Por Gustavo Bolívar.
Esta semana se conoció la noticia de la captura del senador Ciro Ramírez involucrado en hechos de corrupción dentro del caso “Marionetas” que lideraba el recién fallecido y también senador de la República, Mario Castaño.
Ciro Ramírez hijo, porque también hay Ciro Ramírez padre y de eso trata esta columna, fue compañero mío en la Comisión Tercera que maneja los temas económicos del país en el Senado y de la cual fui presidente.
Siempre admiré su rigurosidad y su nivel de argumentación. Cualidades que resalté en un par de ocasiones porque a mí no me cuesta reconocer las cualidades y virtudes de mis adversarios. Lo que no sabía era que bajo ese rostro de seminarista II, se escondía, según las investigaciones, un vulgar ladrón. Porque hay niveles. Robar los recursos de la paz, de la educación o de la salud eleva al corrupto a un nivel de porquería superior. Y al parecer Ciro Ramírez, hijo, estaba robándose, junto con otros colegas, los recursos de la paz.
Dónde aprende uno a ser pícaro, me pregunté alguna vez en un tuit. ¿En la casa, en la escuela, en la calle? Yo pienso que en varios lugares, pero principalmente en la casa. Porque también se da el caso de padres honestos con hijos deshonestos.
Y entonces mira uno el pasado de Ciro hijo y se encuentra con que su padre, ya fallecido, estuvo involucrado en narcotráfico y parapolítica. Tanto que fue condenado.
Crecer en un hogar con padres delincuentes hace muy difícil la educación en valores. No es por justificar a Ciro hijo, pero no la tenía fácil. Los hijos se alimentan de nuestro ejemplo, principalmente y del amor que les demos mientras crecen.
En otro tuit, de hace unos años, escribí:
“Si por mala educación, falta de principios o por carencias afectivas, yo hubiese sido un corrupto, les juro que lo último que haría, sería revolcar a mis hijos en mi inmundicia. La adicción al poder no justifica enseñar a un hijo a ser deshonesto. Zuluaga merece todo el repudio”.
Obviamente me refería al juicio que le espera al hijo de Oscar Iván Zuluaga por las cosas sucias que tuvo que hacer para la campaña de su padre, del cual fue gerente.
Los padres corruptos, por ninguna razón deberían enseñar a sus hijos a ser deshonestos. Al contrario, una forma de resarcir al mundo por los delitos que cometen, sería entregar a la sociedad buenos y correctos ciudadanos.
Pero casos como los de los Ramírez y los Zuluaga abundan y es muy famoso el de un expresidente que permitió el enriquecimiento de sus hijos con información privilegiada del Estado.
Y no solo en la política. En el mundo de los negocios particulares también. Cuando estaba construyendo un hotel, por allá en el año 2007, contraté a una señora para diseñar e instalar la parte eléctrica del edificio. Ella trabajaba en llave con su papá, un señor muy conocedor del sector. A la par, contraté a una interventora para que vigilara el cumplimiento de los contratos. Un día la interventora de la obra me dijo, Gustavo lo están robando. Me dijo que los anticipos que le había entregado a la contratista de la electricidad no se veían reflejados en las compras que estaba haciendo y que además estaba viendo sobrecostos por lo que me sugirió que no le diera más dinero. Pues efectivamente la señora me estaba robando.
Cuando la cité para hacerle el reclamo le pedí que fuera con su socio, es decir su papá. Cuando los tuve en frente mi reclamo no fue directamente para la señora, una joven de unos 30 años, sino para el padre. Le dije, su hija me está robando y el directo responsable es usted. Trató de defenderse pero la hundía más.
Le dije de todo. Obviamente les terminé el contrato pero me abstuve de denunciar a la señora que era quien firmaba los contratos por una sencilla razón. El papá le enseñó a ser bandida. Eso no la exime de responsabilidad, pero le dejé claro al papá corrupto que la peor hijueputada de su vida no era ser deshonesto y ladrón sino haberle enseñado a su hija a ser igual.
Ella se puso a llorar y le pedí, porque estaba embarazada que Jamás, jamás, enseñara a su hijo o a su hija a ser bandido o bandida. Si en suerte le tocó un padre ladrón, que no tuvo escrúpulos a la hora de enseñarle a su hija los trucos de la deshonestidad en la contratación, no repita la historia con su hijo, le recalqué. Si me lo promete no la denuncio, le dije. Me lo prometió y así lo hice. No la denuncié. No sé qué será de ese niño o niña, que hoy debe tener 16 o 17 años, pero si la señora me cumplió la promesa, hoy debe ser un ciudadano o ciudadana de bien.
Espero los padres y madres que lean esto, tomen conciencia de la importancia de educar en valores a sus hijos para que el cambio cultural se dé pronto en nuestro país. La cultura de la corrupción, del atajo, del todo vale, del clientelismo, del nepotismo, de la ley del más vivo, del usar las influencias para enriquecerse, la cultura del robo al erario o a vivir de él sin merecerlo, la cultura del menor esfuerzo para conseguir ventajas, ceda a una nueva cultura: La cultura del respeto por lo ajeno, la cultura de la honestidad. Eso he hecho yo con mis tres hijos, darles lo que recibí de mi madre: ejemplos de honestidad y por eso, hasta la fecha, jamás han escuchado un solo escándalo de corrupción de parte de alguno de ellos. Pero si por alguna razón, porque me hubieran enseñado a ser ladrón y no hubiera podido controlar esa adicción al dinero, les juro que jamás los hubiera involucrado en nada y menos, les hubiera enseñado a ser deshonestos. Por ningún motivo.
Hoy ya ellos y ella están formados, dudo que caigan en esa tentación. Las ambiciones, las adicciones al poder y al dinero se instalan en el comportamiento humano desde que los niños y niñas están en el vientre de las madres y con mucha fuerza en sus primeros cuatro años de vida. De ahí que la educación en valores sea tan importante para una sociedad. Esa frase terrible de “le voy a enseñar a mi hijo a no ser pendejo” debe desaparecer. Créanme padres y madres. Preferible un hijo pendejo que se deje robar a un hijo vivo y en la cárcel.
Por eso me llena esperanza el enorme presupuesto de 2024 para educación. Mientras tanto sigo soñando con esa Colombia donde los que gobiernan, los que legislan, los que imparten justicia, sean completamente transparentes y honestos. Sigo soñando en esa Colombia que vota, para que algún día le dé la espalda a los bandidos se este país, para que no los siga eligiendo solo por rabia al adversario. ¿Algún día estaremos preparados para votar por la honestidad y no por la trampa?
Envíen este escrito a maestras y maestros y a parejas embarazadas o con niños pequeños, por favor. Crear una nueva cultura empieza por la masificación de comportamientos.