viernes, enero 24

Bienvenidos en Sudán, prohibidos en Inglaterra

Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
Editor: Francisco Cristancho R.

En el mundo de hoy los morales no son solo quienes así se apellidan, sino también los que carecen de ellos. En el país del norte un convicto elegido presidente azuza el odio contra sus vecinos, mientras los mexicanos responden con su acostumbrada gracia diciendo que estarán bien “con tal de que no nos compare con los canadienses”.

Continuando con la fábrica de falsas –¿o deseosas?– narrativas a las que solemos dedicar esta columna, en la edición dominical del periódico del Grupo Aval se leía, con buen tamaño y en primera página, que “en promedio, 34.000 capturados al año en flagrancia son reincidentes”. Este hecho, además de no ser novedoso, es tan ampliamente conocido que no justificaría un espacio en la primera plana del principal periódico de un país y mucho menos de uno en el que ocurren tantas cosas todos los días.

La cuestión de la reincidencia, que va desde los orígenes de la criminalidad hasta el fracaso del tratamiento penitenciario, ha sido discutida por años entre fiscales, procuradores, jueces y defensores. Por su desempeño en varios de estos roles Germán tuvo contacto frecuente con el sistema penal y le consta que una mayor pena derivada de la reincidencia es irrelevante para los delincuentes habituales, si es que con suerte la conocen, y aún si la conocieran difícilmente les disuadiría de incurrir en el ilícito.

Durante su paso por la Cámara de Representantes, Germán perteneció a la Comisión de Derechos Humanos y en ejercicio de las funciones propias del cargo tuvo que visitar la cárcel de Acacías. Allí conoció a un preso, joven y de aspecto desenfadado, quien con todo el desparpajo del caso reconoció ante los presentes que era su “tercera o quinta vez” privado de la libertad, y que poco le preocupaba volver al penal pues “la justicia de este país da es risa”. Germán recuerda las palabras exactas porque al regresar a Bogotá comentó con los demás miembros de la delegación que el sujeto tenía toda la razón y, además, que su desprecio a la justicia era fundado porque es la justicia quien no se hace respetar.

Otra cosa por la que nos destacamos y en la que descollamos es en la exportación de mercenarios. Un montón de soldados y policías retirados, no pocos por presunta invalidez, encontraron en matar por luchas ajenas un negocio promisorio que los ha llevado a parajes tan variopintos como Sudán y Ucrania. Allí han cometido toda clase de bellaquerías, según reportes de prensa y de organizaciones de derechos humanos, con igual dispensa a aquella que les facilitó aprenderlas en Colombia: la impunidad de un país en guerra.

Aunque el cuento sea bien conocido, no nos esperábamos que hubiese tantos mercenarios colombianos en la mitad de África, a donde llegó hasta una tarjeta del transporte público de Bogotá en el bolsillo de uno de estos individuos muertos en combate. Son cientos de exmilitares que estarían alquilando sus gatillos para el conflicto sudanés, conforme a la información publicada por el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Con ocasión de esta noticia recordábamos que hace no mucho tiempo una congresista propuso aportar a una Vaki para traer de vuelta a un colombiano condenado en el extranjero, iniciativa en la que entonces no la acompañamos ni lo haríamos ahora. El colombiano que pretenda que le perdonen por delinquir, como aquí se estila, bien puede esperar sentado. Por nuestra parte, que se la cobren donde quiera que esté, siempre que esté probado que violó la ley del país en el que se encuentra.

Adenda: los mismos ingleses que tras soportarse a Morgan no le pidieron visa y, en suma, lo nombraron gobernador de la isla de Jamaica –es decir, representante de la Corona en el país que tiempo atrás hurtaba a manos llenas– ahora nos cierran la puerta en las narices. Su excusa es por lo menos difícil de creer: alrededor de novecientas solicitudes de asilo por parte de nacionales colombianos, solicitantes que estaban plenamente identificados y alcanzables en cuestión de minutos por las autoridades británicas. Bien lo reseñó la prensa inglesa: esta es una más de las concesiones que el gobierno laborista ha hecho a un electorado antimigrantes que allí y en el resto de Europa marca la pauta.

Adenda dos: escuchamos al senador y jefe negociador del gobierno, Iván Cepeda, hablar sobre el estado y el futuro del proceso de paz con el ELN, y quedamos no solo informados sino aliviados de saber que él está en el lugar correcto en el momento preciso. Aplausos para el luchador incansable y convencido como pocos de la salida negociada al conflicto armado. Una víctima del conflicto, hijo de un líder asesinado por la violencia política y quien lleva con prestancia su legado, nos permite soñar con la paz que se avizora cada vez más próxima. Mucho le debemos los colombianos a la familia Cepeda Castro y hoy nos permitimos extenderles a sus miembros nuestro agradecimiento sincero.

Hasta la próxima semana.

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