viernes, diciembre 6

La prohibición de las drogas (parte II)

Por: Felipe Tascón Recio / @felipetascon57

Los historiadores de la prohibición, sobretodo el autor de la biblia sobre las drogas Antonio Escohotado, ligan sus orígenes a la cruzada puritana por los ‘valores morales’, gasolina del racismo y la aporofobia contra los antiguos esclavos y los migrantes tardíos (Escohotado, 1986). A favor de privilegios laborales de los gringos blancos anglosajones y protestantes WASP, la cruzada contra su competencia encontró en la droga un aliado ideal, así empezó contra los chinos por los opiáceos, continuó con los afros por la cocaína e irlandeses por el alcohol y, años después, cuando se necesito controlar mexicanos apareció el estigma y la prohibición de la marihuana (Ibíd.).

En 1903 ni siquiera la “chispa de la vida” eludía el estigma, el historiador Musto cita a un coronel Watson quien incluía en la “amenaza” a “una bebida gaseosa hecha en Atlanta y llamada Coca-Cola”. En paralelo, el “argumento” citado de las violaciones trascendía hasta reclamar -en un artículo del New York Times del 13/08/1914- el aumento del calibre de las armas de la policía sureña “por qué los negros cocaínizados necesitan balas mayores” (Ibíd.). Desde que apareció la prohibición su rol en el control étnico y clasista fue central, por esto el psicólogo peruano Baldomero Cáceres plantea que “se difundió porque era y es útil, funcional, para todo gobierno, puesto que el Estado incrementa con ella su poder policial y militar” (Cáceres, s/f).

El término “empresarios morales” lo acuñaron sociólogos norteamericanos de finales del siglo XX, calificando así a los cruzados contra la droga. (Escohotado, 1986). Para el citado obispo colonial de Manila Charles Brent, el asunto siempre fue moral, nunca tuvo consideraciones científicas, por esto cuando la “Investigación adicional” que pedía el telegrama (citado en la parte 1) resultó contrario a su meta, y el “Comité de estudio el problema del opio” recomendó al congreso “reconsiderar el proyecto de prohibición absoluta” desde 1908, Brent logró imponer la moral sobre la ciencia (Ibíd.).

Pronto la derrota de la ciencia ubicó su real valía. En la 1ª década del siglo XX, en San Francisco y New York, hubo linchamientos de migrantes chinos y los victimarios ocultaron la verdadera causal de rivalidad laboral, alegando que las victimas eran opiómanos y, así, eludieron la justicia. La reacción china fue decretar un bloqueo comercial y un mercado entonces de 400 millones de habitantes se esfumaba. Esto ayudó a Brent, quien convenció de nuevo a Roosevelt y a Taft (entonces secretario de Guerra) de promover una conferencia contra el opio en Shanghái en 1909 (Ibíd.). El lobby de los “empresarios morales” en el congreso gringo nada que cuajaba, por eso le echaron mano al cuento de la amenaza externa.

Cuando logran convocar Shanghái y se crea la comisión para buscar ahí la prohibición global de todo uso no medico del opio, los comisionados Brent, el misionero en China C. C. Teney y un joven y ambicioso abogado Hamilton Wright, buscaban no solo poner en jaque a China, sino como dijo Wright “tener una legislación represiva nacional para salvar la cara en la Conferencia de Shanghái”, es decir, exportar el problema tenía como corolario el chantaje local al capitolio. Pero Shanghái fue un fracaso, el mayor productor Turquía no asistió, mientras los delegados europeos no entendían la obsesión gringa. Vale citar al delegado del país en donde en 1860 se había inventado la cocaína, Alemania, quien diplomáticamente recomendó que EEUU tomara las “medidas domesticas” que creyera oportunas, la respuesta de Wright configura lo que hasta hoy sigue siendo la política gringa antidrogas: “sólo una represión internacional «defendería» a su país de una agresión «exterior»” (Ibíd.). La tarea era ahora crear una opinión pública contra la amenaza externa antiamericana de las drogas.

Un siglo después -al desmarcarse del proceso de paz de La Habana- el delegado de Colombia ante la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes JIFE, Francisco Thoumi escribió: “para responder a quienes afirman que el Plan Colombia es una intervención contraria a la soberanía colombiana, los estadounidenses podrían afirmar que lo único que su país ha hecho, en ejercicio de su soberanía, es declarar ilegal dentro de su territorio una sustancia, y que los colombianos han respondido inundando con contrabando su país, lo cual claramente estaría socavando la soberanía estadounidense” (Thoumi, 2013). Parafraseando a Hollywood, podemos decir: “cualquier parecido entre estos dos guiones es pura coincidencia”.

El intento siguiente fue el proyecto de ley Foster, para el que Brent contó con el apoyo de un viejo conocido, Taft, recién llegado a la presidencia. En el debate sobre este proyecto -en 1910- por 1ª vez aparece la propuesta de centrarse en educación, como herramienta para frenar el abuso de las drogas, así lo planteó el delegado de la Asociación Médica Americana. Su lobby y el de los farmacéuticos logró abortar el proyecto. Con este fracaso interno, los comisionados volvieron a intentar desde fuera. En 1911 se realiza la convención de La Haya, en la que por rivalidad entre intereses de los países presentes, por ejemplo Holanda y Alemania los mayores procesadores del opio y la coca, y la ausencia de los mayores cultivadores Perú, Bolivia y Turquía, tampoco tubo éxito, dejando todo en el aire. (Escohotado, 1986).

