Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
En Colombia sí se aplica el principio de que el que escruta elige
y que el elector vota, pero no elige.
El título de esta columna nos recuerda al pordiosero o limosnero, que siempre invocaba a Dios para que se le diera un centavo o un mendrugo de pan. Los recordamos diciendo en las calles “una limosnita, por amor de Dios”.
En un país sin cultura política, como el nuestro, donde el populacho vota por los tamales y no por las ideas, hacer una reforma electoral no es cosa fácil. La suerte de Jesucristo fue que no tuvo que elegir sus doce apóstoles ¿se imaginan ustedes cómo habría sido la elección de las 11 mil vírgenes? Con ocasión del proyecto de ley que hace curso por el Congreso, denominado ‘Código Electoral’, se han debatido en las sesiones conjuntas de las Comisiones Primeras la ampliación del horario electoral, el voto anticipado y la implementación de sistemas electrónicos para las votaciones, propuestas que no solo están a tono con lo que se ha hecho en naciones desarrolladas, sino que responden a una aspiración de muchos en el país: ampliar la participación en las elecciones.
Si decimos que el sufragio es el más importante de los derechos políticos ¿por qué diablos a las 4:00 de la tarde, cuando hay gente haciendo cola para votar, les dicen que ya no lo pueden hacer porque son las 4:00? ¿Es que acaso ahí acaba la democracia? En algunos países las mesas de votación no se pueden cerrar mientras haya alguien esperando en fila para consignar su voto, aquí puede haber 10.000 personas en línea en Corferias y, cuando suena la campana, se acaba el round.
El voto anticipado es bueno, especialmente para los que viven en el extranjero pues casi siempre residen lejos del consulado y les toca hacerse un viaje largo para llegar el día de la elección a votar por el que se les dé la gana. Si se les permitiera que lo hicieran en el curso de ocho días previos al día de la elección en Colombia, se le facilitaría a ese ciudadano cumplir con el deber del sufragio. Nos pareció curioso que todo el mundo trajo a colación lo ocurrido en EE.UU., y los reclamos de Trump. Los congresistas del Centro Democrático y algunos de La U fueron quienes más protestaron en este sentido. Parece que les dolió el triunfo de Biden.
Era muy divertido ver a esos congresistas de las comisiones conjuntas tratando de agarrar pispirispis o voticos en el aire en cualquier disposición que pudiese servirles. Ahí no se estaba pensando en la democracia, se estaba pensando en el beneficio de cada uno de estos congresistas, a quienes el ciudadano solo les importa en el momento de empujar la papeleta en la urna y a partir de ese momento, chao, chao.
Algunos de quienes sabemos tienen parientes que son gobernadores o alcaldes tratando de atacar la Ley de Garantías, dizque porque entraba la administración, nosotros les decimos “a otro gozque con ese hueso”. Lo que les preocupa es no poder meter bien el dedo en la mermelada para irrigar a sus fichas con contraticos o con burocracia. Para quienes no lo recuerden, la Ley de Garantías previene la entrega de contratos por votos mediante la prohibición a las instituciones del Estado de suscribir contratos por un periodo de 4 meses previos a la celebración de los comicios. Esta norma, que surgió previo acuerdo con el ex-presidente Uribe, buscaba que el Ejecutivo –de presidente para abajo– no metiera las manos en el arequipe del presupuesto para endulzar las obleas de sus gamonales. Un hombre cruel decía que en Colombia la gente no vota pensando, sino bostezando.
Por otra parte, somos conscientes de que en las elecciones a través de medios electrónicos hay riesgos, y hartos, pero muchos menos de los que los ‘Neñes’ y ‘Ñoños’ pusieron en práctica para robarle la elección a Gustavo Petro. Las denuncias de este político y de quienes le acompañaban le permiten a uno dudar, como mínimo, de la seguridad de las elecciones en Colombia. Nos preguntaban en otro lugar del mundo que cómo era eso de que en nuestro país los muertos podían votar, que si acá se daba el milagro de la resurrección –tan de moda en tiempos de Cristo- y trabajo que nos costó explicarles que no era que la persona se saliera de su tumba, como Lázaro, para votar, sino que su cédula de ciudadanía era usada por terceros, muchas veces empleados de la Registraduría encargados de cuidar el voto, para que apareciese votando QEPD.
Aunque el proyecto de reforma del Código Electoral incluye algunas propuestas buenas, observamos que esta iniciativa viene con el respaldo y activa promoción del registrador Alexander Vega, de ingrata recordación por su triste papel en el caso de la revocatoria del mandato a Enrique Peñalosa, ya que él era socio de otros consejeros –Emiliano Rivera, Héctor Helí Rojas y otros–, quienes resolvieron que el número de firmas existía pero que había que poner peros y a estas alturas de la vida, ni el concejal Carlos Carrillo sabe por qué les desaparecieron un derecho y unas firmas. Entonces la sombra de duda no es sobre el registrador sino sobre el ex-consejero del CNE, sin embargo, se dice que él fue quien negoció con los gobernadores la derogatoria de la Ley de Garantías. Hasta el momento debemos hacer un saludo de agradecimiento a los senadores Gustavo Petro, Roy Barreras y Luis Fernando Velasco, quienes junto con otros destaparon algunos tamales malolientes que venía en la reforma, y lograron -por lo menos hasta el momento de escribir esta nota- que no se derogara la Ley de Garantías.
Para terminar, según la Fundación Paz y Reconciliación preocupa especialmente que en la reforma al Código Electoral se contempla una modificación sobre las calidades de los registradores municipales y auxiliares, que bajo el Código anterior son elegidos mediante concurso de méritos y con el nuevo Código pasarían a ser cargos de libre remoción. En su análisis, la Fundación encontró que, de los 31 delegados departamentales nombrados ‘a dedo’ por Vega, 12 mantienen vínculos con grupos políticos muy cuestionados, como los clanes Char y Gnecco, en la Costa Atlántica, y los de los senadores Eduardo Pulgar y Richard Aguilar, ambos actualmente investigados por la Corte Suprema de Justicia. Y no seguimos mencionando entuertos porque terminaríamos convirtiendo esta columna en una página judicial de un periódico vespertino.
Y ya que a la reforma electoral nos estamos refiriendo, sería chévere -al hablar de VOTO y sus diferentes modalidades- que se nos dijera cómo BOTAR a los pachoembajadores, que se meten de lambericas en elecciones de otros países y después, como si nada, felicitan por su triunfo a quien el día anterior atacaban y llamaban castrochavista. Y es que ni pena les da.
Ñapa: sugerimos que en materia de reformas electorales se envíe a Néstor Humberto Martínez de embajador al Vaticano, para que allí le enseñe al cónclave cómo usar cianuro y quizá, también cómo cambiar papeletas electorales. En cualquier caso, dejar a Néstor Humberto en España sería un desperdicio.