miércoles, diciembre 4

OJO CON EL 2022

Por: Gustavo Bolívar Moreno

De una u otra manera, directa o indirectamente, Álvaro Uribe gobierna a Colombia desde 2002, año en el cual fue elegido como presidente de la República con la ayuda, ya confesada de varios paramilitares, quienes con el dinero sucio del narcotráfico, el de las tierras robadas o con el poder intimidatorio de sus fusiles, hicieron la diferencia electoral.

Pero no sólo los paramilitares contribuyeron al triunfo electoral de Uribe, también los medios en poder de los grandes conglomerados, los empresarios antioqueños, muchos ciudadanos engañados, cientos de ganaderos desesperados con el flagelo del secuestro, uno que otro narco beneficiado con las licencias otorgadas por Uribe cuando fue director de la aeronáutica, muchos fanáticos de la guerra y, principalmente, las FARC. Este grupo guerrillero, alzado en armas, que acababa de fracasar en su empeño por llegar a un acuerdo de paz con el presidente Andrés Pastrana, es, tal vez, el principal culpable de que Álvaro Uribe se hubiera convertido en lo que es hoy: un monstruo de la guerra, capaz de conducir a todo un país al suicidio colectivo, al genocidio, a la polarización, al odio.

Tanto que si no hubiesen existido las FARC tampoco Álvaro Uribe. Esa es una verdad de apuño porque Uribe creció, política y electoralmente gracias a los desmanes de aquellos, principalmente el secuestro. Uno de lo más, si no el más, terrible delito que se puede cometer contra una persona. Muchos secuestros terminaron en el asesinato de la víctima, y hasta en el cobro a sus familiares por la entrega del cadáver.

Con base en esto, Uribe montó un eficaz discurso antiguerrillero y antiterrorista que caló en un país cansado de ver imágenes de secuestrados encadenados o desnutridos con sus miradas perdidas, mirando a la nada, con cadenas en sus cuellos. Uribe supo capitalizar ese descontento y traducirlo en votos. Y la gente salió a votar sin entender su discurso de tierra arrasada, sin importar quién cayera en su intento por acabar la guerrilla. Y aquí empezó la debacle. Al nuevo Mesías, no le importó llevarse por delante al que fuera, con tal de mostrar a la prensa y por ende al país y a los Estados Unidos que estaba cumpliendo su palabra de acabar con las FARC.

Pero no era tal. La guerrilla no era fácil de acabar militarmente y él ya lo debía suponer por experiencia a priori, derivada de los gobiernos que la combatieron sin éxito. Pero los Mesías sienten que pueden hacer cosas extraordinarias. Aún así, durante su primer mandato entendió que no sería viable una salida militar al conflicto, entre otras cosas porque siempre negó el conflicto.

Por eso, para no hacer el papelón, para no pasar en blanco, impulsó aún más la política de sometimiento de los paramilitares a la justicia, llamada “Justicia y paz”, como estaba concebido, casi un proyecto de sometimiento del Estado a la Justicia. El artículo más polémico fue aquel en que les ofreció curules en el congreso. Así como lo oyen y lo leen. Al menos eso decía el proyecto original. Les ofreció curules a los paramilitares, de las mismas que hoy le critica a los de las FARC. De hecho los paramilitares fueron a conocer el capitolio y salieron aplaudidos por el ala traqueta de la plenaria.  Báez, Mancuso y Giraldo salieron ovacionados del salón elíptico. Los congresistas del ala paramilitar se levantaron de sus sillas a aplaudirlos. De ese tamaño es la pobreza mental de nuestra clase política. Unos anormales completos. ¿Pararse y aplaudir con ovación a tres individuos confesos asesinos de miles de personas?

Sí. Lo hicieron.

Buscando la gloria, por encima de sus sentimientos, Uribe también intentó un acercamiento con las FARC para quienes estuvo dispuesto, según videos que circulan en internet, a cambiar la Constitución para preparar su llegada a la política. El acercamiento a las Farc se hizo a Través del facilitador Henry Acosta Patiño, pero las FARC no le caminaron al Acuerdo con Uribe, según lo afirmó el propio Acosta a los medios de comunicación.

