sábado, diciembre 14

Una muchacha de 17…

Por: Gustavo Bolívar Moreno

La Colombia post conquista es una mujer. Comparada con otras féminas de la historia como Egipto, China o Europa que ya se encuentran en su etapa otoñal, esta linda y sufrida muchacha debe tener hoy unos 17 años. Cuando Colombia estaba en el vientre, Cristóbal Colón llegó con una recua de delincuentes a América, sacados de las masmorras españolas por la Reina Isabel a cambio de lanzarse al mar en una de las tres carabelas que zarparon de Palos de Moguer con rumbo incierto. El 12 de Octubre de 1.492, gracias a la poca información cartográfica de la época, las tres embarcaciones terminaron desembarcando por equivocación en una Isla de las Bahamas llamada Guanahani. 16 días más tarde la caravana de carabelas llegó a Cuba y el 5 de diciembre a la isla de la Española.

En su tercer viaje, en 1.498, Colón llegó a la América continental, concretamente a la costa venezolana de Paria. Un año después nacería nuestra bella Colombia. En 1.499 el navegante español Alonso de Ojeda en compañía de Juan de la Cosa y Américo Vespucio pisaron tierra colombiana en un lugar de La Guajira llamado el Cabo de la Vela.

El parto fue traumático. Antes de que Colombia pudiera gatear, los españoles ya estaban masacrando indígenas para robar sus tesoros. Antes de que caminara, ya se había iniciado la etapa de colonización de sus territorios bajo una heróica resistencia de las tribus Yalcón, Avirama, Pinao, Paeces, Andaquíes, Pijaos y Timanaes a la cual pertenecía la Cacica Gaitana, o cacica Timaná a quien Pedro Añazco, encomendado por Sebastián de Belarcazas, asesinó un hijo. En Venganza, la Cacica juntó a más de seis mil indígenas y atacó a Añazco y a sus 20 escoltas una madrugada, logrando asesinar a 16. A Don Pedro, que fue capturado vivo, le sacó los ojos con la punta de una flecha y lo llevó de pueblo en pueblo hasta su muerte.

Cuando Colombia empezó a balbucear los primeros monosílabos, ya se había iniciado el periodo de evangelización. De modo que la niña no pudo elegir su religión. Fue Católica a la fuerza. Los Españoles llegaron con la biblia en una mano y la espada en la otra. Eduardo Galeano lo retrató tan, pero tan contundentemente bien, que no me voy a desgastar tratando de superar un relato verdaderamente insuperable. El escritor Uruguayo dijo: “Cuando llegaron ellos traían la biblia y nosotros teníamos la Tierra y nos dijeron cierren los ojos y recen. Cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la biblia”. Eso fue lo que pasó. Sin más adornos.

Cuando bebé, Colombia, fue abusada, pisoteada, saqueada, vejada. Y no porque no opusiera resistencia. Quienes robaron su virginidad tenían las armas y asesinaron a quienes quisieron defenderla, algo similar a lo que sucede hoy en día. Después de la resistencia indígena vino la resistencia de los criollos, mezcla de indígenas con Españoles.   En esa lucha cayó José Antonio Galán, nacido en Charalá, defensor de las etnias de la época y quien muriera ahorcado, luego descuartizado y sus extremedidades esparcidas por varias ciudades del país.

Al igual que en su época La Gaitana, a finales del siglo XVII aquí las mujeres también pusieron su cuota de sangre y valentía para impedir que la párbula Colombia siguiera siendo abusdada, ahora con impuestos y tributos  impagables, fijados por la Corona Española a través de sus corregidores. Mujeres que arriesgaron sus vidas por defender la dignidad de esa Colombia usurpada por los españoles. Manuela Beltrán, a la edad de 57 años, para los que dicen que ya están muy viejos para luchar, rompió los edictos por medio de los cuales el regente de El Socorro, un señor Gutiérrez de Piñeres, fijaba los nuevos impuestos y gritó “Viva el rey muera el mal gobierno”. Transcurría el año de 1.781. Con ese gesto envalentonó a 2.000 campesinos que se amotinaron en la puerta del ayuntamiento, dando inicio así a la insurrección comunera. Antonia Santos, no sé si sea pariente de Juan Manuel Santos, se unió a la causa libertadora y fue fusilada en 1.792. Y Policarpa Salavarrieta, apodada “La Pola”, también fue fusilada en 1.817 por hacer espionaje para las fuerzas libertadoras.

