jueves, octubre 3

EL ENGAÑOSO Y ATIBORRADO CENTRO

Por Antonio Sanguino

En el debate político hay quienes quieren refugiarse o atrincherarse en un cómodo “centro”. Le atribuyen un lugar de privilegio en el espectro político o le adjudican una supuesta superioridad moral. En el afán por no ser equiparados con las extremas de ambos polos del frondoso árbol de las ideologías (que dieron lugar a las aberraciones del fascismo y el estalinismo) se sitúan en la mitad para no comprometerse con el dogmatismo o el extremismo. Pero corren el riesgo de terminar siendo políticamente inofensivos o convertir esta posición en una nueva capilla pseudorreligiosa.

Afirmar que el “tal centro no existe” es insulso e irrelevante, una pésima manera de entrar en el debate. Claro que el eclecticismo y el pragmatismo hacen presencia como rasgos distintivos de ese espectro autodenominado “centro”. En la huída al compromiso con un paradigma societario, los centristas cultivan una actitud mental ecléctica que consiste en reunir tesis, doctrinas filosóficas y pedazos de modelos económicos y sociales de uno y otro lado de los sistemas de pensamiento, muchas veces sin que se intente un examen riguroso de esas tesis y su procedencia teórica. Al mismo tiempo, abrazan un método que deja de lado las abstracciones y principios para volverse hacia lo concreto y hacia la acción.

El intento más arriesgado en la formulación de una propuesta del “centro político” fue el de la denominada “tercera vía” promocionado con vigor desde el laboralismo socialdemócrata inglés de Tony Blair. Una vía que, ante la crisis de las ideologías, el derrumbe del Estado de bienestar y la avalancha neoliberal en Europa y Estados Unidos se ofreció como una perspectiva distante del socialismo y del capitalismo, los dos grandes paradigmas del siglo XX. Una fiebre que llegó a nuestros contextos contagiando a Juan Manuel Santos, pero que tuvo representantes de muy diversos tonos y colores. Ahora, descalificando el debate político e ideológico bautizado peyorativamente como “polarización”, buena parte de los actores políticos corren a bautizarse como de “centro”. Algunos lo hacen lealmente, escogiendo una pragmática libre de adscripciones ideológicas y otros descaradamente se disfrazan, como el Presidente Duque que acaba de autodenominarse de “extremo centro”.

Muy a pesar de su pretensión ascética, el centro mira inevitablemente hacia la derecha o hacia la izquierda. Las democracias contemporáneas se enfrentan a diario a dilemas que se resuelven acudiendo a las ideas de las izquierdas o las derechas, que como lo indica Norberto Bobbio no solo representan una ideología, sino que expresan “programas contrapuestos: contrastes no solo de ideas, sino también de intereses y de valoraciones sobre la dirección que habría de dar a la sociedad”. El mismo Bobbio establece una doble distinción entre izquierda/derecha, y extremismo/moderación que puede ser útil en este debate sobre el “centro político”. Mientras la izquierda pugna por la igualdad con una activa participación del Estado en la economía, la derecha sigue deslumbrada por la mano invisible del mercado. Al mismo tiempo, mientras el autoritarismo expresa el extremismo a lado y lado del espectro ideológico, la moderación es una virtud democrática fundada en el concepto de libertad que apela a la defensa del Estado de derecho.

De esta conjunción de libertad e igualdad, el pensador italiano construye un espectro político que puede retratar mejor nuestras realidades contemporáneas: una extrema izquierda jacobina que combina igualitarismo y autoritarismo; una centroizquierda que combina lucha por la igualdad y democracia liberal; una centroderecha fiel al método democrático pero complaciente con las desigualdades y una extrema derecha antiliberal y antiigualitaria.

La deriva autoritaria que el uribismo y Duque quieren disfrazar de extremo centro convoca a construir una alternativa que sin ingenuidades articule un compromiso contra las desigualdades y las exclusiones, pero cultivando una moderación que proteja el otro gran valor de la humanidad: la libertad. Ese podría ser el punto de partida para la convergencia democrática que estos tiempos nos reclaman. Sin huídas inútiles e ilusorias.

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