Por: Gustavo Bolívar
Durante las tres campañas de 2018 (Congreso y Consulta, Primera y Segunda vuelta presidencial) y las tres de este año, he recorrido Colombia entera por lo menos cuatro veces. De Amazonas a San Andrés, de Chocó a Vichada, de Nariño a la Alta Guajira, por nombrar los puntos más extremos. Han sido más de 200 municipios y alrededor de 300 reuniones presenciales y unas 400 virtuales, escuchando a la gente, a los gremios, a los sindicatos, a las organizaciones sociales, a los indígenas, a los afros, a los jóvenes, a las organizaciones de mujeres, a los taxistas, a los moteros, a los empresarios, a los artistas, a los ambientalistas, a los maestros, a los campesinos, a los mineros. Siempre llevando el mensaje de Gustavo Petro y luego el del Pacto Histórico, proponiendo proyectos y programas, oyendo denuncias, escuchando ideas. La gente necesita ser escuchada.
En estos 5 años, desde que conocí a Petro y me enamoré de su proyecto de una Colombia Humana, he tuiteado unas 30.000 veces y he hecho al menos 250 transmisiones en vivo, la mayoría de sus discursos en plaza pública y el Senado, incluyendo las casi 50 emisiones del programa “Los Gustavos”, el espacio donde nació el Pacto Histórico y que se pasaba los domingos de siete a nueve o diez de la noche.
No menciono estos datos para chicanear ni para recordarles que he sido un obrero incansable de la causa progresista. No. La traigo a colación para explicar un poco mis llamados de atención de la semana pasada. En estos viajes vi y escuché historias de sacrificio que me llevaron de la emoción al dolor. Líderes de la Colombia humana asesinados. Líderes del Pacto Histórico amenazados, desplazados, amedrentados. Jóvenes esperanzados haciendo bazares para recoger fondos para una pancarta. Señores dejando de llevar comida a sus casas para imprimir camisetas. Gente en lugares tomados por la derecha, expuesta a los insultos y a la estigmatización. Campesinos recorriendo las veredas a lomo de mula para transmitir el mensaje del cambio. Empresarios, entre ellos yo, viendo cómo se quiebran sus negocios por frentear a Petro. Artistas que fueron limitados por declararse de izquierda. Gente que perdió su empleo porque sus jefes eran uribistas y no pudieron tolerar su pasión por el cambio. Jóvenes sin ojos por gritar “abajo el mal gobierno”. Familias destrozadas por sus muertos o desaparecidos durante el estallido social. Son miles las historias de sudor y sacrificio las que he visto y escuchado en tantos viajes de campaña o como miembro de la Comisión de paz. Incluso estuvimos con Gustavo en La Haya, abrazándonos con la diáspora.
Después de tantos viajes, aún tengo frescos en mi memoria muchos de esos rostros, angustiados, esperanzados, alegres, preocupados, ansiosos por la fecha de la elección. En todos ellos había un denominador común: la esperanza. La esperanza en el triunfo de Petro. La esperanza del cambio. La esperanza de que cese la violencia. La esperanza de que se acorte la brecha de desigualdad. La esperanza de que se acabe la corrupción. La esperanza de que aparezcan las oportunidades para “los nadies”, como los bautizara Francia. Las oportunidades que nunca han tenido. Toda la vida se han limitado a cargar ladrillos para construir procesos que hasta hace 15 días siempre resultaban derrotados.
Esos millones de “nadies” sonrieron, lloraron y gritaron hasta el cansancio el pasado 19 de junio después de que el boletín número seis de la Registraduría anunciara que la votación de Gustavo Petro ya era inalcanzable para su competidor. Ese fue el día del júbilo inmortal. El día en que triunfó un candidato del pueblo. El día en que se derrotaron las maquinarias y a las mafias del establecimiento. El día en que la prensa nacional, por primera vez en la historia, no pudo poner presidente. El día en que se derrotó por tercera vez, este año, al uribismo.
Pues todo esto es para decirles por qué me preocupa que los nadies, con todo lo que le aportaron al triunfo popular, no aparezcan aún en el horizonte y en cambio sí figuren personajes que no creían en el proyecto, personajes que no llevan esta causa en el corazón, personajes que llegaron unos días antes e incluso unos días después del triunfo.