Pero la lista de los y las que ofrendaron su sangre y su vida por lograr la independencia de España fue larga. Luego de dar sus primeros pasos, la bebé tuvo su primer tropiezo. Se independizó de España el 20 de julio 1.810 y a partir de entonces y sin haber consolidado la independencia de la madre patria, centralistas y federalistas empezaron a disputarse el poder. La proliferación de constituciones, los conflictos y guerras civiles entre provincias y el desorden institucional de la “patria boba” fueron aprovechadas por el Rey Fernando VII, quien ya recuperado de la invasión napoleónica, envió sus ejércitos a reconquistar la Nueva Granada. Juan Sámano y Pablo Morillo lograron derrotar a las fuerzas neogranadinas y se instalaron de nuevo en nuestro territorio vengando la intentona independentista con terror y sangre.

Como enseñándole a la recién nacida a acostumbrarse a la muerte, muchos de los precursores y próceres de la independencia fueron fusilados, ahorcados o descuartizados durante esta etapa. Francisco José de Caldas, fusilado por la espalda en la Plazuela de San Francisco, donde hoy queda el Parque de Santander, José María Carbonel, Jorge Tadeo Lozano, José Joaquín Camacho y Manuel Rodríguez torices, cuya cabeza fue expuesta por Morillo en el lugar donde hoy queda la Estación de la Sabana. Camilo Torres que fue fusilado en 1.816 y cuyo cuerpo fue desmembrado en cinco partes, a la hoy usansa paramilitar y expuesto en las cuatro entradas de Bogotá mientras su cabeza fue izada en una lanza en la hoy plaza de Bolívar.

El 7 de agosto de 1.819, la bebé, de la mano de Bolívar y Santander, reconquistó su independencia y desde entonces, no ha habido una sola era de paz larga y duradera en nuestro territorio. Todo el Siglo XIX, prácticamente toda la primera infancia de la sufrida Colombia fue marcado por disputas partidistas, gobiernos efímeros y ocho guerras civiles: La de 1830, la de 1851, la de 1854, la de 1860, la de 1876, la de 1885 que terminó en la redacción de la Constitución de 1.886 que nos rigió 104 años, la de 1895 y la de 1.899 que se llamó la Guerra de los mil días, que se desató en todo el territorio nacional cuando la niña aún no cumplía los seis añitos y que dejó la medio bobadita de 100 mil muertos y una patria debilitada moral, económica y políticamente, hechos que fueron aprovechados por los Estados Unidos para apoyar una revuelta independentista en Panamá que trajo como consecuencia que a la niña le amputaran un brazo a tan temprana edad.

Vino un largo periodo de hegemonía conservadora que empezó a derrumbarse, como se derrumba hoy el uribismo, por la brutalidad y la intolerancia oficial. Unos cinco mil trabajadores de la United Fruit Cómpany, que explotaba por aquel entonces el cultivo de banano, se encontraban reunidos en huelga general en la plaza de Ciénaga Magdalena. Estaban exigiendo un pliego más que justo que incluía el descanso dominical que por aquel entonces no tenían. Pedían reparación por accidentes, que por aquel entonces, tampoco tenían. Los trabajadores reunidos en la Unión Sindical de Trabajadores de Magdalena, pedían mejor servicio hospitalario y mejoras salariales. Y el gobierno nacional, el uribismo de entonces, encabezado por Miguel Abadía Méndez, en vez de solidarizarse con sus trabajadores decidió abogar por la multinacional.

Desesperado por las justas protestas de los trabajadores de las bananeras, el gobierno nacional, en franca defensa de los intereses de la multinacional, decidió enviar un ejército bajo el mando del nefasto y célebre General Carlos Cortés Vargas, para controlar la situación. En la noche del 5 de diciembre de 1.928 y tras un periodo de detenciones ilegales y hostigamientos del Ejército, hagan de cuenta lo que pasa hoy en Cauca o Nariño, el General Cortés decidió desatar toda su incapacidad y toda su impotencia contra la población desarmada. Al toque de una diana y con unos 300 soldados rodeando la plaza, abrió fuego contra la población civil con nidos de ametralladoras apostadas en las cuatro esquinas de la plaza de Ciénaga y la consecuencia de esa noche de terror, que dejó, según el historiador o la fuente, de 800 a 3.000 muertos entre trabajadores, sus mujeres y sus niños, fue la caída de la hegemonia conservadora en el poder desde hacía 30 años.

