jueves, septiembre 19

Carta del Coronavirus a la humanidad

Queridos habitantes del Planeta Tierra.
Por: Gustavo Bolívar /twitter: @GustavoBolivar

Hola, soy el nuevo coronavirus. Me bautizaron con el nombre de COVID-19, del tipo alfa y beta, para diferenciarme de otras clases de coronavirus del tipo gama y delta, enquistados dentro de cerdos e incluso humanos.

Sé que me temen y desean mi pronta extinción, pero quiero a través de esta misiva, explicarles mi razón de ser para que reflexionen al respecto.

Muchos piensan que soy parte de una campaña de terrorismo biológico contra una de las principales potencias económicas del mundo. No es cierto. Creyentes en teorías de conspiración piensan que fui creado en el laboratorio de una multinacional farmacéutica que desarrolló previamente una vacuna. No es el caso.

Solo soy un producto de la expansión humana. Yo no habitaba dentro de ustedes. Pululaba dentro de animales selváticos, sin ninguna intención de causar daño a los humanos. Me sacaron de donde estaba y encontré en sus sistemas respiratorios hábitat propicio para convertirme en un contagioso virus asesino.

Cientos de miles de ustedes en el mundo están hoy contagiados. Pronto serán millones. Decenas de miles morirán como en sus guerras sin que ni el dinero, ni las armas, ni el poder, ni la arrogancia de las grandes potencias, ni los discursos burlescos de algunos gobernantes lo puedan evitar. Las tasas de mortalidad variarán de un país a otro dependiendo del poder o la pobreza de sus sistemas de salud pública. Las naciones que más han invertido en la salud de sus habitantes, las que más camas en cuidados intensivos con unidades respiratorias tengan: sufrirán menos, verán morir en menores cantidades a los suyos. Por el contario, los países que confiaron la salud de sus gentes a despiadados negociantes, mercaderes de la vida, que miden sus ganancias en la mala calidad de los medicamentos entregados y el número de tratamientos negados, tendrán que contar los muertos con calculadoras.

Pero no todo es malo y no lo digo con cinismo. Leyendo el momento histórico, el caos y la destrucción ambiental que provoca el cruel sistema económico que practican, a la larga terminaré dejándoles importantes lecciones. Tal vez los habitantes de hoy no lo piensen así, pero los niños del futuro, los que no han nacido, leerán en sus libros de historia que un virus terrible, por allá en 2020, los salvó de recibir un planeta decadente, insostenible y a punto de colapsar.

También soy un juez que mide el talante de sus gobernantes, un termómetro de eficiencia o ineficiencia. Observando su improvisación, su vulnerabilidad, el desorden con el que actúan ante algo que se les sale de madre, la indecisión para impartir órdenes en momentos decisivos y la incredulidad con la que manejan la aparición de un virus antes de su expansión por el mundo entero, debo decir hoy que, salvo contadas excepciones, están ustedes en manos de ineptos. Algunos dijeron que los efectos que causo se podrían equiparar a los de una gripe. Hoy pagan las consecuencias. Unos tardaron mucho en tomar medidas drásticas, como el confinamiento total, otros quisieron hacer política con el miedo de la gente y terminaron lapidados, algunos terminaron presos de sus propias indecisiones. Lo cierto es que el mundo paga hoy las consecuencias de no haber afrontado con seriedad e inteligencia, desde las primeras dos semanas mi aparición en unos pocos humanos.

No pasarán muchos años para que me agradezcan el haber irrumpido en sus vidas. A partir de mi presencia entre ustedes, la humanidad tendrá un antes y un después. Les devolveré el sentido humano, la necesidad de estar unidos en lo fundamental por encima de diferencias religiosas o ideológicas, les recordaré el amor por sus viejos, les restauraré el diálogo familiar, les devolveré el sentimiento de la caridad hacia los más desafortunados y les enseñaré a valorar el tesoro más preciado que tienen: su salud. Y a las naciones que trabajan con obsesión por lograr statu quo, les habré demostrado que han desperdiciado décadas y billones de dólares preparándose para la guerra pero descuidando su capital humano. Sus poderosas armas intercontinentales, sus aviones supersónicos, sus bombas atómicas y sus drones bombarderos teledirigidos, no sirven de nada ante una eventualidad como la que les he causado. Incluso, naciones opuestas ideológicamente, interactuarán como amigos solidarios en busca de medicinas y personal médico calificado.

Miles de enfermeros, doctores, virólogos y científicos trabajan día y noche, sin descanso, para mitigar los estragos que estoy causando. Para ellos ha habido, con justicia, aplausos y admiración, pero muchos están pidiendo más medios de protección sanitaria que ovaciones, mejores condiciones salariales que palabras de aliento, que también necesitan. Estos héroes y heroínas son muy vulnerables por su alta exposición con el virus y pronto la tercera parte de ellos y ellas estarán contagiados y se convertirán en pacientes, agravando el problema de la escasez de mano de obra calificada. Incluso muchos morirán cumpliendo su juramento hipocrático.

