Por AFP
Debieron pasar 17 años para que una comunidad de Bojayá pudiera comenzar a despedir a sus muertos más recordados, las 79 víctimas, incluidos 45 niños, de un cilindro bomba que impactó la iglesia donde se refugiaban de combates.
Este lunes regresaron los restos en cofres blancos y marrones al templo San Pablo Apóstol, en el selvático noroeste del país, que la entonces guerrilla de las FARC hizo volar en medio de un enfrentamiento con paramilitares de ultraderecha.
Los deudos de las víctimas de Bojayá, un municipio en el departamento de Chocó, recibieron los despojos para, por fin, ofrendarles el último adiós conforme sus costumbres africanas y católicas.
“Es un momento de silencio y de dolor. Acá se vuelve nuevamente a remover ese dolor que ha estado allí durante 17 años”, señaló Yuber Palacios, del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá.
Serán ocho días de ritos que culminarán con un entierro colectivo el 18 de noviembre. Los restos que recién pudieron ser identificados plenamente fueron entregados a las familias después de que fueran exhumados en 2017.
Al día siguiente de la matanza, ocurrida el 2 mayo de 2002, los cadáveres que quedaron destrozados dentro del templo -incluso el cristo de yeso quedó mutilado- fueron metidos en bolsas negras y arrojados a una fosa común.
Según relatos de los sobrevivientes consignados en informes oficiales, la descomposición amenazaba con desatar una epidemia y la guerrilla presionó para que los cuerpos fueran enterrados al momento.
Se trató de unas de las peores acciones cometidas por la ya disuelta rebelión marxista en medio siglo de enfrentamiento con el Estado y fuerzas paramilitares.
Y aunque los cuerpos luego pudieron ser sacados de la fosa y depositados en varios cementerios, durante años no se hizo un debido proceso de identificación, por lo que la comunidad de Bojayá debió esperar 17 años para tener certeza absoluta sobre sus muertos.
Aunque oficialmente se habla de 79 fallecidos en el ataque, la comunidad cree que fueron cien, incluidas madres que murieron con bebés en el vientre.
– “Ni una gota de sangre más” -Con el apoyo de la ONU, los cofres fueron llevados temprano en helicóptero desde la ciudad de Medellín y descargados en el municipio de Vigía del Fuerte. De allí comenzaron a ser trasladados en embarcaciones por el río Atrato hasta Bojayá.
Las canoas iban adornadas con flores blancas y una bandera del mismo color como estandarte.
En una de ellas se podía ver la imagen del cristo mutilado, símbolo de la matanza que sorprendió a unas 400 personas cuando paradójicamente buscaban huirle a la muerte en una de las pocas construcciones de concreto del Bojayá de la época.
Este momento es “histórico para la comunidad de Bojayá, porque ya tuvo la oportunidad de recibir los cuerpos de sus seres queridos después de muchos años”, destacó Ramón Rodríguez, director de la Unidad para las Víctimas, el organismo estatal encargado de la reparación de los afectados por el conflicto armado.
A su llegada al viejo caserío donde se cometió la masacre, los habitantes organizaron una calle de honor hasta el templo que también fue adornado con guinarldas blancas. Uno a uno fueron ingresando los cajones en medio de cánticos.
“¡Ni una gota de sangre más en Bojayá!”, entonaron las mujeres.
De esta forma, se comenzó a cerrar uno de los capítulos más sangrientos en la historia del conflicto colombiano.
Diecisiete años después, las FARC ya no existen como guerrilla y el grueso de los paramilitares también depuso las armas, aunque persisten focos de violencia financiadas por el narcotráfico que afectan a departamentos como Chocó, el más pobre del país y de mayoría negra e indígena.
Antes de sellar la paz en noviembre de 2016, el grupo rebelde pidió perdón por esa masacre. Los guerrilleros que se acogieron al acuerdo están respondiendo por sus violaciones de derechos humanos en tribunales especiales de paz.
Las víctimas de Bojayá serán recordadas en los siguientes días en rituales conocidos como alabaos.