En las elecciones de 1.930, cansados del autoritarismo, los abusos del uribismo de la época y el beneficio de la impunidad que le fue otorgado al Mario Montoya de esa entonces, los colombianos eligieron al liberal Enrique Olaya Herrera. Empezó una corta hegemonía liberal que terminó en 1.946 por la siempre, bendita, sistemática división de los partidos progresistas. Aprovechando que el partido liberal tenía dos candidatos, Gabriel Turbay (441.199 votos) y Jorge Eliécer Gaitán (358.957 votos) el partido conservador ganó las elecciones con Mariano Ospina Pérez (565.939 votos). El regreso de la derecha al poder en 1.946, al igual que en 2018, marcó el recrudecimiento de la violencia en Colombia. Se inició una etapa de persecución criminal a los liberales que desembocó en la creación de grupos de fanáticos asesinos de la diferencia llamados los “Pájaros” como las Águilas Negras de hoy, también llamados los Chulavitas. Los liberales que se denominaban los Cachiporros, se defendieron y después pasaron al ataque. Estos grupos durante el gobierno de Laureano Gómez mutaron o dieron origen a las guerrillas campesinas.

Y no había cumplido Colombia los 7 añitos cuando el Partido Liberal se aprestaba a regresar al poder de la mano de Jorge Eliécer Gaitán, quien por su arrollador apoyo popular, su inteligencia para interpretar a las multitudes y un vibrante discurso que movía las fibras de toda la nación, se perfilaba como el ganador de las elecciones de 1.950.

Pero el establecimiento, que acababa de regresar al poder con su receta de desigualdad, corrupción y discriminación, no podía darse el lujo de perder los privilegios, los contratos, los puestos, el erario que acababan de recuperar. Había que matar al “indio hujueputa” ese que amenazaba con ganar las elecciones. Y lo mataron.

Desde entonces esa ha sido la fórmula ganadora. Les ha funcionado y la siguen practicando. En 1.986 mataron a Pardo Leal, en 1.989 mataron a Galán, en 1.990 mataron a Carlos Pizarro y a Bernardo Jaramillo, en 1.995 mataron a Alvaro Gómez. Pero en los intermedios han acabado con la vida de miles y miles de militantes de partidos de izquierda (6.000 de la UP), de miles de jóvenes, de miles de líderes sociales, cientos de excombatientes y cientos de miles de civiles.

La consigna de la ultraderecha es la misma que la de la izquierda pero en el caso de ellos sí ha sido exitosa: “No pasarán”. Y no hemos pasado por distintas razones. Una, quizá la principal porque, al igual que centralistas y federalistas de la Patria Boba, los liberales del prebogotazo o los alternativos de 2018, nunca nos unimos. La segunda, porque no somos organizados. Dije en la campaña de 2018 que la izquierda prefería perder el poder a compartirlo mientras que la derecha prefería compartir el poder a perderlo. Se vio reflejada esta frase en la increíble gavilla que armó Uribe para defender el statu quo en cabeza de Iván Duque. En esa sucia cofradía terminaron bebiendo del mismo plato Cesar Gaviria, Andrés Pastrana y Alvaro Uribe. No les importó la ideología ni el nombre diverso de sus partidos. No les importó el veredicto de la historia ni el ojo acusador de las masas. No les importó ponerse de rodillas unos frente a otros después de todo lo que se habían dicho en el pasado.. No les importó nada. La consiga era unirse para derrotar a Petro porque Petro, al igual que Gaitán, al igual que Galán o Pizarro representaba los intereses del pueblo. Y el pueblo no puede gobernar porque se les acaban los contratos, se les acaban los privilegios, se les acaba la impunidad. Hay que matar a Petro. Pero como no lo han podido eliminar físicamente, aunque lo han intentado. Yo fui testigo presencial de uno de esos atentados, el de Cúcuta en 2018, hay que matarlo moral y financieramenmte. Entonces lo destituyen como alcalde por entregarle las basuras a los recicladores (pueblo), lo multan con la ridícula cifra de 80 millones de dólares por bajarle el valor del pasaje del Trasmilenio a los pobres (pueblo), le congelan los sueldos y además de todo lo empiezan a calumniar de una manera aberrante. Que asesinó niños, que estuvo en la quema del Palacio de Justicia, que va a acabar con las iglesias, que es paramilitar, que es narcotraficante, que tiene mansiones en Miami, que es comunista, que va a volver homosexuales a los niños de las escuelas públicas, que es amigo de Maduro, que va a expropiar al taxista y al tendero, que va a incendiar al país, etc, etc, etc.

