Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
Un buen educador es aquel que se jacta de haber puesto diez cincos y no el que encuentra motivo para celebrar el haber rajado a unos cuantos. Un buen maestro enseña, no raja.
Borrador de los malos recuerdos podría llamarse la empresa española Eliminalia, que está haciendo furor a lado y lado del Atlántico, pues ofrece a los criminales la posibilidad de borrar su pasado criminal, al menos en Google, convirtiendo a quien podría haber sido un avezado delincuente en una referencia de conducta, como Santa Teresa de Jesús o San Luis Gonzaga. Estos, que también podríamos llamar especialistas en Alzheimer, se encargan de que la sociedad en general padezca de la ‘enfermedad del alemán’ y no se acuerden del pasado, ni del reciente, ni del pasado pasado. Obviamente en Europa las tarifas se dan en euros y una fuga de memoria que lo deje a uno más clarito que colita del niño Dios no baja de los 4.000 euros y de ahí para arriba. Sobre este tema los maridos sinvergüenzas están interesados en cómo hacer para traerlo a Colombia y venderlo a quienes solo se acuerdan de las cosas malas que hacen sus parejas.
Si esto se pone de moda nosotros comenzaremos a borrar las tres o cuatro deudas que tenemos, pero que solo son de gratitud, pues tenemos fama de ser buenas pagas. Sabemos, eso sí, de algunos ‘brincapartidos’ que están requiriendo este cuasiolvido para que sus ingenuos electores olviden que han pasado por todas las formaciones políticas –con aval o sin él– e incluso, que hasta de equipo en partido de fútbol se han cambiado. Ellos podrán ser los futuros clientes de esta firma que se encarga de borrar el pasado de los delincuentes, de los políticos y de los malos maridos.
Nosotros no hemos podido entender cómo hace uno que otro periodista para acomodar la noticia del momento al interés del dueño del medio en el que trabaja y así no informar en beneficio del real destinatario, a saber, el conjunto de la sociedad. Pero sí produce piedra, asfalto y pavimento cómo algunos ‘currinches’ terminan “reportando” lo contrario a lo que pasó, justificándose en la “línea editorial”, la libertad de opinión o, si son atrevidos, en la necesidad de preservar la pauta oficial. Algunos vieron una marcha en apoyo al Presidente, pero otros, parados desde otra esquina, observaron algo completamente distinto. En dos días hubo tiempo para decidir quién daba más y a qué bando era más redituable apoyar, mientras llenaban el tiempo al aire con preguntas que le hacían al manifestante tonto que se prestara al interrogatorio. Y decimos tonto porque es sabido que generalmente hacen preguntas cuyas respuestas ya anticiparon, pues con ellas solo buscan recolectar imágenes de apoyo para publicar lo que ellos ya decidieron que se va a contar, no lo que su interlocutor pretende comunicar en respuesta a sus interrogantes.
Por curiosidad vimos noticias de ambas marchas y los comentarios del reportero de turno en dos medios con distintas “líneas editoriales” fueron marcadamente contrarios. Donde había habido 1.000, para el otro hubo 20.000, mientras que cuando hubo 10.000, para el otro no alcanzaron los 100. Uno y otro apuntando la cámara hacia donde quería que se viera, multitudes o apenas cuatro piedras. Ahí el artista de la mentira no es el lente sino el camarógrafo que lo enfoca. Esto lo vimos esta semana en el cubrimiento a las demostraciones de apoyo y oposición al gobierno, pero ustedes son libres de hacerse a otras conclusiones.
Mirando todo lo que se ha dicho sobre el proyecto de reforma a la Salud, nosotros pensamos que los que están genuinamente enfermos son algunos “opinadores” que pretenden que se presente la reforma que ellos quieren y no la que entró a trámite legislativo para su discusión y concertación pública, la cual fue elaborada por un gobierno reformista democráticamente elegido y que en campaña la había prometido a sus electores. La ministra Corcho, que no está en ningún remolino y que sabe lo que está haciendo, le toca aguantarse las críticas apresuradas, las sospechas, los agravios, los ataques mentirosos y el saboteo promovido por grupos de presión que tienen mucho para gastar y mucho qué perder con esta reforma. Desde esta columna, Germán quiere manifestar a la ministra Corcho que no piense ni por un instante que está sola en este desafío, pues son muchos que, como él, la admiran y la apoyan.
Retrotrayendo nuestra crítica a la demagogia punitiva de la alcaldesa, usaremos la copialina para repetir parte del artículo que sobre el tema escribió el profesor Mauricio Martínez en el diario El Nuevo Día, y que aquí emplearemos como una primera adenda: “Trump y el exalcalde de Nueva York, Giuliani, practicaron esta política para, supuestamente, “acabar con el delito” y la inmigración ilegal a través de la teoría de las “ventanas rotas” desarticulada como “tolerancia cero”. Dicha teoría fue introducida en la política criminal hacia 1982 (Wilson, Kelling) y popularizada en la década de los 90: según ésta, los signos visibles de la delincuencia callejera –expresada en ventanas rotas, basura regada, calles convertidas en baños públicos, etcétera– fomenta la delincuencia y el desorden, por eso sería necesario reaccionar oportunamente contra infracciones menores pero de gran impacto social –como el vandalismo, el consumo callejero de alcohol, el ingreso ilegal al transporte público– para restablecer la percepción de orden y legalidad. Hoy la academia registra que las consecuencias de dicha política fueron la persecución a la inmigración en EE.UU. proveniente de los países pobres, a los vendedores, a los barrios pobres de Nueva York y a la consolidación de estereotipos delictivos solo en ciertos sectores raciales y sociales, ayudando así a la impunidad de los delitos de los poderosos.”
Adenda II: Y en esto de periodistas-comentaristas tratando de vilipendiar en los periódicos, hay unos “opinadores” que por estos días creen que las fuerzas militares deben hacer lo que él o ella piensan o lo que la izquierda o la derecha quieren, pero ninguno está comprendiendo el rol del militar. La disciplina castrense exige obedecer, actuar conforme a la jerarquía, su trabajo no es –precisamente– ser “opinadores”.
Adenda III: le hemos consultado a un psicólogo ocupacional cuáles son los requisitos que debería de tener un secretario de movilidad para una ciudad tan despelotada como Bogotá. Este profesional, muy bien preparado, nos contestó: fundamentalmente no debe parecerse en nada a los que han tenido los pasados dos alcaldes. Suponemos que lo primero que habría que hacer es enseñarles a manejar, regalarles todas las ediciones de la Revista Motor para que lean las críticas atinadas de su director, José Clopatofsky (@joseclopa), y, lo más importante, explicarles que deben trabajar no para tener un récord en el número de infracciones impuestas, sino para alcanzar el mínimo de comparendos en un día. Ojalá escuchemos algún día en Bogotá a un secretario de la administración que anuncie que no hubo necesidad de imponer ni una sola orden de comparendo, porque el arte de gobernar no está en sancionar sino en educar y prevenir.
Para finalizar, un comentario de nuestro lector y amigo, Hernán Beltrán: “Señores, confirmando lo anunciado por ustedes en varias columnas, les cuento que la resolución de reconocimiento de mi pensión de vejez me llegó en 10 días calendario posteriores a la presentación de la solicitud. Agradezco la atención de Colpensiones.”
¡Hasta la próxima!