Por: Felipe Tascón Recio / @felipetascon57
Cuando sectores indígenas, progresistas, verdes y liberales del senado radicaron esta semana proyectos de ley para la legalización/regulación de las drogas, desde ciertas cuerdas que patrocina Soros, hubo quien se atrevió a calificar de ignorante y demagógico este esfuerzo, mientras desde las bodegas uribistas y el gobierno, intentan relanzar el falaz argumento según el cual prohibir es lo natural, lo humano, mientras ir en contra equivale a ir contra la vida en alianza con el narcotráfico.
La realidad se encuentra a 180º de esa falacia, sabemos que el narcotráfico solo existe gracias a la híperganancia que produce la droga al estar prohibida. Sin embargo, en las ultimas 12 décadas ha habido mucho tiempo para entronizar la falacia. Desde inicios del siglo XX la relación humanidad-drogas paso desde un mero estigma moral a una ley fiscal norteamericana, luego a la convención de prohibición global y la consecuente guerra mundial antidrogas, mientras en paralelo la falacia se repetía mil veces y devenía verdad.
Como contribución al debate, intentare -en varias columnas- divulgar algo de la historia y la prehistoria de la prohibición. Leyes nacionales, convenciones mundiales, así como estudios sobre las llamadas drogas ilícitas, parten de asumir la prohibición como algo natural e incuestionable. Este rango de naturaleza, de eternidad, la subió a un pedestal, la volvió un fetiche inamovible que nadie cuestiona, sin embargo, dado que tuvo un origen histórico, también cabe construir una nueva historia donde le demos marcha atrás.
Entre las primeras referencias a la coca en la literatura de los conquistadores, se destaca la de Américo Vespucio -el cartógrafo que de carambola le dio su nombre a nuestro continente- quien, en 1499, luego de encontrarse -en el delta del Amazonas- con indígenas que acullicaban o mambeaban, los calificó de “rumiantes” (Vásquez, 2012). El italiano desconocía la planta, no tenía la menor idea de su uso alimenticio y medicinal, pero no se molestó en averiguarlo, para eso él era el “civilizado” y su ignorancia la pudo encubrir usando un calificativo que solo aplica con animales. Este estúpido acto de ignorancia, arrogancia y racismo inauguró la estigmatización de la coca y constituye la prehistoria de su prohibición. La anécdota de Vespucio le da la razón al filosofo argentino y mexicano Enrique Dussel, a los colonizadores les salía en automático su complejo de superioridad, su derecho a civilizar, a educar, a sojuzgar, a violentar a los “salvajes”, “barbaros” y “cuasi-animales”, con quienes se topaban en este continente al que en su ignorancia creían nuevo (Dussel, 1993). Para que el cuento de la virtud civilizatoria de lo colonial funcionara, es claro que la metrópoli no podía reconocer la existencia de saberes ancestrales en las que ellos consideraban tierras salvajes. Pero al desconocer saberes, también desconocían a la naturaleza misma.
A inicios de la colonia el estigma evolucionó hasta condena religiosa, sin embargo pronto la naturaleza obligó a los soberbios colonizadores a reversar, veamos como. El médico y antropólogo peruano Fernando Cabieses narra que “Cuando Pizarro llego al imperio incaico, el prestigio religioso de la coca se encontraba en su mayor apogeo” (Cabieses, F. 2001). Estaba clara su centralidad porque “su efecto neutralizador de la fatiga, del hambre y de la sed y su acción energizante en general, eran reverentemente interpretados como un regalo del Creador a sus sufridas criaturas” (Ibíd.). Este ultimo fue el elemento que selló su condena, más allá del desprecio racista a indígenas “rumiantes”, el rol central de la coca para la religión incaica pisaba los callos de los obispos y misioneros, cuya tarea era evangelizar una población que consideraban atrasada, inmadura y débil, su meta era el sojuzgamiento mental que facilitara su esclavización colonial. Es claro que los curas no podían aceptar ninguna competencia, por eso en la colonización temprana surgió la cruzada por la “extirpación de idolatrías”, en referencia directa al uso ceremonial de la hoja de coca en la religión andina (Ibíd.).