Sé que aún es muy temprano para decir que fueron ninguneados. Mi preocupación ha sido recordarles a quienes están conformando el nuevo gobierno que los nadies no se pueden quedar por fuera. Lo hago con la autoridad moral que me da el haber recorrido cada rincón de Colombia y, sobre todo, la de no estar pidiendo nada para mí. Seré tal vez de los pocos congresistas que no tendrá cuotas en el gobierno. No he asistido a las repartijas, no he pedido ministerios, no le he pasado una sola hoja de vida a Petro, no he pedido puestos ni burocracia ni la pediré, aunque en el fondo de mi corazón sé que lo merezco más que muchos. Mis amigos me piden a gritos que deje de ser pendejo, que pida, que controle, que obtenga posiciones, pero los tengo que decepcionar, no vine a la política a amasar poder ni a hacer negocios. Mi único compromiso es con la gente. Solo quiero para ellos y para ellas un cambio real para mi país. Solo quiero que los políticos no se sigan robando la plata de los impuestos que ni ellos mismos pagan. Solo quiero que a la gente no la sigan matando en los territorios o en las calles de las grandes ciudades. Solo quiero que no haya hambre y que los jóvenes vivan sin angustias.
No dejé mis comodidades para venir a enfrentarme a un monstruo que por poco me engulle y me destruye, aunque no estoy seguro de que aún no pueda hacerlo, para congraciarme con los corruptos, aceptarles invitaciones y sentarme a manteles con ellos a hacer negocios sucios. No dejé mi vida tranquila de escritor bien pago por venir a taparle nada a nadie, por hacer lo mismo que hacen la mayoría. Si fuera para que todo siga igual, me quedo en Miami, donde estoy ahora. Por eso los nadies queremos una nueva política, queremos a los corruptos con sus manos sucias lo más lejos posible de la chequera del Estado. Fue la promesa por la que votaron. Por eso me declaro en estado de alerta y vigilancia sobre los nombres que intenten llegar al gobierno sin los merecimientos debidos y sin las calidades morales suficientes. Por ejemplo, el futuro reemplazo de Felipe Córdoba en la Contraloría.
Es una dura tarea la que le espera a mi tocayo presidente porque no es fácil nombrar miles de personas y acertar en todas. Pero para eso estamos nosotros, sus amigos. Para encender las alertar sobre la presencia de esos personajes indeseables que envilecieron la política e hicieron de esa noble actividad la más vergonzante de todas. Para devolverle a la política su majestuosidad y orgullo debemos actuar con coherencia y mantener la lealtad con la gente y no con los amigos del poder. Eso cuesta amistades, regaños, incomprensiones. Muchos me gritan lambón, entrometido, sapo, inoportuno o algunos compañeros y compañeras dicen en reuniones privadas que Bolívar se vive cagando en los procesos. Puede ser cierto, pero es la labor que me he encomendado a mí mismo cuando paso por esos hospitales saqueados por los corruptos donde la gente muere en sus puertas esperando una cirugía o un medicamento. Es lo que me exige mi conciencia cuando recuerdo mi viaje a la Alta Guajira, a donde llegué por caminos indeterminados, y aquel niño desnutrido y sin camisa atravesó una cuerda en la parte más estrecha del camino para exigirme una botella con agua a cambio de dejarme pasar. Es imperativo hacerlo cuando nos enteramos que hay pueblos enteros que agonizan por falta de vías terciarias y millones de jóvenes sumidos en la desesperanza. Es lo que deberíamos hacer todos. Vigilar, vigilar, vigilar. Para que esta oportunidad de oro no se nos escape de las manos. Para que la esperanza de los nadies no sea traicionada. Para que los corruptos, que ya fueron derrotados, no se asomen por el Pacto Histórico a vender sus votos a cambio de entidades para saquearlas y para esclavizar sexual o electoralmente a sus empleados y contratistas.
Se necesita gobernabilidad, claro que sí. Se necesitan mayorías en el Congreso, claro que sí. Yo mismo alerté sobre esa necesidad hace dos años cuando lancé la campaña 55/86. Se necesita el Acuerdo Nacional para que Petro pueda gobernar con todos y para todos. Pero también se necesita pueblo, bases fieles, apoyo popular. Porque el establecimiento se te voltea por un plato de lentejas. El pueblo no. El pueblo fue el que sostuvo a Petro en la Alcaldía cuando el establecimiento se le volteó. Y por supuesto que también se necesita oposición, también se necesitan contrapesos para lograr legitimidad.