Y Uribe se enfureció más. Decidió sí o sí exterminarlos y mostrar sus cadáveres ante la prensa nacional e internacional. Como no era fácil matar guerrilleros, presionó y presionó a sus militares hasta que los empujó a una práctica abominable de la que darán cuenta los libros de historia como la peor violación del derecho internacional humanitario, el peor vejamen, la peor degradación humana, después del holocausto judío. Yo diría que el peor. Porque una cosa perversa es hacer pasar una multitud inocente por unas duchas y matarlos con gases tóxicos y otra terriblemente distinta, invitar unos jóvenes a trabajar en una finca y una vez allí, desnudarlos, hacerles poner uniforme de guerrilleros y fusilarlos a sangre fría. Luego desmembrarlos y sepultarlos en una fosa común para que sus familias angustiadas no los encontraran jamás.

Esta infamia solo es superada, en el mundo entero, por el mismo castaño-uribismo. Las masacres, quemar viva a la gente, despedazarla con una motosierra, echarlos vivos a los cocodrilos, o descuartizarlos en olimpiadas deportivas. Eso pasó en Colombia. La masacre, la ejecución extrajudicial, mal llamada falsos positivos, la empalada, la sacada del corazón, el desmembramiento de seres humanos. El horror hecho país. La sed de sangre hecha hombre. La degradación humana más profunda. La muerte elevada a la categoría de estrella, de protagonista, de vedette.

Pero cuatro años eran muy poco para terminar el festín de sangre. 48 meses no alcanzan para vender la mentira de la guerra a un país entero. 1.460 días no son suficientes para acabar con el Estado de Derecho de una nación. Necesitaban otros cuatro años.

-¿Pero cómo si no existe la figura de la reelección?

-Si no existe la inventamos.

-¿Pero cómo si no tenemos las mayorías?

-Las compramos.

Y las compraron. Dos ministros, Sabas Pretelt y Diego Palacio purgaron condenas por comprar votos para la reelección de Uribe a Yidis Medina y a Teodolindo Avendaño.

-¿Y Uribe?

-Bien gracias.

-Noooo, ¿que si Uribe purgó condena por comprar su reelección?

-Ah no. Nunca. Ni la pagará. Es intocable, es el Jefe, es el capo, el que manda, es el que quita y pone, es el patrón de patrones.

-Suficiente ilustración.

Pero ni los 8 años, ni los 96 meses, ni los 2.920 días alcanzaron tampoco para acabar la guerrilla, para adjudicar otros billonarios contratos como los de Odebrecht y Reficar, para entregar las zonas mineras suficientes para acabar la biodiversidad del país.

-¿Entonces?

-Vamos por el tercer período.

Y de esta manera, quien critica a Chávez, a Evo y a otros líderes de izquierda por engolosinarse con el poder, quiso seguir por doce años como presidente de los colombianos, sin sonrojarse, sin inmutarse. Solo que la Corte no se lo permitió y por eso odia las Cortes.

-Entonces, como no pudo acabar la guerrilla que la acabe otro.

-¿Pero quién?

-Juan Manuel Santos, su exitoso ministro de defensa.

Y la gente votó por Santos y Juan Manuel Santos acabó con las FARC, solo que no a plomo, como hubiera querido su mentor. No. Santos la acabó como se deben acabar los conflictos en el mundo entero: Dialogando, negociando, pactando. Esto desde luego desató la furia del señor de la guerra. ¿Cómo iba a ser posible que Un súbdito, un “el que dije yo”, fuera capaz de desarmar a la guerrilla más antigua del mundo y no él, rey de reyes?

Santos inició en 2012 un acercamiento con el grupo guerrillero y les propuso ir a una mesa de negociación. Pactaron negociar en la Habana y así se dio inicio a una nueva etapa de conversaciones. El país no se ilusionó mucho. Ya en el pasado, con Pastrana y con Samper se habían iniciado negociaciones que terminaron rotas.

Pero el nuevo proceso de paz sí le sirvió a Santos para convertirse en el enemigo número uno de Uribe. De la noche a la mañana se volvió un “narcoterrorista”, háganme el favor, un delfín, nieto de presidente, oligarca como pocos, ahora era un narcoterrorista, socialista y comunista. De la noche a la mañana se volvió de las FARC. Al menos ese fue el rótulo que le puso en la frente Álvaro Uribe. Y ha sido tan efectivo rotulando y estigmatizando que la gente le creyó.

Entonces la relección, ahí sí le pareció mala. ¿Cómo podría Santos aspirar a otro periodo si el único colombiano vivo que podía repetir periodo era él?

