sábado, diciembre 7

Hora de reconocer nuestros privilegios como hombres

Por: Jaime Gómez Alcaraz / Analista Internacional – Vocero en asuntos de política exterior del partido Iniciativa Feminista de Suecia

Existen diversos ejemplos, no solo en Colombia sino en el mundo, sobre profundas reflexiones sobre la necesidad de tener un enfoque feminista en la organización de las sociedades y, por ende, las propuestas políticas que se implementen deben ser hechas a través de las gafas del feminismo interseccional, es decir, aquel que reconoce que no existe un solo eje de opresión sino varios, como la orientación sexual, la etnicidad, etc.

Que la discusión sobre el feminismo en partidos de derecha se desarrolle en términos excluyentes y agresivos no debería ser una gran novedad. Pero debería activar las alarmas cuando esa agresividad se da en partidos dentro del campo llamado progresista.

Mi punto de partida es el reconocimiento del patriarcado como un problema estructural.

Estamos imbuidos en él desde que nacemos. Crecemos bebiendo de sus fuentes y muchas veces no somos conscientes de cómo la reproducimos y la fortalecemos. El patriarcado tiene que ver con el ejercicio del poder y del control. El patriarcado necesita ejercer el control en los diversos espacios sociales, desde los micro hasta los macros. Por ello, es necesario para el patriarcado, la construcción de instrumentos para el ejercicio de la violencia, como por ejemplo un ejército, que permitan ejercer el control, en muchos casos, sobre un territorio. Por ello, el feminismo históricamente ha estado en contra del militarismo y la guerra.

Pero también puede tratarse del control y el ejercicio del poder sobre la mujer (como cuando hombres quieren decidir sobre el derecho al aborto) o sobre personas de los grupos LGBTQ y entonces aparece la violencia en espacios intrafamiliares, como un mecanismo eficaz para ejercer el control y el poder.

Pero el patriarcado también necesita ejercer el poder sobre la naturaleza. Y entonces actuamos como amos y dueños de la naturaleza y nos creemos con el derecho de explotarla, desconociendo que somos parte de ella y como tal debemos aceptar que la naturaleza tiene derechos. Y en ese esfuerzo de exclusión existen aliados como el colonialismo y un sistema económico que lo apuntala permanentemente como es el capitalismo.

Poder, opresión y control son las palabras claves para entender el patriarcado.

Construir una sociedad humana, es decir, incluyente, igualitaria y democrática pasa por reconocer los derechos de todxs, no solo en el discurso sino también en la práctica y los espacios de liderazgo deberían reflejar ese ánimo democrático. Pretender construir una sociedad humana con una organización política que no es consecuente en su discurso y en su práctica, tendrá pocas posibilidades de generar ese espíritu de lucha dentro de las grandes mayorías excluidas. Esa es mi experiencia luego de muchos años de quehacer-político en pro de una sociedad inclusiva y democrática.

De allí que, el feminismo no se pueda reducir a la creación de una Comisión de la Mujer dentro de una organización política. Esa es una salida fácil porque sería dejarle la responsabilidad a las mujeres, con el conocimiento que somos los hombres quienes somos responsables de reproducir y fortalecer el patriarcado y responsables de despatriarcarlizarnos. Si hablamos en serio, una perspectiva feminista debe impregnar absolutamente todo el espectro de la política, de lo económico, lo social, lo cultural, etc. Es ese feminismo interseccional y decolonial que ve las diferentes formas de poder a las que un individuo está sometido en una sociedad, que yo veo frente a mí. Algunas organizaciones partidistas han empezado a formular cosas interesantes en algunos campos, por ejemplo, en el del medio ambiente.

Esa visión anti-patriarcal, anti-capitalista y decolonial debe impregnar también otros aspectos en la vida de las organizaciones políticas que se colocan en el campo progresista, incluyendo el organizativo y el de la ética.

Un aspecto muy interesante con el plebiscito en Chile, que enterró de una vez por todas la constitución de la dictadura, es que la comisión que redactará la próxima Carta Magna de ese país, estará conformada de una parte, por la mitad hombres y la mitad mujeres y además, por representantes de los pueblos ancestrales. Es una visión incluyente y por ende democrática. Si los sectores progresistas colombianos saludan con regocijo ese resultado, me pregunto, ¿por qué dentro de esos sectores no tenemos esa política en donde se refleje la diversidad, en los espacios de organización y de micropoder? No podemos seguir con direcciones nacionales, regionales o municipales representadas casi exclusivamente por personas que se identifican como hombres, heterosexuales que representan ese sector que ejerce y fortalece la estructura patriarcal.

Es hora de llevar a la práctica lo que a veces se dice en el discurso.

De allí que sea problemático no afrontar políticamente la discusión sobre casos de eventuales acosos sexuales que se hayan producido en los partidos. En ese contexto, sería hora que quienes nos identificamos como hombres, iniciemos una reflexión sobre la necesidad de despatriarcalizarnos y trabajar hacia la construcción de un nuevo tipo de masculinidad que cuestione la norma y que erode las raíces patriarcales con las que hemos crecido y de las cuales también somos producto. Y ese primer paso no es difícil. Iniciemos por reconocer nuestros privilegios que como hombres tenemos en la sociedad. Cuestionemos el estereotipo que asigna roles por género y que crea el imaginario que tenemos el derecho de oprimir y ejercer violencia contra las mujeres. Rechacemos la agresión verbal y física cuando otro hombre utiliza, por ejemplo, bromas sexistas para marcar su poder o cuando usa estereotipos lingüísticos como “tener pantalones” para asociarlo a la valentía o el coraje, que según la norma imperante, son características del hombre. Y, sobre todo, estemos dispuestos a ceder nuestro poder para que otrxs excluidxs del poder puedan ejercer liderazgo. Este es un problema esencial de democracia.

Que los derechos de las mujeres son también derechos humanos no debe ser solamente un slogan, debe ser sobre todo una práctica constante. Por ello, no se puede entender que haya hombres que dicen llamarse progresistas, que no apoyan el derecho al aborto. No es un problema de poca monta. Tiene que ver con los derechos de la mitad de la población mundial, que durante siglos hemos agredido y oprimido con esa masculinidad tóxica y destructiva que hace de la agresión abierta y explícita o de formas de micro agresión física o verbal, uno de sus principales instrumentos para someter a otrxs.

 

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