Por: Wilson Arias
Con esta reflexión plasmada en un texto del maestro Carlos Gaviria Díaz, se dio inicio a la reunión de la dirección nacional del PDA del viernes 29 de febrero del 2008. Al día siguiente, Raúl Reyes, comandante y canciller de las FARC caía abatido en la acción militar apodada “Operación fénix”. El conflicto armado entraba en agudo momento. La popularidad de Uribe, alta en esos momentos, subía aún más, como espuma, a los niveles superiores tras ese éxito militar; pero a la vez el PDA, que había tenido un gran desempeño en las presidenciales del 2006, quedando como segunda fuerza política y arrebatándole la credencial de oposición al liberalismo, se perfilaba con entusiasmo hacia la contienda venidera. En el plano regional, el país asumía un rumbo en contravía al avance progresista en la región y se empezaba a erigir en una suerte de Israel de Suramérica, no solo provocando a los vecinos, sino saboteando la integración latinoamericana en marcha. Tiempos difíciles aquellos… pero esperanzadores para la época. A la pregunta del título Carlos Gaviria respondía que íbamos rumbo al poder, que es la vocación ineluctable de todo partido político.
En este memorable y bello texto, el maestro nos recordó que el partido es solo un instrumento para hacer realidad los propósitos ideológicos de un colectivo, que se traducen en programa político, en nuestro caso el ideario de unidad. Y que además, estos propósitos son la razón de ser del partido y justifican su existencia. Allí mismo también, el maestro puntualizó que para alcanzar esos propósitos se necesita ante todo nuestra voluntad unitaria y nuestro esfuerzo inquebrantable por no renunciar a su búsqueda. Sin sectarismos, con quienes abracen este ideario y quieran integrar nuestras filas, pero irrenunciable y sin ambigüedades para defenderlo. A este legado de Carlos Gaviria llamo a acogernos en esta nueva etapa del PDA.
¿Hacia dónde va el Polo?, aparece hoy nuevamente como pertinente reflexión. El polo cumplió con la responsabilidad histórica de convocar a todas las izquierdas, excepto las armadas, para enfrentar unitariamente bajo un solo paraguas programático al Uribato en ascenso. Con muy pocas excepciones, el llamado fue escuchado y habilitó a la izquierda para resistir y confrontar con relativo éxito a ese uribato en desarrollo. Y a la vez ha contribuido sustancialmente a sustraerla de la marginalidad; en honor a su nombre, fue el “polo de atracción” de las izquierdas y los demócratas. Sin embargo, las disputas internas que derivaron en desprendimientos importantes, minaron el poder de convocatoria del partido; hoy no somos esa gran convergencia de las izquierdas que fuimos. Pero por su historia, sus luchas, sus liderazgos y su militancia y por el nuevo período de la vida nacional, conserva potencialidades para la etapa venidera que no es necesariamente de ruptura con su pasado, sino por el contrario, redirección y resignificación, e incluso adecuación discursiva que intente interpretar las demandas ambientales, feministas y animalistas en toda su diversidad y complejidad. Un momento de discontinuidad en la continuidad.
El contexto político descrito del cual emergió y se desarrolló esta primera etapa del PDA ya no es el mismo de hoy:
Primero, el uribismo viene en un declive evidente, constatable pero lento y ¡ojo! (para no confiarse hacia el 2022), este declive no podemos declararlo como irreversible.
Segundo, las disputas en el bloque dominante, que el gobierno de Santos evidenció y exacerbó, en nuestro criterio como TPEZ, indujo que una parte de la izquierda se apresurara en las expectativas democráticas y transformadoras del Santismo y a otra parte de la izquierda, a que fuéramos más cautos y recelosos, pues el balance social de fuerzas favorables al establecimiento para nada garantizaba que el reacomodo deviniera en beneficio de los sectores alternativos. Hoy, por el contrario, hay más certeza de que estas disputas siguen tensionándose y la correlación de fuerzas ha evolucionado, ofreciendo una oportunidad a las fuerzas alternativas de reconfigurar la situación a nuestro favor.
Tercero, la acertada decisión del grueso de las FARC de pactar un acuerdo para terminar el conflicto recogiendo el clamor y la exigencia que muchos, desde la izquierda y el movimiento popular le hicimos por décadas, le quitó fuelle discursivo al Uribismo y puso en evidencia ante amplias capas de la población quienes eran los señores de la guerra. Dijimos en el documento “La izquierda colombiana en nuevo partidor: un desafío histórico”, que el conflicto armado colombiano se había convertido en una rémora que impedía que amplios sectores sociales se involucraran en la lucha social y que la izquierda saliera de su marginamiento político. Los ocho millones de votos de la campaña electoral del 2018 y el 21N ratifican que en esos amplios sectores sociales ya no cuaja el miedo al castrochavismo y que los guarismos electorales del nuevo partido FARC, disiparon el temor inducido del “Timochenko presidente”
Cuarto, la permanente huida hacia adelante del capitalismo ante sus crisis ha ido configurando una “crisis civilizatoria”, que hoy a escala orbital una parte de la sociedad presiente en días de pandemia y empieza a intuir como riesgo constatable a la pervivencia de la humanidad misma. La prioritaria agenda medioambiental se torna cada vez más debate público y el nuevo pacto verde emerge como posibilidad cierta y apremiante.
Y quinto, como consecuencia de esto último, la debacle política del neoliberalismo, que incluso algunos de sus más connotados organismos defensores de la ortodoxia recomiendan abandonar como paradigma, ha permitido que se ponga en el orden del día una especie de remozada socialdemocracia 3.0, que estamos en la obligación de asumir críticamente, con imaginación política, como una oportunidad que nos aleje de cometer los viejos errores históricos en el relacionamiento con esta tendencia política del capital, uno de ellos el que permitió consolidar en el periodo de entreguerras al fascismo… Y desde luego, esta debacle ha traído en la región la posibilidad de un nuevo momento para el progresismo, de tal manera que podríamos aventurar una analogía: el Polo PUEDE jugar en relación con el progresismo que se vislumbra, COMO el Polo de la primera etapa lo hizo con el progresismo de esa década pasada. Guardadas proporciones, apostarle hoy resueltamente a la convergencia de la izquierda y los demócratas, puede contribuir decisivamente al salto del período, nueva vuelta de un círculo político virtuoso.
Ya es de público conocimiento los últimos acontecimientos acerca del PDA. Solo resalto algunos de ellos, ya oficializada la escisión de la tendencia del MOIR: nos disponemos con el espíritu unitario heredado del maestro Gaviria a propiciar encuentros y conversaciones con todo el espectro de la izquierda y la centro izquierda, además de sectores del liberalismo y del movimiento social sin exclusiones, ni vetos, en la perspectiva de configurar esa gran alianza electoral que en el 2022, y afincada en la movilización social, ponga freno a la deriva autoritaria en curso. De otro lado, que esta nueva etapa del PDA se concibe de largo aliento, más allá del 2022, en la perspectiva, no solo de dar gobernabilidad a un eventual mandato alternativo en el 2022, sino garantizar un “continuum” de gobiernos avanzados a muy largo plazo, de tal manera que se consoliden las profundas trasformaciones que el país requiere.
Para finalizar quiero manifestar que el PDA esta en modo “lluvia de ideas”. Desde el TPEZ, consideramos que el Partido debe propender, ya no a ser la gran carpa de todas las izquierdas, sino a contribuir desde su Ideario de unidad, a la conformación programática de esa gran izquierda con la que todos soñamos.