Se ha quintuplicado el número de personas contagiadas y muertas en Colombia debido específicamente a la incapacidad de un gobierno para enfrentar la pandemia. Tenemos cinco veces más muertos y contagiados que los que debíamos tener de acuerdo a los cánones mundiales, y esto se debe no solo a la expansión del virus, sino porque el virus ha tenido más poder mortífero que en la mayor parte del mundo, debido a un sistema de salud que ha girado en torno a los negocios particulares, a la destrucción de la red pública y al empobrecimiento de un personal de salud escaso para las necesidades.
No solo el virus mata en Colombia, el virus contagia y mata más que en la mayor parte del mundo en Colombia, porque así lo ha querido el gobierno nacional.
Hoy somos el décimo país del mundo en número de contagiados totales mientras que somos el 100avo país del mundo en número de pruebas por millón de habitantes. Somos uno de los países con más bajo porcentaje de médicos y enfermeras por cada mil habitantes en todo el planeta Tierra. Esa distancia entre ser el 10 país del mundo en contagios y el 100avo en pruebas, no es una simple estadística fría, una anécdota más, es la distancia que marca la vida y su protección del dolor y la muerte que provoca una absurda incapacidad de nuestro sistema de salud. Incapacidad que no se debe a la ignorancia, sino a la codicia.
La muerte se abalanza sobre Colombia no solo por el virus, sino porque desde 1993 se decidió hacer de un derecho inalienable a la salud que todo ser humano debe ostentar, un simple negocio de mercanchifles, donde el criterio rector no es la vida, sino la ganancia.
El 75% de los muertos por covid pertenecen a los estratos uno y dos, son los pobres los que mueren por la enfermedad, y de allí tanta displicencia gubernamental. La muerte por covid no solo recorre los tejidos biológicos del ser humano sino sus estructuras sociales de injusticia. La muerte por covid nos muestra la pavorosa desigualdad en nuestra patria.
Se ha quintuplicado el efecto de la pandemia de lo que debería ser, porque los recursos para montar rápidamente un sistema preventivo con una fuerza humana y profesional de la salud en los barrios y veredas, con las pruebas suficientes, con la población en sus casas, se destinaron más bien a salvar a banqueros y grandes corporaciones en lugar de fluir a los hogares y dar comida a la gente. El recurso público no fue para la gente, sino para el burócrata ladrón y para el banquero, igualmente, ladrón.
Los decretos de emergencia nos marcan un derrotero del recorrido del dinero público, de lo que es de todos y todas, del patrimonio común, ese derrotero va hacia las arcas de las EPS en donde quedaron guardados, las EPS no salieron a defender la vida de la gente, de las familias, sino sus propios negocios, el derrotero de los dineros públicos va hacia las reservas de crédito bancario donde solo se entregan si hay fiadores y altos intereses, va hacia el subsidio a las petroleras y carboneras, a las que se les prometen el fracking y acabar con el agua, va hacia el subsidio hacia los grandes poseedores de la tierra para seguirla manteniendo improductiva.
Confundimos democracia con plutocracia. Confundimos democracia con aporofobia. Palabras difíciles que nos muestran que los dueños del poder son la minúscula población rica del país y los que sufren la enfermedad, el hambre y la muerte, son los pobres. El dinero público fue a los primeros, el virus a los segundos, a los que se les obligó trabajar, salir a la calle al rebusque, se les obligo a hacerle la ganancia a los primeros.
No fue posible que el gobierno de Duque entendiera que, aunque solo fuera una vez en la historia y por tres meses, había que hacer una redistribución de la riqueza al revés de lo que ha sido nuestra costumbre histórica, de arriba hacia abajo. Sonaba a castrochavismo, y así salieron a decirle, decir que un poco de justicia social era la mejor cura de la enfermedad porque la prevenía y garantizaba el aislamiento de los seres humanos para abrazar la vida.
Propusimos desde marzo, que por decreto de emergencia se suspendiera el cobro de arriendos, servicios públicos y deudas, y se contratase todo el personal de salud disponible en condiciones dignas para construir el sistema de la prevención.
No fuimos escuchados.
Queríamos que la gente tuviera con que defenderse en su hogar, encerrados, de la pandemia, que un Estado se decidiera a proteger la gente, brindara un manto de protección y cuidado sobre la familia humana inerme, sobre su hogar y la empresita de sustento.
Que más sentido tiene un estado sino es proteger a la gente. Proteger la vida.