Pero, por sobre todo, se requiere compromiso con la causa y con el pueblo que la abrazó y la hizo suya. La causa por la que han muerto miles. No podemos traicionar sus memorias, no podemos traicionar a sus familias ni a las víctimas. De modo que la tarea de mi tocayo presidente es mantener esas mayorías que ya se anuncian para que pueda gobernar tranquilo. Como lo viene haciendo pero equilibrando los poderes: el del estamento interesado y el de los nadies que nunca le darán la espalda.
Y no se trata de darle un puesto a cada integrante de la causa. Sería imposible. No se trata de puestos, se trata de representatividad. A ellos no los representan quienes los han excluidos por siempre, quienes se han olvidado de ellos por dedicarse a los “negocios”. Se trata de poner en cargos que tienen que ver con su futuro, a personas que jamás los van a traicionar. No son ellos, precisamente, aquellos que en el pasado, cuando tuvieron poder, no movieron un dedo para ejecutar políticas públicas tendientes a sacarlos del ostracismo. No son ellos los representantes de la vieja clase política que llevaron al país al saqueo, al hambre y a la violencia. Y para mayor claridad, no tengo candidatos para esos cargos. Se trata de poner personas probas moral y técnicamente que cuiden los recursos para que la redistribución del ingreso los toque, ahí sí a todos. Y para eso nos toca ahuyentar a los buitres, ponerlos en la picota pública, desnudarlos en sus sucias intenciones. Los invito a que me ayuden en esa tarea. Eso no significa oposición al gobierno de Petro, jamás la haría, mi lealtad no lo admite. Al contrario, significa ayudarle a que su gobierno no esté salpicado de escándalos y pueda convertirse en el mejor de la historia. Gracias a quienes así lo han entendido, comprensión a quienes creen, por temor a perder las mayorías, que debemos callar y tapar. Por eso, tendré que detenerme a pensar si es coherente con mi lucha y mis ideales ir el 20 de julio a votar por una mesa directiva del Senado que no representa la nueva Colombia que queremos construir, que no representa la esperanza de los nadies. ¿Tanto arriesgar y tanto sufrir para terminar votando por los mismos de siempre?
Al final se sabrá si una sola golondrina es capaz de hacer verano.
Petro lo viene haciendo bien. Mejor de lo que muchos esperaban. En tan solo dos semanas, con unos pocos anuncios, gracias a las reuniones con Vargas lleras, Duque, Uribe, Rodolfo y los nombramientos de Álvaro Leyva en la Cancillería y Ocampo en el ministerio de Hacienda, mi tocayo presidente ha logrado que el país se llene de optimismo, que los mercados se tranquilicen, que el clima político mejore y que el país cambie de color, de sabor, que su atmósfera deje de estar tan pesada. Es un buen augurio de lo que viene. Partidos antagónicos, cuyos miembros lo consideraban un “castrochavista que acabaría con Colombia”, ya están en el Acuerdo Nacional. Será maravilloso ver a los Conservadores, por ejemplo, votando en favor de la legalización de la marihuana, la prohibición del fracking, o frenando el ascenso de militares cuestionados por violación de derechos humanos o actos de corrupción.
Escuchar a Uribe diciendo en una rueda de prensa “no se vayan, no se vayan de Colombia, quédense y empujemos entre todos este país”, no es más que el resultado de conversar y llegar a acuerdos con un hombre sensato e inteligente como lo es Petro.
De corazón, por él, por mi país, por los que siempre estuvieron excluidos, deseo que le vaya demasiado bien. Que los demás miembros del gabinete que le faltan por nombrar sean tan buenos como los que ya ha designado. He sido y seguiré siendo su principal escudero en las buenas y en las malas. Lo acompañaré siempre desinteresadamente porque creo en él y en su capacidad para conducir este barco tan averiado. Petro y Francia nos llevarán a puerto seguro. El puerto de la paz y la prosperidad universal. Petro mandará millones de pobres a la clase media y esto hará más ricos a los ricos. Les callaremos la boca a quienes creían que a la Casa de Nariño había llegado un demonio comunista a expropiar a todos, a perseguir periodistas y opositores, a cerrar iglesias, a perseguir a los empresarios y a quemar los libros de Adam Smith o Milton Friedman.
El universo bendiga y dé salud a nuestro presidente. Amor y sabiduría ya tiene. El Dinero, como a Mujica, no le gusta. Al lado suyo siempre.