Por: Mauro Saúl Sánchez
No es fácil abordar el siglo XXI sin contemplar un solo segundo la pregunta ¿Cómo sería el mundo sin globalización económica? Tampoco resulta sencillo proponer una respuesta robusta y bien argumentada ante la encrucijada de ¿qué modelo sería ideal implementar ante la imposición de un neoliberalismo económico ya con serios indicios de caducidad en nuestros tiempos?
Pues bien, ante la primera pregunta mi lectura subjetiva me obliga a contestar desde la simplicidad: No lo sé. Y es que a pesar de las profundas dificultades que la apertura de las fronteras principalmente las comerciales, ha despertado en el mundo, la globalización otorga la posibilidad de conocer y explorar experiencias, conocimientos, lugares, teorías, creencias, culturas, sabores, paisajes, que los territorios cercados y cerrados no permitirían. La posibilidad de interactuar de diferentes maneras en una realidad donde las comunicaciones han jugado un papel fundamental, nos permite hoy entender mucho más rápido cómo se mueve el mundo.
Sin embargo, también hay cosas profundamente nocivas que traen las aperturas económicas. Los mercados dónde interactúan los agentes NO son perfectos. Y eso nos permite arrojar una primera conclusión: NO se compite en igualdad de condiciones.
Hoy en las carreteras de Boyacá y muchas zonas del país podemos presenciar con nuestros propios ojos la falta de planeación y sentido de pertenencia en Colombia. Sin una infraestructura competitiva desarrollada nuestros campesinos, agricultores y empresarios del campo, están obligados a competir frente a productores extranjeros que gozan de total respaldo y apoyo de sus gobiernos. Las economías desarrolladas, no solo identificaron que el sector servicios generaban riqueza, entendieron que la mayor riqueza estaba en el sector productivo primario, buscando siempre garantizar su soberanía alimentaria y después si conquistar mercados para robustecer el comercio de la producción excedente.
En Colombia se hizo al revés. Los TLC firmados con Estados Unidos, la Unión Europea, gigantes asiáticos, están quebrando nuestra economía. NO podemos competir frente al productor subsidiado y con tecnología de punta en países que si le invirtieron a su agro. No nos dan los costos, nos ganan por precio y nos destruyen el mercado local. Los TLC han afectado la industria textil, La agricultura, la ganadería, las manufacturas. Nos han trastornado todo nuestro aparato productivo. En el mediano plazo las consecuencias nefastas de estos tratados se verán reflejados en el cierre constante de empresas. El déficit de la balanza comercial (Exportaciones – Importaciones) aumentará el desempleo que, sumado a los negativos resultados de la pandemia, pondrán en mayor riesgo nuestra débil sociedad colombiana.
Ante el segundo gran interrogante mi respuesta es categórica: al neoliberalismo salvaje lo podremos vencer avanzando a un modelo productivo libre de carbono y basado en la economía solidaria.
Economía que se fundamenta en la asociatividad. Asociatividad de Productores, trabajadores, empresarios, artistas, consumidores. Economía que debe priorizar el desarrollo del ser humano por encima del concepto de rentabilidad y ganancias. En ese escenario, el neoliberalismo encontrará un muro inexpugnable de sociedades que priorizan el bienestar social por encima de la ganancia privada.
Se invertirá entonces en educación, en deporte, en salud, en prevención, en ocio productivo y, principalmente en el agro. Se debe entonces entender que la soberanía es un derecho colectivo. Y al entenderlo avanzaremos como sociedad. Mientras eso sucede la única manera de vencer como pueblo será apoyarnos y comprar la producción campesina local. Consumir lo nuestro, comer lo nuestro.
Ya vendrán tiempos mejores. El 2022 será un reto conquistarlo.