“Cerco diplomático”: o cómo arruinar al vecino para causar la ruina propia

Por: Pedro Durán Barajassociólogo de la Universidad Nacional.

Es extraño que el país no repruebe la insensatez con que Duque y su gobierno conducen las relaciones con Venezuela. Eso pasa porque entre las pasiones ciegas que desató el uribismo, quizá la menos cuestionada es el odio al chavismo. Y también porque en los últimos años Maduro ha hecho méritos para que no haya quien lo defienda.

Nuestros economistas no le han prestado suficiente atención a cómo nos afecta el desastre venezolano. Hace apenas doce años las relaciones entre Colombia y Venezuela alcanzaban cimas de comercio superiores a 6.500 millones de dólares y beneficiaban sectores importantísimos de la industria y la agricultura nacional. ¡Qué pronto se desvanecen los recuerdos de nuestra memoria colectiva!

Hoy, la catástrofe económica de Venezuela, causada en buena medida por las sanciones del “cerco diplomático” ha sido una de las escasas metas alcanzadas por el gobierno de Duque, que de paso trajo ruina a la frontera de Colombia con Venezuela y devastación en la economía nacional. ¿No bastará que tengamos casi dos millones de migrantes venezolanos para entender que estamos viviendo nosotros mismos la tragedia que este gobierno buscó?

Cierto que el gobierno venezolano actual es el que más críticas merece entre los que ha habido desde 1959 cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Pero eso no justifica que los mejores esfuerzos de la diplomacia colombiana se encaminen inútilmente a tumbar al gobierno vecino, y no a procurar su estabilidad pensando en los cuatro millones de compatriotas que viven en regiones adyacentes a la frontera, además de los dos millones de colombianos que hasta hace poco eran residentes en Venezuela.

 

Foto de Juan Pablo Cohen

Todos hemos perdido con el “cerco diplomático”. No le sirvió a Duque para rehabilitarse ante su propia galería conservadora y uribista. Tampoco sirvió a la estrategia electoral de Donald Trump. Precipitar Venezuela a la ruina total tampoco sirvió para democratizarla. En cambio, nosotros nos obligamos a asumir buena parte de su catástrofe. Debe ser muy frívolo Iván Duque para haber olvidado que dos millones de colombianos con sus hijos, nietos, parientes y amigos vivían en Venezuela. ¿No fue capaz de imaginarlos repatriándose en medio de la pobreza?

Sobrevenida la avalancha, Duque estableció un Estatuto Temporal de Protección tal como hace EE.UU. con los migrantes cubanos. Decisión justa, pero motivada más por la fantasía soterrada de querer ser presidente gringo y no colombiano. Patética condición de las élites del subdesarrollo que no pierden ocasión de sentirse un poquito gringas. Solo que la capacidad de ese país para enfrentar la ruina que causa a Cuba el inmoral embargo es mil veces mayor que la nuestra para enfrentar la bancarrota venezolana. ¡Vaya tarea la de recibir dos millones de pobres nuevos cuando ya teníamos 22 millones de pobres propios! Esta migración sin precedentes se ha sentido en la frontera con más crudeza que en ninguna otra parte de Colombia.

La imposibilidad de exportar petróleo a su mayor cliente histórico y de cobrar utilidades de su principal empresa refinadora en Estados Unidos fueron sanciones que Colombia debió evitar obrando como amigable componedor y no como secuaz. Renunció Duque a asumir una posición diplomática firme pero respetuosa ante el gobierno venezolano, en favor de una cascada de acciones erráticas y peligrosas junto al llamado “Grupo de Lima”, hasta causar la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países, y más adelante el cierre de la frontera, con lo que Duque entregó a las organizaciones armadas ilegales el control de los vínculos de comercio y vecindad que sostienen cuatro millones de colombianos con las poblaciones de los estados fronterizos de Venezuela. Tan solo en el área metropolitana binacional de Cúcuta existe una conurbación binacional que habitamos dos millones de personas en las ciudades de Cúcuta, Villa del Rosario, Los Patios, Ureña, San Antonio y San Cristóbal. Aquí se han multiplicado los pasos ilegales o “trochas” que controlan varias organizaciones armadas. Miles de personas los cruzan diariamente pagando peaje a sus dueños, sin ningún control sanitario o policivo.

El cierre ha separado familias, amigos y ha privado de compradores al comercio colombiano, lo que según gremios de Norte de Santander explica en buena medida que la mitad de los cucuteños vivan en la pobreza.

Los habitantes de la frontera entre Colombia y Venezuela, desde el pueblo Wayú de la Guajira hasta las gentes llaneras de Arauca, Vichada y Guainía, y quienes habitamos Norte de Santander, no respaldamos el gobierno de Maduro, pero somos muchos los que exigimos al gobierno de Iván Duque que no se inmiscuya en la política interna de Venezuela, porque la historia nos ha enseñado que nuestra estabilidad como regiones binacionales depende del respeto a nuestros vecinos.

Son incontables las veces que altos funcionarios del gobierno de Duque han hecho lo que han podido para dañar la relación binacional y perjudicar nuestra vida en la frontera. En septiembre de 2018 el Embajador en Washington, Francisco Santos, insinuó la posibilidad de una intervención militar en Venezuela. En mayo del año pasado la entonces canciller Claudia Blum afirmó que entre sus objetivos se contaba la salida de su cargo del Presidente Maduro. Todas estas maniobras atolondradas del “Cerco Diplomático” no han causado sino pérdidas.

Desde hace varios meses crecen las voces gremiales y ciudadanas en Norte de Santander que piden la apertura de los pasos fronterizos, pero es menester tomar decisiones de alcance mayor: cuatro millones de colombianos tenemos derecho a exigirle a Duque que reestablezca el diálogo diplomático con el gobierno que ejerce autoridad real en Venezuela, sin que importe quien lo lidere.

La esperanza de encontrar salida a esta situación no puede desvanecerse por el cruce de desafíos, descalificaciones y reproches entre los gobiernos de ambos países. Si se antepone el interés del pueblo de Colombia y sus departamentos fronterizos, debe reestablecerse cuanto antes el diálogo diplomático con el gobierno venezolano (con el de Maduro, así no nos guste) para retomar viejos sueños de integración que hoy parecen lejanas quimeras, como si hasta hace muy pocos años no hubiéramos saboreado ya sus frutos en la infraestructura y el comercio. Hay que ver cuánto daño nos hizo Duque en tan poco tiempo.

¿Es acaso delirio exigirle a este gobierno que oriente de nuevo las relaciones binacionales pensando en los intereses de la nación colombiana? ¡Vaya frivolidad capaz de anteponer el ciego orgullo uribista al interés práctico de ayudar a recuperar Venezuela para que se beneficie Colombia! Habrá que esperar el gobierno del Pacto Histórico.