-Toca tumbarlo

-Pero cómo. Está muy montado en el poder. Tiene la chequera del banco de la mermelada para repartir recursos a los congresistas a diestra y siniestra.

-Lancemos un candidato.

-¿Pero cuál?

-Oscar Iván Zuluaga

-Perfecto.

-Pero también lancemos listas al Senado. Tenemos que ir por todo.

-Armémoslas.

-Presidente ojo que en el séptimo renglón de la lista se coló un exguerrillero del M-19

-Everth Bustamante.

-No hay problema. Hay exguerrilleros buenos como Everth y exguerrilleros malos como Petro. El nuestro es un exguerrillero bueno. Llevémoslo al Senado.

Y de esta manera el exguerrillero bueno llegó al Senado.

Miren cómo tres hechos “inmorales” que él aborrece y critica fueron intentados por él mismo: negociar con la guerrilla, perpetuarse en el poder o llevar exguerrilleros al Congreso. Las tres cosas las hizo o las intentó. Porque Uribe es así. Jamás ve la paja en el ojo ajeno. De esta manera llevó a un ex M-19 al Congreso y apoyó candidaturas de otros en las regiones como la de Rosemberg Pabón, entre otros. A ellos no les dice que incendiaron el Palacio de Justicia ni los increpa por su presencia en la política, a pesar de que Everth Bustamante tenía más poder y mando dentro de la guerrilla que el mismo Gustavo Petro. Porque para incoherente él.

Para fortuna de Colombia, Zuluaga perdió las elecciones. A pesar de haber ganado en primera vuelta, el candidato de Uribe cometió un craso error: Prometer que el 7 de agosto de 2014, terminaría con las conversaciones de paz. Para entonces ya Colombia y especialmente los territorios que es donde se sufre la guerra, ya se habían vuelto a ilusionar con la paz. Por eso, los movimientos de izquierda, los de centro, los progresistas y alternativos se unieron a la candidatura de Santos e inclinaron la balanza a su favor. Uribe quedó herido pero no muerto. Volvería en 2018 con su furia y su inteligencia para estigmatizar y rotular.

Santos hizo la paz. Firmó un acuerdo de cinco puntos en la Habana con las FARC y cometió, tal vez, un error infantil al querer refrendarlo en las urnas cuando el mandato dado por los colombianos en las urnas le permitía firmarlo como Jefe de Estado, responsable de la paz de todos los colombianos. Entonces convocó a un plebiscito por la paz que casi echa al traste los cinco años de negociaciones. Subestimó a Uribe. Olvidó que ese hombre era capaz de todo con tal de alcanzar un objetivo. Dicho y hecho. El uribismo, ya empoderado con 20 curules en el Senado y otras tantas en la Cámara, ya eran una fuerza electoral poderosa. Y si a esto le sumamos su eficiencia en las comunicaciones a través de las noticias falsas, la estigmatización, el engaño, la calumnia y el apoyo de los grandes medios y las grandes encuestadoras, casi todas fundadas o manejadas por uribistas, tenemos como resultado, una máquina que fabrica resultados.

Efectivamente, se perdió el referendo, eso sí, a punta de engaños. A los pensionados les dijeron que sus mesadas irían a parar a manos de los exguerrilleros, a los padres de familia les dijeron que la nueva educación de género convertiría a sus hijos en homosexuales, a los costeños les dijeron que Colombia seríamos como Venezuela, al resto de los colombianos les dijeron que Timochenko sería presidente de Colombia.

Al final Santos, impulsado por el apoyo decidido de los jóvenes en las calles y el Premio Nóbel recibido, supo enmendar el error convocando a los ganadores a realizar cambios en lo pactado y se pudo rehacer el Acuerdo que esta vez se firmó en el Teatro Colón.

Millones de Colombianos, hoy se arrepienten de haber dado su voto contra la paz. Ese triunfo les ha servido a los uribistas para deslegitimar un anhelo sagrado de todo ser humano como es el de la tranquilidad. Les alcanzó incluso para cabalgar sobre un discurso de guerra para poner otro presidente. No cualquier presidente. El que dijera él. Y ese fue Iván Duque. Aquí sobran las descripciones y los adjetivos porque lo estamos viviendo, o mejor, padeciendo. Un gobierno entregado y jugado por los poderosos, que desprecia a los pobres, a los indígenas, a las negritudes, a los campesinos que abrazaba en campaña. Un gobierno mentiroso que le metió el cuento a toda la sociedad de su buen manejo de la pandemia cuando la realidad es que somos uno de los seis países que peor la ha manejado como lo demuestran las cifras. Estamos llegando al millón de contagiados y a los 30 mil muertos por coronavirus y eso sin haber hecho las pruebas suficientes.

