Por: Alexro, magíster en Literatura, caricaturista de Cuarto de Hora y activista político.
Tras toda una vida gobernados por la violencia política, muchos colombianos eligieron la indiferencia y la normalización como mecanismo de defensa ante la realidad. Ese “No me importa, yo tengo mi proyecto personal” es su lema y una de las razones de nuestro estancamiento como país.
Si el desayuno informativo antes de iniciar la jornada laboral rara vez es motivo de alegría, mucho menos resulta ser motivo de indignación, nada los toca: ni la aparición de la cabeza de un joven en Andalucía, Valle, ni los más de 4000 desplazados en Ituango, ni la masacre número 57 de 2021 sucedida en Balboa, Cauca. Nada. A pesar de que todo ocurre en menos de una semana.
Muchos colombianos estamos en resistencia contra la injusticia, pero son muchos más los que se hallan en resistencia contra la realidad. Se respira miedo, deshumanización y apatía. La normalización de la barbarie y de la impunidad. El reino de la violencia política y la violencia criminal.
De ahí que seamos un país ávido de, ni siquiera triunfos deportivos, más bien de resultados distintos a la derrota para salir a festejar, escapar de la realidad y del angustiante ejercicio de pensar. Mientras tanto, los mismos de siempre orquestan el destino trágico de la nación.
Líderes en violencia durante décadas en el continente, al parecer también nos aferramos a un deshonroso liderazgo de indiferencia. Nos acostumbramos a la desesperanza, a la violencia como destino, a encoger los hombros y mirar para otro lado y a normalizar la tensión. La sobreexposición de la violencia nos hizo perder la capacidad de asombro.
Sin justificar esa pasividad frente al ultraje, el “sálvese quien pueda” tiene su origen en la inequidad y la pobreza. ¿cómo preocuparse por el otro si la propia vida anda en riesgo? Es difícil pedirle empatía a quienes tienen el estómago vacío. Las necesidades básicas insatisfechas en gran parte de la población colombiana impiden la posibilidad de preocuparse por el otro. Sin embargo, la solidaridad que emerge en condiciones adversas nace con más fuerza desde las clases menos favorecidas como grito de resistencia.
El origen de la violencia en nuestro país y la respuesta indiferente de gran parte de la población son producto de la violencia de Estado. Muchos gobernantes son indiferentes por su vida privilegiada y muchos ciudadanos los son por el infortunio haber nacido en una clase desfavorecida, por vivir en la precariedad y el abandono Estatal.
Hacemos parte de generaciones enteras acostumbradas a todo tipo de violencia, hay que reconocerlo, no negarlo para poder empezar a transformarlo. La normalización de la violencia, principalmente la del Estado con su innegable impunidad, es nuestra mayor derrota. La legitimación de la represión, la corrupción, el terrorismo de Estado, la criminalidad que permea todas las instituciones y la vida social, el narcotráfico y el uso de la violencia en la resolución de conflictos, nos condenan a repetir nuestra sangrienta historia una y otra vez.
La violenta espiral en la que vivimos empieza a romperse cuando nos entendemos a nosotros mismos como sujetos de transformación, cuando repudiamos las violaciones a los Derechos Humanos, cuando entendemos que el silencio es cómplice, cuando nos rehusamos a aceptar la corrupción, las prácticas fascistas que apuntan al exterminio o expulsión de todo aquel que piense diferente. Construir paz significa integrarnos, reconciliarnos, tener memoria y abogar por la no repetición.
Buenos Aires, Argentina.