Por: Sebastian Sora
El Estado colombiano es un papá machista y maltratador que se gasta la plata de su familia en parrandas con sus amigos mientras deja pasar necesidades a los de su casa. También es ese padre ausente que nunca ve a sus hijos y no los respeta, pero les exige todo el amor y todo el respeto, por supuesto, a la fuerza. Es el típico macho que habla de moralidad señalando a otros por no hacer así o asá, pero es infiel, no se ocupa de sus propios asuntos, roba, asesina, engaña, trafica con droga y es incapaz de sostenerse por sí mismo, es el más inmoral de todos.
Hago parte de una pequeña congregación en Bogotá, tan pequeña que los domingos no superamos los 30 asistentes contando a niños, niñas e invitados ocasionales. Hace casi dos años, dos familias de migrantes venezolanos, los González y los Pérez[i], empezaron a congregarse con nosotros. Habían salido de su país buscando mejores oportunidades, entusiasmados por las noticias que escuchan sobre Colombia y el apoyo que el gobierno de Iván Duque daría a la población desplazada; sus sueños y esperanzas estaban puestas en que a Maduro le quedaban las horas contadas, como lo había prometido el gobierno colombiano, pensaron que encontrarían un país de puertas abiertas y grandes oportunidades de vida digna.
Sin embargo, ha pasado el tiempo y Maduro sigue siendo el presidente de Venezuela, las oportunidades de retorno cada vez se ven más alejadas y el Estado colombiano más distante. Como las sirenas que engañan con sus cantos a los marineros para luego tirarles al agua y ahogarlos, el Gobierno nacional con su propaganda traicionó a millones de venezolanos para hundirles en la pobreza y mendicidad.
Volviendo al caso de los Pérez y los González, estos se han visto maltratados en varios sentidos, no solo durante todo este tiempo ha sido imposible que consigan trabajo estable, a pesar de ser profesionales con amplia experiencia en sus campos – ¿cómo van a conseguir trabajo estable, si el Gobierno saca el decreto 1174 acabando con la poca formalidad laboral que existe? -. También, se han visto “echados a la calle” más de una vez de las habitaciones en las que logran que les arrienden, tampoco tienen seguridad social y en medio de la pandemia no recibieron ni una sola solidaridad por parte del Estado.
Ojalá esos fueran los únicos casos, pero en una congregación tan pequeña, hay una señora, la hermana Cecilia, que por problemas de salud no puede seguir trabajando, ella tiene cerca de 60 años, pero no tiene acceso a pensión y no por falta de esfuerzo, como pregonan los falsos profetas del neoliberalismo, sino porque se ve envuelta en un sistema que menosprecia el trabajo honrado pero que muchas veces es informal. Hay dos familias desempleadas, una, la familia Suarez, con una pequeña niña de 3 años y otra, la familia Rodríguez, con un pequeño que nació empezando la pandemia. Al igual que sucede con las familias venezolanas, para las familias colombianas, no hay un seguro al desempleo ni un apoyo por parte del Estado, gracias a que sus anteriores trabajos eran informales.
La familia Rodríguez no cuenta con empleo, está integrada por personas ex-habitantes de calle, que, por lazos eclesiales, familiares y de amigos, lograron superar tal condición, pero no cuentan con un proceso de resocialización e inserción que apoyé su proceso, aunque sea no uno brindado por el Estado quien continuamente les está corrigiendo y diciendo: ¡pórtense bien!
Alguien podría pensar que esos son casos aislados, que la realidad colombiana es otra, pero basta con acercarse a cualquier congregación pequeña –en las mega iglesias es más difícil hacer este ejercicio- y hablar con sus asistentes, se encontrarán con muchos casos similares, en donde la desigualdad y pobreza, que deja la avaricia, corrupción y guerra, les golpean fuertemente.
Hace poco tuve la oportunidad de acompañar a la población de la Isla la Amargura de Cáceres, Antioquia. Fueron desplazados por grupos paramilitares, cerca de 700 personas. La institucionalidad llegó rápidamente a atenderles, pero pronto se fue e insinuó constantemente a que volviesen a la Isla, un lugar en donde ya se han metido en menos de un año 3 veces los grupos paramilitares, disparando contra la población, reteniéndolos contra su voluntad y hostigándoles constantemente, – están vivos es de milagro -. Les dicen que vuelvan, que allá está el ejército, – la única manera en que el Estado sabe presentarse-.
¿Dónde está el Estado para todas estas personas? Está de compras con el ESMAD dándole grandes dotaciones de armas con eso si la gente protesta se les puede exigir respeto y amor a la patria, está muy ocupado hablando mentiras en la ONU, está atareado destruyendo la división de poderes y concentrando poder en el ejecutivo, está afanado poniendo a sus ministros y presidente a defender a un exsenador preso, está pendiente de lo que hace el vecino Maduro, está de fiesta con sus amigos diciéndoles que tranquilos que él les presta la plata que necesiten, está en todo lados, menos ocupado de su gente.
Pero si el Estado cumple el papel del padre machista y maltratador, la sociedad civil es la mamá cuidadora. Nuestra pequeña congregación de 30 personas y escasos recursos ha logrado colaborarles a las familias en necesidad, acompañarlas en sus dolores y buscar soluciones a sus problemas. En la Isla la Amargura, las iglesias lideran el proceso con las victimas desplazadas, de igual manera acompañándoles, aconsejándoles, sirviendo de puente para hablar con papá Estado. Las iglesias no son las únicas, están las organizaciones de mujeres, de víctimas, colectivos artísticos, y demás formas que con amor protegen a la población y suplen lo que el Estado hoy se niega a dar. Son las organizaciones las que abren sus puertas al extranjero y habitante de calle, dan auxilio al desempleado, aconsejan y consuelan a las víctimas, dan educación a los niños mientras sus padres trabajan, dan soporte psicosocial a las familias y todo lo hacen con amor y vocación de servicio.
Tal vez, el problema no sea el Estado en sí, sino quienes lo dirigen. el Estado es solo una herramienta para quienes ejercen el poder, es decir, el Gobierno, la Justicia, el Congreso, las ias como Fiscalía, Contraloría, Procuraduría, Personería y demás instituciones. Con unos que ejerzan ese poder de manera diferente el Estado puede ser otro, uno que no maltrate.
La alternativa a un Estado ausente está en ser la madre cuidadora de nuestra sociedad. Debemos tener claro, que una mamá tan dedicada a los suyos no necesita de un maltratador a su lado. Una sociedad como la nuestra merece un Estado diferente, uno que se le parezca y en vez de estar ausente y ser un maltratador sea una cuidadora.
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[i] Los nombres y apellidos de las personas han sido modificados por respeto a su intimidad.