Pronto me extinguiré, ya sea porque el miedo a morir, finalmente, los haga aislarse para preservar sus vidas, o porque alguien encuentre la vacuna para contrarrestar mi efecto. En cualquier caso, dejaré huellas. Aprenderán que, en momentos tan difíciles como este, la soberbia humana y el dinero no son determinantes. He castigado por igual a famosos y anónimos, a poderosos y a súbditos, a multimillonarios y a pobres. Después de mi paso por sus vidas, les quedará claro que las naciones que invirtieron más en hospitales que en armas, más en educación que en aviones militares, podrán soportar con mayor éxito una futura amenaza. Porque de algo pueden estar muy seguros. No seré el último ni el más peligroso virus que deban soportar.

Corrobora mi tesis el que potencias mundiales como los Estados Unidos, China, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, sean las más azotadas hoy por la pandemia. Esos países nunca lo reconocerán, pero sus gobernantes maldecirán haber invertido tantos trillones de dólares en ejércitos, y no en prevenir enfermedades o en desarrollos científicos para encontrar la cura para las enfermedades más devastadoras que la misma guerra. Sus infinitas hileras de escudos antimisiles no podrán detener jamás a un enemigo tan pequeño y desarmado como yo.

Más que un virus soy Naturaleza, producto de la Tierra, soy raíz del planeta. La Tierra sacudiéndose, tu planeta manifestándose. Ustedes caminan a pasos agigantados hacia la inexorable extinción de su raza. Teníamos que hacerlos reflexionar. No había otra forma de frenar el ímpetu desarrollista, la ignorancia del contaminante, la involución del ser que perjudica su entorno sin empatía alguna, el negacionismo de muchos hacia el cambio climático, la inercia destructiva que traían los humanos.

La Tierra necesitaba descansar, de los 1.200 millones de vehículos que recorren a diario sus carreteras, emitiendo dióxido de carbono a la atmósfera, moliendo contra el pavimento 6.800 millones de llantas construidas a partir de materiales fósiles y que producen enormes cantidades de microescombros contaminantes. Necesitaba frenar los 43 millones de viajes que realizan los aviones cada año, y que contribuyen con el 2% del total de los gases de efecto invernadero que produce el mundo. Necesitaba frenar la deforestación anual de 15 millones de hectáreas de bosques que producen, la ganadería en mayor medida, los monocultivos, el tráfico de madera y los cultivos ilícitos en menor cuantía. Necesitaba frenar la minería que seca sus ríos, el fracking que contamina las aguas que ustedes consumen. Necesitaba detener la emisión de dióxido de azufre, mercurio y níquel que expulsan las termoeléctricas que generan energía a partir de la quema de carbón mineral. Necesitaba detener las turbinas de las hidroeléctricas productoras de material orgánico que al descomponerse expulsa gas metano hacia la atmósfera.

La naturaleza necesitaba un respiro que sin querer yo le he dado. No piensen que esto es una venganza. Simplemente, es un mecanismo de defensa para postergar el final. Las cosas no estaban bien. Al paso que iban, privilegiando el petróleo y el oro sobre el agua, destruyendo terrenos fértiles, aptos para la agricultura, para sembrar cemento y acero, generando desigualdad con la injusta manera como el neoliberalismo pone a competir al más miserable con el ultrarico, el planeta no tenía viabilidad.

Hoy, al ver las calles de cientos de ciudades vacías, sin autos, sin motos, sin chimeneas industriales; al ver la cima del Monte Everest despejada; al ver que las aguas de Venecia se aclaran; al ver que se desploman los niveles de concentración de dióxido de nitrógeno sobre los cielos de China, Italia y España; al ver delfines que se asoman en la Bahía de Cartagena, zorros que bajan de los Cerros Orientales de Bogotá, jabalíes en Italia y Barcelona, ciervos atravesando las calles de ciudades que los habían desplazado, las zarigüeyas paseando por Neiva con su crías, la esperanza renace. Esto es hermoso ¿o no? La naturaleza despertando a la pesadilla que significó para ellos el urbanismo brutalista que la había negado. Los animales pensando que ya pueden retornar a sus lugares, que ha desaparecido la amenaza porque los humanos que les disparan o los apedrean se han ido.

Se antoja bello el paisaje, pero esto apenas es un inicio. Un virus no va a frenar el cambio climático pero les habrá hecho tomar conciencia de los malos pasos que estaban dado. Quedan muchas tareas pendientes. En lo humano, comprender que los presupuestos de educación y salud no son gastos de los Estados, sino inversiones con alto potencial de ganancias en capital: es mejor invertir en la vida. Veamos solo este ejemplo. Alemania solo verá morir al 0,25% de las personas que se infectaron, mientras que en Italia morirán el 9,5% de las personas contagiadas. Las razones básicas son dos. Alemania tiene 25.000 camas en Cuidados intensivos con asistencia respiratoria, mientras Italia solo tiene 5.000. Esa diferencia, en inversión es una diferencia en vidas humanas. Aún así Alemania anuncia que duplicará a 50.000 las UCI en las próximas semanas. La otra razón es la prevención y la detección temprana del virus. Los alemanes vienen practicando exámenes a todos sus pobladores, mientras otros países someten a examen solamente a quienes muestran síntomas del virus.

