Por: Juan Luis Vega Salazar
Pocos meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Rusia firmaron el famoso acuerdo de no agresión conocido como Ribbentrop-Mólotov, por los apellidos de los respectivos cancilleres. Las diferencias entre las dos naciones no podían haber sido más diametrales, y sin embargo, al ver lo necesario que tal arreglo era de cara a lo que se veía venir, las dos potencias se allanaron a negociar pronta y efectivamente. Como ese hay por supuesto miles de ejemplos, dentro de los que se cuentan no pocos en el plano local. Desde las alianzas de la gesta independentista, pasando por el Frente Nacional hasta lo que hoy en día vemos en las campañas a la presidencia de la república. La razón es que en materia política, más que amigos, hay socios, y entre más grande el desafío, mayor la envergadura de la apuesta.
Ahora, hay que tener claro que en realidad no son alianzas sino componendas las que se llevan a cabo entre pares. Cuando el Partido Conservador y sus movimientos políticos derivados se juntan con el Partido Liberal y los suyos, cuando esas dos fuerzas supuestamente contrarias se suman, lo que hay es un cerramiento de filas en torno a lo fundamental: la conservación del poder. Ellos entienden que para seguir mamando de la teta del Estado es menester salvaguardar su hegemonía, la cual no van a poner en riesgo por diferencias mezquinas, ni mucho menos por pataletas y berrinches de egos aporreados. La disciplina allá se entiende y aplica porque produce réditos, y porque la verdadera patria de esos “honorables políticos” es el poder y sus privilegios.
No pasa así con la oposición, y sea esta la ocasión para dejar por sentado de una vez por todas, y así suene maniqueo, que todo lo que no es oposición, es establecimiento.
Para que surja una fuerza capaz de destronar las estructuras imperantes se necesitan demasiadas cosas: una cierta conciencia social, una situación insostenible, o por lo menos ya inaceptable, una posibilidad u oportunidad latente de transformación, como unas elecciones, por ejemplo, y, por supuesto, una fuerza política que encarne todo lo precedente, cuando no un caudillo que inspire y mueva a las masas al cambio. Sin embargo, y aún contando con todo ello, subvertir el orden de las cosas sin ayuda del sabotaje interno del sistema es prácticamente imposible, ya que todos los controles están en manos del statu quo, aunado, como si fuera poco, al control de los medios de comunicación y otras estructuras de no menor importancia estratégica, como las fuerzas armadas, por citar una.
Se hace necesario entonces para las organizaciones emergentes que se establezcan alianzas con sectores del establecimiento que, por las razones que sean, quieran desvincularse del viejo régimen. Esto, como es apenas lógico y previsible, resulta escandaloso para el no iniciado, razón por la cual es menester hacer pedagogía desde tribunas como esta, y, sobretodo, es imperativo que las campañas vinculen a su potencial electorado en el proceso de aceptación de esas posibles alianzas, ya que, de no hacerse ese ejercicio, se produce un hálito de secrecía, y una sensación de turbiedad que puede ser nociva, pues le hace creer a la ciudadanía que se trata todo ello también de componendas con fines personales, y no de una estrategia con vocación de hacerse con el poder.
Cómo será de importante este tema, que tiene a todas las campañas detrás de los grandes gamonales para lograr su favor en las regiones, o para influenciar sectores de la población susceptibles de directrices, como cuando se le ordena a las alcaldías y gobernaciones votar por X o Y candidato. ¿Qué hace el Pacto Histórico detrás de César Gaviria? O mejor aún, ¿Por qué aceptó a Benedetti y a Roy Barreras cuando todos conocemos su trayectoria? La respuesta es sencilla: porque ese tipo de estafetas que pueden moverse en todos los escenarios son necesarios, y porque sin una suerte de beneplácito por parte de por lo menos algunos de los sectores vetustos del establecimiento es sencillamente imposible llegar al poder, no digamos ya mantener la gobernabilidad.
En política, queridos amigos, y en realidad en cualquier otra esfera de la realidad, como en los matrimonios, por ejemplo, las alianzas, los compromisos y la tragadera de sapos son pan de cada día. No seamos ingenuos, ni exijamos purismos que no conducen a nada.
La política es dinámica, dice el lugar común, y no hay santos con chimbo, el adagio popular.