Pero a pesar de la cruzada, también muy temprano la coca cobró un importante rol económico y esto causó la reversa. Así uno de los primeros virreyes del Perú, Francisco de Toledo (1569-1581), no la prohibió como salario, lo que en términos prácticos la extendió más geográficamente, mientras fue explícito en la prohibición de su uso religioso (Ibíd.). Usar la coca como salario, fue provocado por el incremento exponencial de su necesidad en el Perú colonial, dada su conversión de país agrario a minero (Ibíd.), porque fue la coca el aditivo de energía que llegó a compensar el desgaste exponencial de los trabajadores de las minas. Mientras que esta focalización en la minería se explica por el retraso de la navegación a vela, así la metrópoli colonial sólo podía esquilmar las riquezas minerales de nuestra América, no tenía condiciones para extraer productos agrícolas sin que se pudrieran en el viaje. En Colombia encontramos referencias igualmente tempranas de cobro de impuestos coloniales por la coca (Arango y Child 1987).
De esta manera, la coca durante la colonia fue en sí una contradicción: por un lado el valor económico que imponía su importancia para el extractivismo minero y, por el otro, su prohibición religiosa, su calificación de idolatría a extirpar, dada su competencia a los evangelizadores católicos. La metrópoli española no solo mantuvo esta doble praxis esquizofrénica, sino que incluso exporto el modelo desde los Andes hasta su colonia asiática de las Filipinas, donde a falta de coca debía lidiar con el opio y donde la formula de regular y cobrar impuestos se mantuvo hasta la salida de los españoles y recolonización gringa.
Cuatro siglos después de Vespucio, en 1900 la coca y su derivada cocaína, el opio y sus derivadas morfina y heroína, eran productos legales en Estados Unidos, su consumo era impulsado por una profusa publicidad y se calculaba que los consumidores ascendían a 300,000 individuos (Escohotado, 1986). El hito de fundación global del prohibicionismo, data de la recolonización de Filipinas y del peso que en esta tuvieron los “primeros empresarios morales”. Charles Brent, el obispo en funciones de colonizador religioso del archipiélago, en alianza con el pastor Wilbur Craft y a partir de un anatema moral racista, que calificaba a la colonia china del archipiélago como “raza degenerada” por el opio, hecho del que el gobierno norteamericano no podía ser “alcahuete” (Ibíd.), influyeron sobre el presidente Teddy Roosevelt para que bloqueara la continuidad de la preexistente regulación fiscal española, de esta forma, cuando “No ha intervenido ni un médico, ni un farmacólogo, ni un científico social. Un reverendo anabaptista y un obispo episcopaliano han puesto en marcha el mecanismo” de la prohibición (Ibíd.). El primer documento moderno de la prohibición fue un telegrama de 1903 del secretario de Estado al gobernador colonial de las Filipinas y futuro presidente de Estados Unidos, William Taft, textualmente decía: «Retenga el proyecto de ley sobre monopolio del opio. Investigación adicional. Muchas protestas».
A partir del telegrama, un largo y tortuoso lobby en Washington logró avanzar hasta la primera ley prohibicionista en 1914, pero en la medida que esta tarea no tenia ningún soporte medico o científico, tuvo que echar mano de varios de los principios de propaganda, que unas décadas después sistematizó el ministro nazi Joseph Goebbels. Así el uso de los principios de simplificación, exageración y vulgarización son evidentes en una guerra montada sobre mentiras, como aquella del integrante de la primera comisión sobre drogas en USA, Hamilton Wrigth, quien sobre la cocaína escribió en 1910 que «estaba demostrada su conexión directa con el delito de violación de blancas por los negros del Sur y con la trata de blancas» (Ibíd.).
En las próximas columnas continuaré esta historia, retomando en la Ley Harrison de 1914 en USA, que por su anticonstitucionalidad se camufló como norma anti contrabando. En paralelo expondré la vía psiquiátrica de la prohibición y el aterrizaje de esta en Latinoamérica y Colombia. Así mismo las causas del retraso -hasta 1961- de la meta de los cruzados morales por la prohibición global.
Bibliografía
Arango, Mario y Child, Jorge (1987): “Narcotráfico: imperio de la cocaína”, Bogotá, Presencia.
Cabieses, Fernando (2001): “Más sobre la coca”, Lima, INMETRA
Dussel, Enrique (1993): “Europa, modernidad y eurocentrismo”, México, UAM Ixtapalapa.
Escohotado, Antonio (1986): “La creación del problema”, Madrid, Revista Española de Investigaciones Sociológicas.
Vásquez, Manuel (2012): “La ruta de la hoja de coca 1492-1992, Entre la historia y el olvido”, Bogotá, Oveja Negra