domingo, febrero 9

DE UNA VEZ LES DIGO

Por: Juan Luis Vega Salazar

Acabamos de salir de abril pero, al parecer, éste aún sigue con nosotros, pues lo descubierto por el Pacto Histórico nos remonta a lo acaecido el 9 de abril del 48, y sobretodo, a los hechos sucesivos a tal fecha, los cuales son, en el fondo, la prueba inequívoca de que en Colombia, tal como lo denunció Jorge Eliécer Gaitán, en realidad no hay sino dos partidos: uno que que representa al establecimiento, léase, las oligarquías liberales y conservadoras, las cuales degeneraron en nuestros días en esa plétora de -ya no- partidos sino movimientos políticos, que no son más que asociaciones dirigidas por baronesas y gamonales dedicadas a desfalcar al estado central y a las regiones a través de su clientelismo y su compra de votos. Uno es ese partido, les decía, y el otro es el de nosotros, el de la clase trabajadora, el que propende por que seamos un país y no la finca donde nos mandan a quedarnos quietos, Jorgito. En la mentada fecha no sólo liquidaron al verdadero caudillo del pueblo, sino que como colectividad perdimos la oportunidad propicia para tomar el poder, todo por cuenta de la traición de la dirigencia liberal, que era por designio propio la llamada a reivindicar el reclamo de la gente, y por supuesto, por la manguala del partido conservador en turno con las fuerzas militares, desde siempre ellas en realidad dispuestas a servirle al poder más que a la ciudadanía, comoquiera que es aquel y no ésta el que les garantiza su posición y privilegios.

Quieren hoy (otra vez) cercenar de raíz toda posibilidad de cambio en Colombia, y pueden estar seguros, amables lectores, que si lo que hace falta es recurrir al derramamiento de la sangre del caudillo lo van a hacer de nuevo, pues al statu quo le resulta más manejable otro Bogotazo, o mejor diré, un Colombianazo, que perder la joya de la corona que es la que los tiene viviendo como reyezuelos en este, su predio feudal.

Sin embargo, de una vez les digo que se equivocan crasamente esta vez los asesinos si piensan que, como en aquel entonces, el pueblo se va a apaciguar con el nombramiento de ministros de “confianza” del pueblo, como cuando Ospina Pérez puso de ministro de gobierno a Echandía. Y sobre todo se equivocan si creen que el levantamiento popular nacional va a durar apenas unos cuantos días si sacan los tanques a la calle blandiendo las banderas del Pacto, tratando de engañar al pueblo, como hicieron los militares cuando se abrieron camino por entre la multitud para llegar a palacio, con la verdadera intención de volver sus armas contra los manifestantes y “defender” a sangre y fuego al régimen.

A Petro le digo que más le vale hacer gala de toda prudencia y disciplina para salvaguardar su vida, ya que las hojas del cuaderno donde nuestras élites llevan la lista de magnicidios no tienen fin. Ya imagino a estos honorables personajes riendo en sus clubes, brindando con whiskey y anhelando ver la nación en llamas, mientras ellos, desde la comodidad de sus haciendas, y cambiando de canal entre el noticiero y las Kardashian, ven lo que para el resto de nosotros no va a ser más que desesperanza, angustia, muerte y desolación.

De una vez les digo que a Gustavo Petro más le vale que sea consciente de la liga en la que juega, y, sobre todo, que por favor calcule la Colombia que nos queda en caso de que él se convierta en un mártir más. Ya puedo ver los cadáveres apilados en los pasillos del cementerio central de Bogotá, y las demás ciudades decoradas al mejor estilo de las películas de distopía futurista. Mejor dicho, una trilogía de espanto compuesta de pobreza, pandemia y -ahora sí- guerra civil.

Agucémonos, amigos, que estas oportunidades al parecer se presentan sólo cada medio siglo. No esperemos que nos rescaten los partidos, ni (menos aún) los medios de comunicación. Pongamos nuestra fe en el único artículo con el que contamos para, de uno en uno, de a granito de arena, poder salvar lo que nos queda de país. Salgamos por una vez en masa y sin miedo a las urnas, y démonos cuenta por fin y de una vez por todas, si es verdad que esta tal democracia es lo que nos venden, o si, como parece ser, no es más que un malabarismo de ilusionista y un contentillo para necios.

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