Por: Heidy Sánchez
Desde hace algunas semanas hemos venido acercándonos al proceso de defensa del humedal Salitre adelantado por parte de la comunidad que se construye a su alrededor. En ese camino se ha notado, ya sin tanta sorpresa, cómo esta administración en vez de cumplir con el pacto que suscribió con las organizaciones ambientales de la ciudad sigue permitiendo la agresiva intervención urbana en la estructura ecológica principal de la ciudad, en particular, de los humedales.
Estos biomas, sin cuyo entendimiento científico la ciudad está condenada al fracaso -como planificación urbana-, siguen siendo blanco de la voracidad del capital, que los ve como potreros prestos a ser rellenados de cemento. Esto, frente a un Estado impávido que observa temeroso de usar sus facultades disciplinarias y punitivas en contra de quienes atentan de esta manera contra el entorno natural que sustenta nuestra vida; nada más alejado de lo que el Estado debería garantizar: restaurarlos, conservarlos, investigarlos y educar sobre ellos.
En el caso particular del humedal Salitre esa amenaza tiene un doble rostro: por un lado, la constructora EQUILATERO, que promueve actualmente un proyecto de vivienda justo en las riberas del humedal.
El PMA del Humedal Salitre establece que las zonas de uso sostenible dentro del humedal son:
“(..) espacios del humedal que pueden ser destinados al desarrollo de actividades productivas. Estas áreas deben ser sometidas a reglamentaciones encaminadas a prevenir y controlar impactos ambientales generados por su explotación o uso. En el manejo ambiental de estas áreas se debe asegurar el desarrollo sostenible, para lo cual se requiere acciones dirigidas a prevenir, controlar, amortiguar, reparar o compensar los impactos ambientales desfavorables.
El objetivo principal de la zona de uso sostenible es brindar un escenario en el cual los principios de conservación sean compatibles con el desarrollo sostenible, permitiendo el uso racional de los recursos naturales por parte de la comunidad involucrada en el área, y enmarcados dentro del contexto de planificación, garantizando así una gestión eficiente y coherente con los objetivos propuestos para el área.
[….]
Usos prohibidos: Agrícola y pecuario, forestal productor, recreación activa, minero industrial de todo tipo, residencial de todo tipo, dotacionales salvo los mencionados como permitidos.”
A pesar de lo anterior, el 12 de enero de este año la curaduría No. 3 de Bogotá concedió licencia de urbanización con resolución 11001-3-21-0038 a la Sociedad PROMOTORA EQUILATERO S.A.S para el desarrollo denominado ALDEA, y del mismo modo dio licencia de construcción en las modalidades de obra nueva, demolición total y cerramiento al proyecto arquitectónico del mismo nombre a desarrollarse en el predio localizado en la Carrera 60 # 60-55 de la localidad de Barrios Unidos.
De hecho, el proyecto denominado ALDEA se ubica a menos de 56 metros del Canal del Brazo Salitre, y a menos de 56 metros por el sur oriente del humedal Salitre, poniendo en riesgo lo establecido por Plan de Manejo Ambiental (PDA) de este, pues allí se determina que la realización de este tipo de construcción residencial afecta gravemente el terreno, debido al tipo del suelo existente y, por ende, está prohibido.
Además, pasa por encima de la comunidad de la UPZ 103, que desde hace más de 20 años se ha apropiado de este espacio medioambiental como un eje de transformación social y cultural, el cual no debe terminar con la construcción de un conjunto de unidades habitacionales, las cuales terminarían con un daño ambiental irreversible en el humedal Salitre.
Por el otro lado está Salitre Mágico, el parque de diversiones reconocido por todos los bogotanos ha dedicado los últimos meses a talar y rellenar buena parte del bosque conectado directamente con el humedal. Se ha rellenado el terreno y desplazando decenas de seres vivos, confinándolos aún más en el reducido espacio que les fue asignado por la “norma ambiental”, fuera del hecho de que justo al lado se construyó por parte del IDRD una pista de bicicross con luminarias que afectan todo el ecosistema y su dinámica nocturna.
Es precisamente esa la pelea que se libra desde hace años con el poder permanente de la ciudad respecto de la estructura ecológica principal, y en particular respecto de los humedales. Para los representantes del gran capital -que no han dejado el palacio de Liévano, solo se pusieron jeans y Converse- son potreros con charcos y algunos animales, inutilizados y desperdiciados en vez de ser fructíferos en la lógica de la especulación inmobiliaria; lo que no entienden es el estratégico rol que juegan estos ecosistemas para la sustentabilidad de la vida en la ciudad.
Los humedales, ecosistemas de borde que surgen en porciones de tierra seleccionadas por el agua, no solo deben ser protegidos por la inmensa cantidad de vida que albergan (cientos de especies endémicas que se ven desplazadas o aniquiladas por la irresponsable actuación urbanística), sino que también cumplen un papel fundamental en la regulación de los ciclos y flujos hídricos en la ciudad.
El agua que desciende desde los cerros y desemboca en el río Bogotá tiene ciclos de abundancia y escasez que se ven regulados precisamente por los humedales, destruirlos y desatender el entendimiento científico sobre los mismos no solo es mezquino por anteponer las ganancias de unos pocos a la vida de muchos, sino premoderno e insensato, porque socava también las condiciones de la vida digna de las y los habitantes de la ciudad. Es decir, es un error de planeación urbana, sin contar con que además es ilegal porque la Ley 388 de 1997 establece que esta planificación debe hacerse con base en la estructura ecológica principal del territorio.
Es realmente torpe o cínico rellenar los humedales de cemento y luego preguntarse por qué la ciudad se inunda caóticamente cada vez que llueve (justamente las inundaciones se dan en las inmediaciones de estos ecosistemas intervenidos), y es por eso que nos oponemos, con todos los recursos legales a nuestra disposición, a que se siga impulsando esta insensatez.