Por: Beto Coral
22 de abril de 1994, como todos los viernes, la profesora hacía una actividad didáctica, compraba uno o dos pollos asados y gaseosa para repartir entre los 10 niños que componían el grado tercero del colegio Santa Teresita de Jesús de Ibagué. Ese día, se me olvidó el dinero para dicha actividad que comenzaría a las 11 am en punto. Cuando estábamos a punto de empezar, veo que dos amigas de mi mamá llegan al salón de clases acompañadas de dos policías, pensé que ella les había enviado el dinero para no quedarme sin mi presa. Las miré con alegría pero no tardé en notar que en su rostro algo no andaba bien. La profesora se me acercó con un cara de tristeza y me dijo, “-alista tus cosas que te vas”, no entendía nada. Salí del salón con las señoras y los dos policías. Antes de salir del colegio, las dos se miraron, fruncieron el ceño y una de ellas me sentó en una de las bancas antes de la salida del colegio, la puerta estaba abierta y alcancé a ver mi mamá a lo lejos en una camioneta de la policía con un vestido verde y azul, la vi apesadumbrada, abatida, con lágrimas en los ojos, no sabía qué pasaba. Una de las señoras, se sentó conmigo y con mi hermana, otra de ellas dijo: – “¿sabes en qué consiste el ciclo de la vida?”-, a lo que no supe que contestar, luego detalladamente me explicó que todos los seres humanos tenemos un ciclo que debemos que cumplir; nacer, crecer, reproducirse y morir. No entendía porqué tanto circunloquio para decirme algo, hasta que una de ellos me dijo, “-Tu papá está en el cielo”, interrumpí y pregunte, “-¿Mi papá se murió?”; Recalcó la señora, “-¿Está en el cielo y por siempre te va acompañar”.
Mi vida cambió a partir de ese momento, mi héroe, la persona que mas amaba y admira en el mundo, ya no iba estar. Mi mamá, sola con dos niños tenía que salir adelante como fuese. Viuda de un oficial de la policía, sin ningún apoyo de esta. Durante los años siguientes, ese apoyo lo recibí de mi abuelo, padre de siete hijos, hombre valiente, liberal, deliberante, un revolucionario Galanista y desafortunadamente sanfomimista, como miles en el Tolima; hombre rudo, trabajador, fuerte, pero tierno que alzaba a sus nietos y los agarraba a besos cuando tenía oportunidad. Una mañana de junio de 1998 amaneció con un fuerte dolor de cabeza, dos días después murió, “-¿por qué?, Le preguntaba de niño a Dios, que aun no sé si exista.
La muerte siguió acompañándome durante los años siguientes; en el 2004 murió un tío en un accidente y al esposo de mi tía lo asesinaron los paramilitares. No quiero romantizar una experiencia personal, esta puede ser la de muchas personas, o aún peor.
En todos estos años, me acompañó mi tío Rufino, él, junto con el tío menor, Miguel, me enseñaron a trabajar, a ser fuerte, a enfrentar cada situación con entereza. Mi tío era el que más creía en mí, fue siempre el apoyo de mi mamá en la ausencia de mi papá, de mi abuelo y por supuesto el mío. El día que salí del país, me regaló una biblia y siempre me aconsejó que cuando estuviera triste, leyera el salmo 23, casi en la mitad del libro.
Estar en el exilio implica que no puedes solucionar conflictos familiares personalmente, implica que no puedes volver a ver a tus familiares cercanos, ni a tus amigos, te alejas de todo. Pero algo peor, es el miedo a la muerte o enfermedad de uno de ellos y que no puedas hacer nada, es algo que solo los que están en el exilio o por fuera del país pueden entender.
El 18 de julio a las 10 pm, estaba escribiendo mi última columna para este medio, cuando recibí una llamada de un familiar que poco lo hace; rechacé la llamada para no perder la concentración, pero siguió insistiendo; ahí noté que algo pasaba. Otra vez la historia se repitió, mi tío, mi apoyo, la persona que más creía en mí, murió en un accidente. Iba en su carro que tres días antes, habíamos sacado de los “patios” por una injusta inmovilización, iba rumbo a su casa un poco deprisa para que el “toque de queda” no lo agarrara de nuevo y volvieran a inmovilizarle el carro con el que humildemente trabajaba. Mi tío solo tenía 45 años y muchas ganas de vivir.
No pude despedirme, el miedo de todos los que estamos afuera se materializó. Quería dejarlo todo, rendirme, entré en shock. Pero, si ya he llegado hasta aquí después de todo, tenía que ser fuerte y seguir, la muerte en sí no es real, nadie muere, el cuerpo tal vez desaparece, pero lo que mantiene vivas a las personas son sus enseñanzas y su recuerdo, las buenas obras transformadas en legados, básicamente la concepción de la vida es el actuar bien, para que por siempre te recuerden.
No sé que es la fe, pero quien la tiene, tiene esperanza; no hablo de la fe religiosa, hablo de la fe o la confianza en algo, o alguien, es la ilusión, el optimismo, la certidumbre que todo saldrá bien. No podía renunciar porque tenía fe, tenía esperanza en muchas cosas, una de ellas, lograr que la familia de María Del Pilar Hurtado, tuviera una nueva esperanza, una nueva oportunidad para los cuatro niños que dejó la líder social, esa familia pasó por la misma situación que yo.
Y lo hicimos, Levy, Alejo y los muchachos de Movimiento Naranja logramos convocar a más de 1330 personas para entregarle a esta familia un proyecto de vivienda. Con esto demostramos que no olvidamos a la líder social y que nos importa la suerte de esta familia abandonada por el Estado. En lo absoluto queremos promover el asistencialismo, es claro que María Del Pilar Hurtado es una de los más de 600 líderes sociales asesinados en este Gobierno, y si se tratase de hacer algo, lo mejor sería algo integral y general, pero esta obligación es del Estado y ya sabemos a cargo de quien está.
Quiero agradecer a una persona que admiro mucho, mi referente de trabajo, honestidad y pulcritud, un héroe vivo, Daniel Coronell, fue esta persona la que me motivó a hacer esta campaña con su columna del 21 de junio titulada “Feliz día del padre”, en la que hizo un homenaje a la memoria del María Del Pilar. Le recordó al País que hay una familia abandonada por el Estado y revictimizada por la inoperancia de la justicia. Tres días después de su columna, le escribí para contarle mi intención de llevar a cabo este proyecto, a lo cual me dijo que le parecía muy bien y me dio el teléfono de doña Juana, la mamá de María Del Pilar Hurtado.
También le quiero agradecer a Alejandra Peña, quien fue la primera en pronunciarse para llevar a cabo esto, a Mabel Lara, por ser la única periodista de un medio tradicional en hacer eco a esta campaña.
Debo también indicar que esta es la última campaña que realizo, ojalá esto sirva como enseñanza a muchos a ser solidarios, no solo con los casos visibles, sino con aquellos que no tienen la posibilidad de hacerse notar.
De las redes sociales no solo nacen conflictos, ni enfrentamientos, ni son fuentes de matoneo, al contrario, se pueden hacer grandes cosas. No hay que perder la esperanza.