Proponíamos darle liquidez a los hogares y empresas por el camino más fácil: suspender muchos de sus gastos, reducirle el costo de la vida de la gente, los de arriendo, los de servicios públicos y los de las deudas, solo se necesitaba un decreto y nada más, pero el decreto nunca llegó. Propusimos financiar con un impuesto a los patrimonios más ricos para llevar esos dineros a la ayuda en liquidez a los hogares y las empresas desde las más pequeñas, propusimos la renta básica y el pago estatal de nóminas para conservar el empleo. Prefirieron sobre endeudar el país recortando sus capacidades. La deuda inmensa generada la piensan pagar con los impuestos sobre los que trabajan.
Hay que decirlo con toda claridad, el gobierno actuó con toda irresponsabilidad con la vida, mientras propusimos la mayor responsabilidad con la gente
Hoy Duque decidió seguir el camino mortal de Trump y de Bolsonaro. Decidió lanzar a la gente a las calles para garantizarle las ganancias a otros y la muerte en las casas, porque la mayoría de los muertos por covid no llegaron a una unidad de cuidado intensivo.
Una política estúpida, porque para salvar la economía había que salvar primero la vida.
Hoy somos uno de los países con más contagios y muerte en el mundo. Hoy se desploma el empleo y la economía. Se desploman la vida y las ganancias. Escogimos el peor de los caminos.
Colombia está arruinada. Centenares de miles de pequeñas empresas quebradas a las que no se les dio la mano, millones de personas en la pobreza. El hambre inunda nuestras ciudades y nuestros campos.
No sabemos cuanta de esta hambre jalonará la violencia y la barbarie actual y futura.
Duque mientras tanto, solo atina a ver cómo salvar a su jefe de su propio accionar y destruir las instituciones. El jefe, el de Duque, con su propia pólvora se quemó al intentar lanzarla, ahora quieren que, por eso, el país se destruya y dinamite su justicia, sus instituciones, con extremismos de vestido negro, claman por destruir la Constitución del 91.
Duque ha demostrado total incompetencia histórica en un momento tan crítico de nuestra sociedad.
Aun hoy, podríamos implementar rápidamente un sistema preventivo sobre todo en las áreas más afectadas: Bogotá, el Caribe y Antioquia. Aun podría hacerse una cuarentena eficaz, implementando una renta básica y un pago estatal de nóminas, suspendiendo el pago de arriendos, servicios públicos y deudas. Aun hoy se podría detener la espiral del contagio y de la muerte.
Pero la codicia puede más en los sectores que hoy prefieren lanzar comunicados insultando a la Corte Suprema de Justicia, que sacrificar utilidades en aras de la vida del pueblo colombiano.
En la cúspide de la pandemia asolando nuestras tierras, el uribismo se lanza a priorizar el ataque contra las instituciones de la Constitución de 1991 y de la Paz. Nos acusaban de extremistas y radicales. Los extremistas y radicales son ellos. No soportan que en Colombia se haga justicia.
No les importa ni la enfermedad, ni el asesinato sistemático de los líderes sociales y de la paz. Parecieran solo querer venganza ante el encarcelamiento de su jefe. Un jefe que actuó irresponsablemente pensando que se podía encarcelar líderes de la oposición con testigos falsos previamente sobornados.
Creyeron que la tradición se mantendría, que el opositor sería masacrado, exiliado, embargado, y sobretodo asesinado y por miles. Que esa tradición de la historia que ha despojado de derechos al y a la que no está de acuerdo, no impondría sanción al victimario. Que no habría justicia.
La fuerza política que nos gobierna ha llegado a niveles impensados de histeria e irresponsabilidad ciega. No razona. No prioriza la vida. Solo quiere venganza irracional.
Le corresponde a Colombia Humana llamar a la calma y enderezar el camino.
Llamamos a la razón.
Hoy hay que detener la enfermedad antes que mate a decenas de miles de compatriotas. Hoy hay que detener la destrucción democrática y la violencia. Hoy hay que detener el daño hecho a nuestra economía.
Solicitamos hacer un pacto histórico a la sociedad colombiana.
¿Por qué un pacto? Porque una Nación es ante todo un encuentro de diversidad, un acuerdo, un contrato como diría Rousseau. Porque la Nación no es una construcción de unos sobre otros, una imposición, un matadero. la Nación es el espacio de la convivencia y la paz.
Una Nación grande es la que puede establecer la paz en todos sus conciudadanos. La Paz es el bien supremo, porque es el acuerdo entre las personas. De los mataderos no salen naciones, ni pensamientos, ni surge lo humano. A los mataderos solo llegan rebaños y de él solo salen tumbas.
¿Por qué histórico? Porque no hemos construido una nación en Colombia, porque desde hace 500 años hemos creído que excluir es el nombre de la política y de la economía, porque se han excluido a las mayorías, a sus mujeres, a sus trabajadores, a sus minorías étnicas, a sus juventudes. Porque no hemos dejado de ser gobernados en 500 años sino por la mentalidad del esclavista, que tan poderosa ha sido esta mentalidad de elites, que ha extendido la mentalidad del esclavo en el conjunto de la sociedad; es un Pacto histórico porque se trata de cambiar ese signo del transcurrir de Colombia.
