La Divina Comedia es una obra de Dante Alighieri conocida por la mayoría de los bachilleres. En contraposición a esta, se nos ocurre una horrenda comedia, similar a la que vivimos los colombianos durante el gobierno de Iván Duque. Como el Pegaso sigue volando –con rumbo desconocido– nos vemos precisados a hablar de él, ahora que se dice que fueron los gringos quienes compraron el software de espionaje para utilizarlo en Colombia sin que las autoridades nacionales estuviesen enteradas y de suyo que consintieran a ello.
Cuando uno ahonda en el negocio de Pegasus encuentra que, de ser cierto que Estados Unidos estuvo involucrado, hubo dos individuos que debían enterarse de las jugarretas de los gringos: los ilustres exembajadores ante ese país, Juan Carlos Pinzón Bueno (que de bueno poco) y Francisco ‘Pacho’ Santos (un payaso peligroso, no por su capacidad, sino por su entrega al papel). Recordarán ustedes que uno de estos personajes, en ejercicio de su cargo como embajador, comprometió la relación bilateral al irse a lagartear a un candidato republicano, quizá bajo la creencia de que así conseguiría algo semejante a lo que por iguales medios obtuvo en su tierra natal. A la fecha nos sigue causando intriga cómo es que un señor como Pinzón llegó tan lejos, vistas sus limitadas capacidades, poca fiabilidad –incluso entre aliados– y exiguo capital político.
Al tiempo de conocerse este nuevo capítulo del escándalo, la directora de la malhadada revista Semana junto con otros periodistas, algunos de relativo buen prestigio, salieron a celebrar lo que consideraron el ‘fracaso’ de la denuncia que sobre el asunto había formulado el presidente Petro y, con ello, procedieron a dar por terminada la historia. Para ellos la versión de dos funcionarios gringos –el día siguiente a la elección y en condiciones al menos opacas– desvirtuaba las evidencias recabadas por el gobierno y por algunos medios de comunicación (entre ellos la admirable y siempre precisa Revista Raya) que demuestran, con sustento en documentos entregados por autoridades israelíes, al menos un desembolso por valor superior a los seis millones de dólares que provino directamente de la Dirección de Inteligencia de la Policía Nacional de Colombia, con sede no precisamente en el Pentágono, sino en la calle 26 de Bogotá.
Con el tino que acostumbra, Petro contestó a los deseos de la periodista-candidata así: “si es esto cierto [que los gringos compraron Pegasus sin contarle al gobierno colombiano] sí que serían peor las cosas”. En lo que a nosotros atañe, además del interés por conocer la verdad sobre Pegasus no deja de sorprendernos la capacidad de daño de la derecha política: si es cierto que Estados Unidos adquirió el software en el marco de un acuerdo de cooperación, es imposible que ningún funcionario colombiano supiera siquiera de su existencia. ¿Por qué nadie dijo nada? ¿Decidieron privilegiar su odio al presidente Petro y librar a su suerte la soberanía nacional? ¿Acaso no reconocen que dicha operación en territorio colombiano, sin conocimiento ni autorización del Estado, nos puso en riesgo a todos? Quién sabe qué otras locuras nos tienen ocultas.
Adenda: este mundo enrevesado parece no tener arreglo. Los que en la mañana llaman a la paz en Medio Oriente por la tarde firman contratos para la venta de armas o autorizan que por sus fronteras pasen cargamentos de explosivos con destino a ser usados en la guerra. Además de lo cruento e injusto que es cualquier conflicto, las circunstancias se agravan al considerar quienes las lideran, desgracia y desquicio por doquier.
Nota alegre: primero salieron de ‘Galán’ en Israel (el exministro de defensa, Yoav Gallant) que nosotros de este alcalde. Si a Netanyahu le sirve el de acá bien puede llevárselo, sea para que ocupe el cargo de Gallant o como encime de cualquier otro.
Adenda dos: para quienes no creen que lo de Pegasus fue un negociado turbio, miren quiénes fueron los embajadores de Colombia en Estados Unidos para esa época y nos cuentan si mantienen su postura.