En resumen, aquel joven con “Cara de seminarista” que nunca proyectó en su imagen la suciedad de su corazón nos ha gobernado por 18 años a su antojo, lamentablemente para Colombia, con pésimos resultados. Luego de 18 años de uribismo el país navega en el fango negro de la corrupción y en el mar rojo de la violencia. Y las cifras no mienten. La evidencia es incontrovertible:

1-Tercer país más desigual de La Tierra.

2- Sexto país con peor educación. Ocupa el último lugar en las pruebas Pisa.

3- El país con más masacres.

4- El país donde más líderes sociales mueren asesinados.

5- El tercer país donde más asesinan niños.

6- El sexto país con peor manejo de la pandemia.

7- El quinto país con más feminicidios.

8- El país con mayor percepción de corrupción en el mundo.

9- El país de la OCDE que más empleos perdió en la pandemia

10- El país que más invierte en Defensa de Latinoamérica y el que menos invierte en ciencia y tecnología.

11- El país que produce más cocaína y en este punto es oportuno advertir que no obstante la inversión de billonarios recursos económicos y de más de 30 mil vidas humanas, el consumo en estos 18 años se ha disparado, la producción en estos 18 años se ha disparado, los cultivos en estos 18 años se han disparado. Hoy se produce y exporta más cocaína que hace 18 años.

También la pobreza está creciendo como lo demuestran las últimas estadísticas del DANE y no por la pandemia sino desde antes de la pandemia.

También las masacres han vuelto. Van 68 en este año cuando en 2017, primer año del Acuerdo, solo fueron nueve.

También los asesinatos de líderes sociales se acrecentaron. Van casi 500 en este gobierno.

En este gobierno de Duque intentaron revivir los falsos positivos.

La tierra se concentró en muy pocas manos y se han reversado los procesos de restitución, incluso con proyectos de ley que acaban de presentar.

La deforestación de la Amazonía por la ganadería expansiva y los cultivos de palma, principalmente, sigue firme, contribuyendo al cambio climático.

La paz sigue sufriendo. La Senadora que reemplazó a Uribe acaba de presentar un proyecto para acabar la JEP. La verdad les duele y les hace daño. La atacan por todos los frentes posibles. Son como una plaga de langostas adictas a la guerra.

Los derechos Humanos parecieran no existir en estos gobiernos. Se chuza a la oposición, se perfilan opositores, se les abren carpetas de inteligencia a quienes los denunciamos. Los grupos de extrema derecha que defienden al uribismo, como las Águilas Negras, amenazan, persiguen, desplazan, estigmatizan o matan al opositor. No hay garantías para la protesta. Hay disparos de la Fuerza Pública hacia los manifestantes que han cobrado vidas valiosas.

El campo sigue empobrecido. El Gobierno hace trizas la paz, desfinancia los programas de sustitución para poder justificar el glifosato.

En pocas palabras el uribismo es una desgracia, un cáncer que mantiene a nuestra pobre Colombia como un enfermo terminal. Tenemos que recatar a nuestro país de las manos de estos enfermos mentales que solo gritan “guerra”. Tenemos que arrebatársela a las corporaciones que gobiernan en cuerpo ajeno financiando presidentes y congresistas. Colombia está secuestrada por la corrupción y la violencia.

Tenemos que unirnos, por una vez al menos en la vida, para ganar las elecciones. Ojo con el 2022 es una advertencia de Uribe para decir a sus fanáticos, a sus financiadores y a los delincuentes que los acompañan que están a punto de perder contratos, privilegios e impunidad. Ojo con el 2022 es un llamado a la Colombia despierta, a la Colombia consciente para que nos detengamos a planear las elecciones sin mezquindades, con grandeza, con inteligencia. Sería inaudito, imperdonable, permitir que un expresidiario, con más de 200 investigaciones encima, siga mandando en Colombia como si esta fuera su hacienda.

Ojo con el 2022. Los derrotamos o los derrotamos. No hay otra salida. Si no lo hacemos, este país se terminará de hundir. Otros cuatro años de uribismo serían el suicidio colectivo de la nación entera. Jóvenes, mujeres: Ojo con el 2022.

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