Por Anna CUENCA
Visiblemente emocionada y con la voz quebrada, la primera ministra británica Theresa May anunció el viernes que dejará el cargo dentro de dos semanas, reconociendo, tras meses de caos, su incapacidad para hacer aceptar el acuerdo de Brexit que negoció con Bruselas.
“Lo intenté tres veces” pero “no fui capaz” de lograr que el Parlamento aprobase el texto, afirmó en una declaración ante las cámaras de televisión frente a la famosa puerta negra del número 10 de Downing Street, su residencia oficial en Londres.
“Creo que era correcto perseverar incluso cuando las posibilidades de fracasar parecían altas, pero ahora me parece claro que el interés del país es mejor que un nuevo primer ministro lidere ese esfuerzo”, agregó, proclamando su amor por el Reino Unido con la voz quebrada y al borde de las lágrimas.
Por eso “dimitiré como líder del Partido Conservador el viernes 7 de junio”, anunció.
May seguirá así en el cargo para recibir al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que realizará una visita de Estado a Reino Unido del 3 al 5 de junio.
La semana siguiente comenzará el proceso para designar a su sucesor, una carrera a la que se espera se presenten numerosos candidatos aunque de momento el único que anunció oficialmente sus ambiciones es el controvertido exministro de Relaciones Exteriores, Boris Johnson.
May hizo este anuncio un día después de que, tras el aplazamiento del Brexit -inicialmente previsto para el pasado 29 de marzo- Reino Unido se viese obligado a participar en las elecciones europeas casi tres años después del referéndum de junio de 2016 en el que el 52% de los británicos votó a favor de abandonar el bloque.
– ¿Y ahora qué? -La jefa de gobierno conservadora, que llegó al poder en julio de 2016 a raíz de la renuncia de su predecesor David Cameron tras el sorprendente resultado del referéndum, quería a toda costa llevar a cabo la misión de sacar a su país de la Unión Europea, pero desde hacía meses estaba cada vez más debilitada.
Tras año y medio de arduas negociaciones con la UE, el 25 de noviembre había logrado firmar con sus 27 socios europeos un Tratado de Retirada que en 585 páginas recoge las condiciones de la salida británica, desde la factura de 39.000 millones de libras que tendrá que pagar Reino Unido hasta los derechos de los expatriados.
Pero este acuerdo decepcionó tanto a los proeuropeos como a los euroescépticos: para los primeros aleja demasiado a Reino Unido de la UE, para los segundos lo mantiene demasiado cerca.
La Cámara de los Comunes rechazó el texto en tres ocasiones entre enero y marzo. En la primera de ellas, May tuvo que soportar la peor derrota jamás sufrida por un gobierno británico en el Parlamento: 432 diputados votaron en contra y solo 202 a favor.
Sin embargo, fiel a su reputación de perseverante, la líder conservadora había anunciado a principios de esta semana un cuarto intento desesperado de lograr la aceptación parlamentaria de un acuerdo, incluyendo reivindicaciones de la oposición laborista.
No obstante, estas no bastaron para convencer a la izquierda política y enfurecieron aún más a unos rebeldes euroescépticos conservadores que decidieron no esperar más para exigir su dimisión inmediata.
“Necesitamos un nuevo primer ministro, un nuevo gobierno y un nuevo enfoque del Brexit”, había tuiteado uno de ellos, David Evennett.
Sin embargo, la designación de un nuevo líder del partido y de la negociación con Bruselas no parece encaminada a solucionar el caos político que sacude al Reino Unido en torno a una cuestión que divide profundamente al país.
La UE ha dejado claro en repetidas ocasiones que no está dispuesta a renegociar el acuerdo y está por ver si acepta, llegado el caso, un tercer aplazamiento de la fecha del Brexit, prevista ahora para el 31 de octubre a más tardar.
“La persona que probablemente suceda a Theresa May, ya sea Boris Johnson o Dominic Raab o Michael Gove, será un partidario de un Brexit duro”, advirtió el jueves la primera ministra escocesa, la independentista Nicola Sturgeon, tras votar en las elecciones europeas.
Y advirtió que esto podría “hacer ver a mucha gente en Escocia los beneficios de convertirse en un país independiente dentro de Europa”.