Y a ese mismo panorama nos enfrentamos para 2022. Una hegemonía nerviosa que presiente su caída y en su desespero, como lo hizo Abadía Méndez, empieza a disparar hacia la multitud hambrienta de cambio.

Según el sistema de agresiones a la protesta social -SIAP de la Campaña Defender la Libertad, desde el 7 de agosto de 2018 cuando se posesionó el presidente Duque, hasta julio de 2020, se registraron múltiples agresiones al derecho a la protesta:

2.354 detenciones arbitrarias,

779 personas heridas,

27 lesiones oculares,

55 muertos

Obviamente no están allí consignados los 13 asesinatos de civiles, con balas oficiales, esta semana:

Javier Ordóñez 45 años, Germán Smith Puentes de 25, Cristian Hernández Yara de 24, Jaider Fonseca de 17 añitos, Julieth Ramírez de 18, Christian Hurtado de 24, Andrés Felipe Rodríguez de 23, Lorwuan Estiwen Mendoza de 30, Gabriel Estrada Espinosa de 28, Angie Paola Baquero de 19, Fredy Alexander Mahecha de 20, Julián Mauricio González de 27 y Marcela Zúñiga de 36 años. Todos jóvenes, todos esperanza. Todos sueños rotos.

Esas nefastas noches del 9 y 10 de septiembre las balas de la policía hirieron a casi 80 manifestantes lo que determina un modus operandi que no pudo darse por casualidad. Aquí alguien dio la orden.

Completan la estadística que marca el desespero del monstruo agonizante, las 108 masacres que se han perpetrado desde el regreso del uribismo al poder, 56 este año. Los asesinatos de 225 excombatientes de las Farc y el de 225 líderes sociales. El asesinato de 166 indígenas. Esto es terrorismo de Estado puro. El regreso de Morillo el pacificador. La larga noche de los lápices. La horrible noche que no cesa.

El problema es que el uribismo, por más herido de muerte que esté, sabe que si entregan el poder van a perder los privilegios y la impunidad. Los mismos móviles que llevaron a asesinar a Gaitán  a Galán y a los demás. Por eso mi tesis, que ojalá no sea cierta, es que no van a entregar el poder. Intentarán quedarse atornillados sobre ese montón de contratos y expedientes empolvados durante mínimo otros cuatro años. Esta torpe decisión conduciría al país a una guerra civil. Porque si la transición no se hace de manera tranquila y limpia, si vuelven a hacer fraude, si vuelven a financiar la compra de votos con dineros del narco y de los cacaos asustados, esta juventud desesperada, estos campesinos acorralados por el hambre, estos indígenas cansados de tanto abuso, van a tomar otros caminos distintos a la protesta con pancartas y arengas por las redes sociales. Ya lo vimos en las protestas del 9 de septiembre. El tono de la protesta está escalando peligrosamente. De Francia, de Chile, de los Estados Unidos llegan videos de protestas violentas que aquí un sector de los manifestantes quiere copiar. El globo está hinchado de rabia, la olla a presión de la desigualdad lleva 200 años pitando. Solo basta un nuevo motivo para que estallen. No lo permitamos.

Ojalá el tiempo no me siga dando la razón y 2022 sea el año de la unión. Ojalá nos organicemos y evitemos el robo de las elecciones que van a intentar de nuevo. En una playa de la Costa Atlántica, Alvaro Uribe le dijo a un joven que no iba a entregar el poder a la izaquierda. Háganle caso al preso. No está mintiendo. Jamás, mientras viva hará una transición pacífica del poder a los movimientos alternativos (al pueblo). Jamás.

