lunes, febrero 10

A Colombia no la destruirán las armas sino las malas decisiones

Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
Editor: Francisco Cristancho R.

Hay quienes por no ser nadie dedican todos sus esfuerzos en hacer creer a los demás que son alguien. Por andar en esas se quedan sin tiempo para, en efecto, ser alguien.

Chistoso por estos días escuchar hablar a algunos colombianos, de esos que dicen que no les interesa o importa la política nacional, sobre las elecciones en Estados Unidos. Sin razón aparente más allá del interés por comentar del ‘tema del día’ y con un dejo de esnobismo, estos individuos se decidieron a superar su ignorancia con la política de un país que desconocen, en lugar de interesarse por las cuestiones que aquejan al territorio en el que habitan y que solo pueden remediarse a través de los políticos locales, por mucho que denuesten de ellos.

Como los demás están dando cátedra de política internacional, no podemos quedarnos atrás. Por interesante y en todo relevante para los candidatos gringos, hemos estado leyendo sobre la guerra entre Rusia y Ucrania. Nos ha sorprendido especialmente la cantidad de artefactos que como humanidad hemos gestado para destruirnos: drones, bombas, misiles, tanques, aviones, fragatas y hasta explosivos ‘de bolsillo’. Dudamos que cualquier otra especie del reino animal haya dedicado tanto tiempo, invertido igual cantidad de recursos y alcanzado –con semejante esmero– la capacidad de acabar con propios y extraños.

Hablábamos de la capacidad de destruirnos con armas, pero, de vuelta al terruño, se hace necesario hablar de la capacidad para condenarnos a punta de malas decisiones. En la edición dominical de El Espectador vuelve al ruedo la exalcaldesa Claudia López, a quien en dichas líneas se le confirió un poder que además de inmerecido es inexistente, se pregunta uno si por un deseo fugado del editorialista. No es cierto que Claudia López sea la líder del centro político ni que goce del favor suficiente para descabezar –sin previa elección– a otras figuras de ese sector, del que además la señora López desdijo no una sino dos veces: primero cuando manifestó ser de centroderecha, es decir, de derecha, y tiempo después cuando buscó; obtuvo y luego defraudó la confianza de electores y partidos de izquierda. 

A otro que están preparando desde la gran prensa –y por ello puede inferirse que también el capital– es al exministro Alejandro Gaviria, quien por estos días se ofrece como conferencista sin distinción del tema, pues se cree capaz, a nuestro juicio sin razón, de articular una postura respecto de cualquier asunto de su interés. Innecesario y hasta ofensivo nos pareció que invitaran a Gaviria a participar de un debate sobre biodiversidad, una de las áreas del conocimiento que aún no puede reclamar para sí, y peor que aceptó y asistió aún con críticas por su inexperiencia y desconocimiento sobre el tema. 

Al costado de Gaviria en la mentada charla estuvo otro ignoto, el exalcalde y connotado enemigo de la naturaleza Enrique Peñalosa, cuya presencia –según dicen quienes estuvieron– hizo cuestionar a los presentes por el propósito del evento. Con la soberbia que acostumbra y que, a juzgar por los hechos, no le ha impedido avanzar en la política, Peñalosa encaró con agresividad las críticas del público. Aunque el auditorio estuviere en Cali y buena parte de la audiencia fuere oriunda de allí, los presentes no cayeron ante el timador vendedor de buses y reprocharon sus contradicciones, pues sabido es que durante sus administraciones el señor se dedicó, como pocos, a talar árboles, profanar ecosistemas y endurecer humedales. 

En el auditorio solo faltó el joven senador y secretario en el gobierno del depredador Peñalosa, Miguel Uribe Turbay, un delfín impasable a quien en lo sucesivo hay que llamar –aunque desafíe la razón– precandidato presidencial. En política se acostumbra a hacer el ridículo, pero Miguelito pensó que era un desafío y, como pocas veces en su vida, triunfó sin rueditas ni favores. Además de ridículo, zafio y hasta afrentoso con la memoria de su madre, el espectáculo con el que el joven Miguel lanzó su candidatura a la Presidencia pasó con la misma irreverencia que le ha acompañado durante su corta,pero muy afortunada vida política. 

Es increíble que un hombre de unos treinta y cinco años, casado, con hijos y un cargo de responsabilidad pública sea tan patética e igualmente cínica. Ahora que te escuchamos hablar de tu abuelo, a quien recuerdas como un prohombre, Miguelito, bien puedes ocupar tu imaginación y tu tiempo en leer las decenas de obras que se han escrito sobre el desastre que él supuso para nuestra historia. Porque no queremos que continúe lo que inició tu abuelo o a lo que contribuyó con su mal gobierno, porque a buena hora decidimos dejar atrás sus tesis y especialmente porque tú no representas ni a los colombianos ni al futuro al que aspiramos, confiamos en que tu candidatura terminará con la misma insignificancia con que comenzó.

Adenda: como esta semana fue la de los ridículos, no podía quedarse por fuera el alcalde de Bogotá. Vimos, sin quererlo y sin poder evitarlo, una cuña en la que una señora agradece a la Alcaldía porque se ha satisfecho su “esperanza” de ver el metro. ¿De cuál metro hablará la señora, si a la fecha no hay un solo tren en marcha? Vivir para creer, como la señora entrevistada.

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