Hagan la tarea. No sigan depredando paraísos naturales ricos en biodiversidad solo por alcanzar un grado más de desarrollo.

No dejen tumbar un árbol más en la Amazonía. Es tan potente su función dentro del planeta que cada 20% que se desforeste hará que la temperatura de la Tierra aumente un grado. Si desertizan ese pulmón del planeta, sus billones de árboles dejarán de absorber el CO2 que luego calentará la atmósfera. No habrá quién enfríe el clima, se perturbarán los ciclos de lluvia, los ríos oscilarán entre caudales secos e incontenibles inundaciones que amenazarán la vida acuática y anfibia, incluyendo a la humana.

No permitan que la temperatura suba más allá de dos grados este siglo. En los últimos 30 años se han perdido tres cuartas partes del hielo del Ártico. El 90% de los nevados han perdido sus capas glaciales. El 50% de las especies animales ha desaparecido.

Un calentamiento de cuatro grados de temperatura hará desaparecer los glaciales, los polos se derretirán, Siberia y Groelandia perderán sus gruesas capas de hielo y esto traerá consigo el aumento de los niveles de las aguas de los océanos. Verán playas y ciudades costeras inundadas y los desplazados climáticos generarán problemas sociales de grandes proporciones en las ciudades alejadas de las costas.

A medida que el CO2 se concentre, el agua aumentará de temperatura y se acidificará, haciendo que desaparezcan enormes reservas de corales. Por ejemplo, dos tercios de la Gran Barrera de Coral en Australia ha desaparecido por el aumento de las temperaturas de las aguas que viene generando el Cambio Climático. Esto acelerará la evaporación del mar y las precipitaciones serán más constantes. Habra cambios en las corrientes marinas, y las predicciones meteorológicas sufrirán un gran descontrol. Muchos cultivos se echarán a perder. Animales y plantas perderán su hábitat y centenares de especies desaparecerán para siempre. Los nevados serán fotografías del pasado. ¿No querrás vivir y dejar a los que te sucedan un planeta en estas condiciones? Sería un acto cobarde de extremo egoísmo e insolidaridad.

Entonces, los invito a sacar partido de este momento. A capitalizar cada una de las enseñanzas que les ha dejado la pandemia. Creo que al final habrá valido la pena. El cielo será más azul, el aire será más puro, los árboles tendrán otra valoración, los animales recibirán otro tratamiento, los ríos volverán a bajar raudos por las montañas y las muertes que hoy lamentan, serán pocas comparadas con las millones de vidas que habré salvado. ¿Cuántas personas dejarán de morir por los problemas congénitos de la pobreza? ¿Cuántas dejarán de morir por accidentes de tránsito durante estos días de encierro? ¿Cuántas dejarán de morir por atracos y asaltos durante los días de confinamiento? ¿Cuántas dejarán de morir en enfrentamientos militares? ¿Cuántas vidas se salvarán de la contaminación que mata a 24 millones de humanos al año? ¿Cuántas familias recibirán el mínimo vital de agua cuya ausencia mata a millones en todo el planeta? Respuestas por resolver pero sí hay certezas. La economía se habrá humanizado. Los ricos habrán entendido que el dinero no lo es todo y quizá, con las pérdidas que han sufrido en bolsa, entiendan que unos cuantos billones más o unos cuántos billones menos no les empobrece. Lo que tienen les alcanza para vivir varias vidas. Sus descendientes vivirán en un planeta más amable y menos inhóspito del que iban a recibir de no haberse presentado este alto en el camino.

Tienen que cambiar el modelo de desarrollo. Tienen que hacer con prontitud el tránsito de energías fósiles a energías limpias. Tienen que privilegiar al ser humano por encima de los negocios. Tienen que dignificar el trabajo de las personas. Tienen que respetar el curso de los ríos y el lecho de los humedales. Tienen que sembrar muchos árboles, más que los que han derribado. Durante la pandemia las emisiones de gases tóxicos se han disminuido en un 35% puede llegar esta merma al 50%. Manteniendo esos niveles, pero ya voluntariamente, pueden cumplir las metas de cambio climático establecidos en los protocolos de Kioto y el Acuerdo de París. Si al final lo hacen, si al final pueden frenar la hecatombe a partir de las enseñanzas que les deja esta crisis, me atreveré a decir, que he sido un mal necesario.

Disculpen las molestias. Excusas a las víctimas y condolencias a sus familiares, sus sacrificios serán el pilar de una revolución que cambiará para siempre la lógica humana, las dinámicas económicas. Ha empezado el cambio de paradigma. Ya nada volverá a ser igual.

Att: El coronavirus COVID-19

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