El miércoles entrante saldrá de su cárcel de 1.500 hectáreas a vengarse de los jueces que lo encausaron y de todos los que aplaudieron su derrota efímera. Es vengativo, odia, le gusta aterrorizar. Hará hasta lo imposible, y lo imposible es lo imposible, por no entregar el poder.

Si las elecciones fueran hoy perdería estruendosamente. Él lo sabe. De ese 85% de popularidad que amasó por allá en 2006 mostrando jóvenes de Soacha destrozados por las balas haciéndolos pasar por guerrilleros, solo le quedan 23 puntos. Perderá otros cinco el día que el Fiscal de bolsillo lo libere. Es decir, el próximo miércoles.

Pero ojo, no se puede menospreciar por haber perdido su libertad, su credibilidad y su popularidad. La gente que ha perdido, el poder popular que ya no tiene, lo recupera concentrando en sus sucias manos los poderes dictatoriales que le garantizarán seguir controlando los hilos del poder. Es dueño del Congreso, es dueño de la Fiscalía, es el dueño de la Procuraduría, es el dueño de la Defensoría del Pueblo, es el dueño del Ejército y la policía que siguen al pie de la letra su doctrina de odio, es el dueño de la Registraduría, es el dueño del Consejo Nacional Electoral. Es aliado de la Contraloría. Controla todos los poderes y además cuenta con el apoyo de los ricos, los ultraricos y los banqueros. Tiene el cuarto poder en su bolsillo, la prensa. Allí le lavan la imagen, le ayudan a consolidar su discurso mentiroso repleto de falsas acusaciones.

Todo esto para decirles que si no nos organizamos, si no nos unimos, vendrán tiempos peores. Ya la Policía sabe que disparar contra las multitudes no tiene consecuencias. Al contrario, esa actitud asesina les ofrece condecoraciones y ascensos. Ya las Águilas Negras saben que pueden seguir asesinando la diferencia y la razón sin que ninguna autoridad entregue una sola pista de sus líderes ni de sus sicarios. Ya el plan terror está montado y empezó a operar de cara a las protestas que se avecinan por el desempleo, la corrupción, el hambre y la aberrante desigualdad social.

Nos quedan dos opciones: resignarnos al miedo y permitirles que sigan saqueando y violentando a la hoy adolescente Colombia, o hacer que la sangre derramada por nuestros héroes y heroínas, desde La Cacica Gaitana, pasando por José Antonio Galán, la Pola, Gaitán Galán, Jaime Garzón hasta llegar a Julieth Ramírez, tenga un sentido, haya valido la pena.

Hoy Colombia tiene 17 años. Esa muchacha sufrida pero increiblemente aún alegre, está a punto de cumplir la mayoría de edad. Quiere entrar a la universidad pero no la dejan. La educación no es un derecho sino un privilegio. Hoy la Colombia adolescente quiere paz después de todo el reguero de sangre por el que ha pasado. Esa muchacha hermosa y abusada quiere ver la luz al final del túnel.  A pesar del sufrimiento que ha padecido la mayor parte de sus cortos años, está dispuesta y entusiasmada. Pinta grafitis, hace carteles denunciando los desmanes, escribe en las redes sociales, rapea como Mariana Orozco, canta como Adriana Lucía, eleva cometas como los cinco niños de llano verde, se reune a celebrar la vida como los escoltas ocho de Samaniego. Esa Colombia joven quiere que la dejen vivir. Le pide a los electores que la dejen respirar el viento de la libertad, el aire de los derechos humanos, la brisa pura de la igualdad social, que la dejen tomar el agua fresca de la prosperidad. No quiere petróleo, no quiere fracking, no quiere glifosato, no quiere oro, quiere agua pura.

Quiere que le ayudemos a cuidar su frondosa cabellera amazónica y que no le dejemos secar sus venas representados en los ríos y los páramos que la hidratan. Pide paz, pide que cesen los asesinatos y las masacres y sabe que el abusador se atraviesa en sus sueños.

Ayudémosle a liberarse y a cumplir sus sueños.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *