y dominada. Volvimos a ver la destrucción física y homicida de partidos políticos de la izquierda por entero, de las masacres, los descuarizamientos, las fosas comunes, las decenas de miles de desaparecidos y los centenares de miles de muertos; el genocidio, volvimos a ver el crimen contra la humanidad.

Esta vez venía el crimen contra la humanidad también desde el Estado pero con una poderosa energía que surgía de la alianza con el narcotráfico.

Tambien el narcotráfico había aprendido como la oligarquía, que en medio de la guerra fría, se podía lograr el beneplácito de los norteamericanos si se mataba en masa a comunistas, o a quienes se podia hacer aparecer como comunistas. La construcción de la contra nicaraguense con armas compradas con el dinero de la cocaína que le entregaban a la CIA se los había enseñado.

Y esa ha sido la historia contemporánea de Colombia.

Por eso no nos pueden extrañar los últimos acontecimientos.

Claro que el uribismo quiere hacer trizas los acuerdos de paz, porque necesita a las Farc armada para tener un enemigo común como Hitler tenía a los judíos. Y claro que el aumento de las masacres tiene que ver con la intención de amedrentar al pueblo para manejarlo como rebaño y claro que se ha iniciado una persecusión contra todo lo que suene a Ivan Cepeda, o a magistrados de la Corte Suprema de Justicia. A la Corte Suprema de Justicia, el fascismo, la ha querido destruir tres veces desde 1985. Esta vez tienen como aliado al mal llamado periodismo.

Claro que tenemos una clase media amedrentada porque se volvió pobre , porque quebró y la quieren seducir para que aplauda la masacre de los más pobres.

Hoy se ha concentrado el poder público para construir una dictadura, con ínfulas de totalitarismo: Procuradora de extrema derecha amiga de Ordoñez, fiscal de extrema derecha investigando a Uribe después de una fuerte campaña de la prensa y el uribismo para amedrentar a la Corte Suprema de Justicia. Una Corte Constitucional a punto de ser tomada por el conservatismo ante la mirada confundida de magistrados que se presumen liberales. Un Congreso de la República completamente arrodillado, gracias a los grupos políticos que hace unos años hicieron desde el gobierno la paz, pero que ahora acompañan al gobierno que quiere hacer trizas esa misma paz que hicieron. Muchos de esos parlamentarios se cambian de bando solo por un contrato de donde sacar dineros, de la repartija de las regalías y los contratos de vías terciarias que nadie vigila, porque tambien se apoderaron de la contraloría y de la fiscalía.

La prensa que era la llamada a resistir el embate antidemocrático es la principal activista de ese embate. Los medios son propiedad de los cuatro hombres más ricos de Colombia, precisamente de los beneficiarios económicos del crimen contra la humanidad.

Aquel fascismo europeo fue vencido en 1945 por jóvenes campesinos y obreros de EEUU, de Francia, de la España republicana que combatió en el exilio, de la Bella Ciao de los partisanos italianos, de las legiones guerrilleras de los yugoeslavos, de la resistencia polaca judía, del activismo católico, de la resistencia griega, de los jóvenes campesinos y obreros rusos, del campesinado en armas chino. 50 millones de vidas costó derrotar el fascismo europeo.

El fascismo colombiano tambien debe ser derrotado, espero que en las urnas, como se derrotó el uruguayo, el argentino y el chileno. Para ello se necesita de una enorme movilización popular, de obreros y campesinos que dejen de votar por sus verdugos. De una juventud que sepa que del fascismo no se puede esperar un futuro, de una mujer que sepa que no hay mayor riesgo para sus hijos y su familia que la convocatotia a la violencia que hacen desde el poder. En las hogueras desatadas por ese poder morirán sus hijos. Y por una clase media hoy empobrecida, por un pequeño y mediano empresariado que debe comprender que su futuro y prosperidad no está en el aplauso a la masacre, que no está en la tibieza que se convierte en cómplice, sino en la democracia.

Un pueblo que pueda ver la posibilidad de Colombia, de una Colombia que pueda reconocerse, por primera vez en la historia, no en la violencia perpétua, no en las exclusiones y esclavitudes de su población, no en la más enorme desigualdad planetaria, no en el genocidio y la ignorancia; sino en la paz, en esa justicia social que permite la convivencia tranquila y la prosperidad colectiva, en el conocimiento y la cultura que es lo que nos hace específicamente humanos.

 

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