Por Juan José Rodríguez
Más de 1.500 migrantes se hacinan en La Peñita, una localidad indígena panameña fronteriza con Colombia, tras haber logrado sobrevivir “el infierno” de la selva del Darién, uno de los tramos más peligrosos en su trayecto hacia Estados Unidos, donde abundan narcotraficantes y mafias criminales.
De ellos, 250 son niños. Lograron pasar la densa selva de 575.000 hectáreas y se encuentran en la Estación Temporal de Asistencia Humanitaria (ETAH) instalada en este poblado de rudimentarias casas de madera y techo de paja, donde reciben asistencia médica.
Con capacidad para unas 100 personas, la ETAH está desbordada.
“La selva es un infierno”, comenta Chambe Bezil, un camerunés.
Bezil se suma a los cerca de 4.000 migrantes, principalmente de Haití, Cuba, República Democrática del Congo, India, Camerún, Bangladesh y Angola, que se encuentran en diferentes centros de acogida de Panamá a la espera de continuar su viaje, primero hacia Costa Rica y luego Estados Unidos.
– “Un suicidio” -Con serranías, ríos caudalosos y sin vías de comunicación terrestre, y bajo una humedad y calor insoportable, los migrantes cruzan el Darién a través de trochas, muchas de ellas utilizadas por los narcotraficantes y bandas criminales. La selva es tan densa que a veces no llega la luz del cielo y todo es oscuridad.
“Pasar esa selva es un suicidio”, advierte un policía en la improvisada estación humanitaria.
La selva es conocida por su diversidad de pájaros, pero también abundan serpientes venenosas, jaguares, puercos de monte, arañas, alacranes, lagartos o abejas africanas.
Muchos de los migrantes pasan largo tiempo sin comer debido a los pocos víveres que llevan para el trayecto, que recorren en un mínimo de tres días.
Durante los primeros cuatro meses de 2019 por la ruta selvática han pasado al menos 7.724 adultos, el triple que hace un año, y 1.141 menores de edad, el doble que en el mismo período de 2018.
Según fuentes de seguridad panameñas los migrantes atraviesan la selva en grupo, algunos conformados por familias enteras que dicen escapar de la pobreza o de la persecución política.
Algunos mueren en su paso por la selva, mientras que otros denuncian robos y violaciones.
Llegan “desnutridos, deshidratados, a veces sin dinero y asediados” por los traficantes, señala el director del Servicio Nacional de Fronteras, Eric Estrada.
“En el grupo con el que salí, por lo menos cinco personas quedaron atrás y están muriendo”, denuncia el haitiano Pierre Louis Clivens.
“Hay muchos ladrones, están esperando a todos (quienes hacen la travesía). Muchos ladrones armados, con armas de la policía que caen en sus manos. Es peligroso”, añade.
Marie-Claudia Toussaint, también haitiana, tiene el brazo vendado y cuenta cómo le dispararon.
“Tomaron todo mi dinero. Agarraron un total de tres teléfonos, uno de mi esposo y dos míos y el ladrón me pegó un tiro en el brazo izquierdo”, narra mientras es vacunada.
En el último año y medio, 52 personas han sido detenidas por pertenecer a estructuras criminales relacionadas con el tráfico de personas.
“Lamentablemente las mafias criminales que trafican con personas ilusionan al inmigrante desde los países de origen. Les hacen ver que el tránsito es expedito, fácil y no complicado, pero realmente las personas se encuentran con otra realidad”, señala Estrada.
La situación ha obligado al gobierno panameño a adecuar varios centros de acogida temporal antes de ser enviados a la frontera con Costa Rica, que permite la entrada diaria de unos cien migrantes.
– “Está sufriendo”-Un bebé duerme, tras ser amamantado, sobre las piernas de su madre haitiana.
El niño al que han llamado Frezin nació el 11 de mayo en un centro médico de Panamá, a donde su madre fue enviada tras cruzar embarazada la frontera del istmo con Colombia.
“Ese bebé que está ahí es recién nacido. Hace mucho calor y no tenemos cómo acondicionar un lugar para él”, se queja Clivens.
Frezin y sus padres se encuentran en una bodega con piso de tierra. En las instalaciones hay una veintena de literas. La ropa está esparcida por cualquier lugar.
Varios adultos duermen en el piso, mientras niños desnudos o en pañales corretean por las instalaciones.
Ya en la tarde, varias decenas de personas suben, previo pago de 40 dólares y el correspondiente permiso de las autoridades, a varios autobuses que los llevarán a la frontera costarricense.
Para no ser vistos, recorrerán el país durante toda la noche.
Pero el camino recién empieza ya que aún queda pasar por el resto de los países de América Central y atravesar México, hasta llegar a la frontera estadounidense, donde se enfrentarán a la política migratoria de Donald Trump.