Un pacto que gire alrededor de las reformas que se necesitan para sacar un país de la violencia, el hambre y la destrucción democrática, hacia un país en paz, democrático y productivo.
Ese tránsito implica mirar de nuevo la tierra, el agua y la agricultura, implica industrializarnos a partir del saber extendido de la educación en toda la sociedad, implica energías limpias, implica dejar el petróleo, el carbón y la cocaína, implica un sistema de salud fuertemente preventivo, familiar y público, implica priorizar la educación y la salud como los bienes comunes fundamentales al lado de la Vida, implica hacer un alto al fuego inmediato y general. Detener la matanza.
Implica mirar al pueblo e incluirlo.
La calidad y la profundidad de las reformas las podemos estudiar y confeccionar entre todos.
En 2022 debe instalarse un gobierno pluralista que se decida a construir la Colombia en Paz, democrática y productiva. El gobierno que saque a Colombia de sus crisis.
Tengan ustedes la seguridad que, si hablamos de tierra, agua, agricultura e industria, superaremos los retos para generar millones de puestos de trabajo.
Tengan la seguridad que, si hablamos de saber y educación generalizada en la Juventud, abriremos los verdaderos caminos de la prosperidad y de la productividad y no las burbujas fantasiosas de la riqueza fácil que solo nos trae la violencia.
Tenga ustedes la seguridad que, si hablamos de agricultura, hablamos de superar el hambre y la pobreza y que, si hablamos de industria, también hablamos de paz.
La fuerza de la agricultura está en el campesinado y los agricultores, hombres y mujeres, a ellos los convocamos al pacto histórico
Tengan ustedes la seguridad que, si hablamos de industria, hablamos de la necesidad de ampliar el mercado interno, de subir el salario relativo y real para aumentar la demanda, hablamos de la prosperidad generalizada.
Una industria capaz de usar energías limpias y muchísimo conocimiento generado por una juventud que no tenga barreras para entrar a una universidad, lo cual implica extender sustancialmente nuestra educación pública superior y volverla gratuita.
Tengan ustedes la seguridad que, si nuestros campos se llenan de agricultura y el país de industria y la sociedad de saber, la paz no será un sueño inalcanzable, sino una realidad cotidiana y común para todo ser humano que habite en nuestro territorio.
De alguna manera, cultivar la tierra y el cerebro humano, la agricultura y la cultura son los ejes del trasegar de la civilización humana por los parajes de la tierra, agricultura y cultura son la base de la industria, de la producción, del bienestar, de un buen vivir democrático.
Por eso convocamos a la juventud a este Pacto histórico.
Por eso convocamos a la mujer, y al hombre sencillo del barrio y, a todo ser humano que trabaje.
La pandemia es el resultado del insulto de una economía depredadora sobre la naturaleza.
Si la depredación sigue, más y más pandemias, más intensas y continuas asolarán los rincones de la tierra. El Pacto histórico que les proponemos consiste en reconciliarnos con la Naturaleza, comprenderla y saber que es la base de nuestra propia existencia. Proteger la naturaleza es proteger nuestra propia vida, la de nuestros hijos y nietos. El pacto histórico es un pacto con la vida.
Les proponemos recuperar bosques y selvas, páramos, respetar como algo sagrado el agua, cambiar la economía de extraer recursos no renovables a producir lo renovable, el fruto del cerebro y el trabajo humano. El fruto de las labores. Les proponemos en lugar de llenar de cárceles el país, llenarlo de sedes universitarias.
Les proponemos una lucha consciente contra el cambio climático, que adapte ciudades y campos, y nos ayude a defender a la humanidad y la vida en el planeta. Que la colombianidad sea vanguardia de la existencia humana y no factor de su destrucción.
Por eso los convocamos a este pacto de historia.
Somos conscientes que pasar de un país violento, raquítico económicamente y antidemocrático, a un país en paz, democrático y productivo implica juntar la sociedad, implica juntarse con fuerzas políticas y sociales diversas, implica pactar. Implica una junta, o como dijeran los indígenas, una minga. No un pacto entre élites solas. No el pacto de los blancos criollos sin pueblo que se hundió en la patria boba y la reconquista española, Sino un pacto de la sociedad toda.
Desde este país hoy en ruinas, hambriento, martirizado, convocamos a la restauración moral y democrática de la república como alguna vez exclamó una voz antigua y sideral, la voz del Gaitán que silenciaron.