Por: Wilson Arias
“DECISIÓN: El Concejo de tatas, taitas, Mayores, Mayoras, Shures y shuras determinan que Sebastián Moyano y Cabrera, alias Sebastián de Belalcázar, es culpable de todos los delitos aquí descritos y que por tal motivo es condenado a reescribir en la historia universal como GENOCIDA DE LOS PUEBLOS QUE HACÍAN PARTE DE LA CONFEDERACIÓN DEL VALLE DE PUBENZA
Se declara que el hoy llamado Morro de Tulcan, debe honrarse como el territorio sagrado del pueblo Misak como herederos directos de la Gran Confederación Pubenence, y por lo anterior debe quitarse y destruirse, ubicarse a la Mama Machangara, Taitas: Payan, Yazguen, Calambas y Petecuy”. (Aparte de la declaración hecha en rueda de prensa el 25 de Junio, en territorio ancestral del pueblo Misak de la Maria Piendamo Cauca)
Después de la caída libre y festiva de la estatua de Sebastián de Belalcázar, se desató, como era previsible, la descalificación de este acto de dignidad del pueblo Misak por el periodismo del establishment, por las elites herederas de la tierra que el poder colonial despojó a sangre y espada a los pueblos originarios que esclavizó y exterminó (la Cabal y las Palomas no se hicieron esperar), y desde luego, de toda la Jauría mediática del Uribismo en redes sociales.
Aparte de quienes rechazan todo acto de protesta negándola como tal, sin miramientos ni tapujos, se ha hecho común una posición hipócrita y medianera que intenta quedar bien con todos, pero que en el fondo solo pretende esconder el fastidio, la intolerancia y la animadversión hacia la protesta social o ciudadana. Lo particular de esta posición es que las expresiones de rechazo tienen un formato común que reivindican la protesta, pero como acto formal y vacío, tal como lo expresó el Alcalde de Popayán, Juan Carlos López, en un video, al lado de la efigie derrumbada: “defendemos la protesta social, es legal y legítima, todos tenemos derecho a protestar, pero…”.
Y claro, este “pero” terminó con el ofrecimiento de recompensas económicas para delatar a los indígenas que había derribado la estatua; la afirmación demagógica de la protesta y la negación de hecho de la misma. Me sumo a la campaña “ALCALDE, FUI YO”.
En el mismo video, el Alcalde Payanés, dice que “la discusión cultural e histórica tendrá otros espacios, tiene otros lugares”. Esto no es otra cosa que la idea de los melifluos de la protesta: la protesta social es admisible si no es disruptiva socialmente, es decir; protestemos por las aceras, ojalá sólo con cartelitos sin megáfonos, sin algarabía. No molestemos a la sociedad Payanesa de los abolengos feudales con discusiones que pongan un símbolo colonial en cuestión; que se halen los pelos en la academia, que la ciudad no se entere. Todo esto se traduce en la expresión despreciativa “qué clase de protesta es esta” con que Vicky descalificó el mandato de tatas, taitas, Mayores, Mayoras, Shures y shuras.
Precisamente el carácter disruptivo de la protesta social es una condición sine qua non para su éxito en la reivindicación de los derechos. Ya lo decía el Maestro Estanislao Zuleta cuando explicaba que los derechos sin posibilidad real de hacerse efectivos o realizados por las desigualdades imperantes son derechos de papel, cuando citaba Anatole France (1844–1924): “La ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe tanto al rico como al pobre dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”.
A propósito de este tema, un amigo me reenvió a mi chat tomado del sitio “Las Yerbas del Calíope” que comparto: “El Morro de Tulcán fue un cementerio precolombino que existió 500 años antes de la llegada de los españoles. Era un templo sagrado donde se adoraban los dioses, el sol, la luna, las estrellas, la lluvia.
El arqueólogo Julio Cesar Cubillos realizó en los años cincuenta las primeras excavaciones para la construcción de un acueducto en el sector del morro, descubriendo que el cerro fue construido con propósitos religiosos en forma de pirámide y que la parte superior había sido recortada. Julio Cesar Cubillos encontró catorce tumbas de adultos y niños.
Vestigio arqueológico que data de mucho antes de que los españoles llegaran a conquistar estas tierras. El Valle de Pubén o Valle de Pubenza, llamado así en homenaje al cacique Pubén, estuvo habitado por los pubenenses, adjudicatarios de la construcción del Morro de Tulcán y de crear la estructura con adobe y tierra pisada con el propósito de divisar el lugar donde habitaban. Esta estructura fué su sitio sagrado y valioso testimonio arquitectónico ceremonial.
El pueblo Pubenense fué encontrado por el español Luis de Daza, mientras Sebastián de Belalcázar sometía a tribus al dominio Español. Con la llegada de los españoles, la población indígena fué asesinada y, menguada después por el nuevo modelo político, social y económico de la corona Española.
A mediados de los años 30 del siglo XX, en el cumpleaños 400 de su fundación el poeta Guillermo Valencia había expresado interés en que se erigieran dos monumentos conmemorativos: El primero sería la estatua ecuestre de Sebastián de Belalcázar, encargada al escultor español Victorino Macho. Y el segundo, el monumento al Cacique Pubén, a cargo del escultor colombiano Rómulo Rozo. En el cerro debía erigirse la estatua del Cacique Pubén y en la plazoleta de San Francisco la estatua del colonizador español. No obstante, en la cima del Morro fue ubicada la imagen de Belalcázar, mientras el monumento del cacique desaparecía.
En honor a la defensa de su tierra y al lugar ceremonial de su pueblo en el Morro de Tulcán debería estar un monumento al Cacique Pubén, nombre que dió origen al nombre de nuestra ciudad producto de la deformación de la lengua Pubén por los españoles. La estatua de Belalcázar en la cima destruida de la pirámide del morro de Tulcán, lugar ceremonial indígena, fue un acto de desprecio frente a los Pebenenses. Los indígenas hoy reivindicaron a sus ancestros”.
La violencia simbólica, invisible, soterrada, subyacente, implícita o subterránea, que estudió Bourdieu, se manifiesta en los monumentos a los conquistadores, más cuando han sido erigidos en territorios indígenas o con considerable población de ellos.