En diciembre de 1914, finalmente Brent y compañía “coronan” con la ley Harrison. El enfrentamiento inter-gremial de médicos y farmacéuticos abrió el boquete, así mismo la estrategia de pasar de agache la necesidad de una enmienda constitucional (lo que en paralelo si se hizo para la ley seca[i]). Para ser constitucional habría necesitado se suspendieran “los derechos a la intimidad, la libertad de conciencia y la búsqueda personal de la felicidad”, icónicos de la constitución norteamericana, por eso pasaron la ley con carácter limitado a lo fiscal, es decir, como una norma anti-contrabando llena de ambigüedades sobre que se toleraba como uso medico y que no (Ibíd.).

Antes de pasar a las vicisitudes de la Convención de La Haya y la Ley Harrison, veamos como se aclimató el problema en Europa y Latinoamérica donde, en vez de curas y abogados, hubo psiquiatras.

El descubridor del uso anestésico de la cocaína, el oftalmólogo austríaco Karl Köller, la conoció referida por su amigo Sigmund Freud. Luego el propio Freud uso cocaína para tratar el dolor que una amputación le producía a su profesor E. V. Fleischl. En la medida que el tratamiento fracasó, dio pie a que el psiquiatra ortodoxo Adolf Erlenmeyer afirmara que Freud le había agregado un tercer flagelo a la humanidad, el cocainismo, sumándolo al alcoholismo y morfinismo (Cabieses, F. 2001). Quien potenció este argumento fue otro colega, Emil Kraepelin, quien en la orilla contraria a Freud, asumía solo causas biológicas y genéticas para las enfermedades psiquiátricas. Usar el “flagelo cocainismo”,  solo le agregó otro ítem a su pelea contra el psicoanálisis.

El prohibicionismo moderno llegó a Latinoamérica por vía postal, el peruano Hermilio Valdizán quien estudiaba psiquiatría en Roma, en 1913 envió por correo desde Italia su artículo “El cocainismo y la raza indígena”. Un estudio de la UCM de Chile lo ubica como vinculado “a la enorme influencia de las posturas positivas y cientificistas de Kraepelin”, algo común en Europa de la época. Lo particular es que Valdizán suma la influencia del contradictor de Freud, con prejuicios contra la “raza indígena degenerada”, así sobre la coca, le reclamaba a los colonizadores que no “hubieran podido, dándose cuenta del daño que esta producía, atenuar dicho uso y aun suprimirla. Desgraciadamente, no se concedió gran importancia a la conservación de la raza” (citado en Caycho, Salas y Arias, 2015).

Esta suma de racismo y cocainismo es una falta de rigor científico, de reduccionismo al asignarle a la coca los pecados de su derivada cocaína. Igual que Vespucio, a Valdizán no le interesa comprobar nada, menos recuperar el uso benéfico de la coca, traslada sin ninguna clase de filtro y se sirve de la condena Erlenmeyer-Kraepelin, para demostrar su superioridad sobre los indígenas andinos. Cáceres destaca como apenas en 1901 William Mortimer había publicado “History of Coca: The Divine Plants of the Incas”, en la que se compilan los usos medicinales y alimenticios de la hoja, sin embargo Valdizán prefirió profundizar su prejuicio con consecuencias funestas (Cáceres, s/f).

Para Baldomero Cáceres la incursión de la psiquiatría en el asunto de las drogas causó su descrédito, mientras el definirlas como adictivas permitió asimilar su consumo a una enfermedad mental y toxicomanía. Cáceres plantea que la profesión psiquiátrica se apoderó  de un “poder clasificatorio” que “estigmatizó a cientos de millones de seres humanos y nos mantiene estigmatizados todavía”, de donde se desprende que al clasificar el consumo de drogas como enfermedad, también se estaba clasificando a un grupo poblacional como pacientes. Cáceres va más allá argumentando que el uso de choques eléctricos con enfermos mentales, alcohólicos y “adictos”, se aplicó “sin reflexión alguna sobre el incumplimiento del precepto hipocrático de no hacer daño”. Para concluir ubicando la génesis de la prohibición, en la “prédica psiquiátrica, puesta al servicio del control social del Estado policía, del ogro filantrópico” (Cáceres, s/f).

Finalicemos esta parte de la historia volviendo a la cruzada gringa, recordaran que la Conferencia de La Haya había terminado en punta. El truco que les resuelve el lio aparece al final de la 1ª guerra mundial, en el artículo 295 del Tratado de Versalles, se volvió convención mundial el documento prohibicionista, del que en 1911 solo habían participado -con reservas- 13 naciones. (Escohotado, 1986). EEUU maniobró y le colgó al tratado de paz lo que en Colombia se llama un mico.

En la próxima parte relatare los problemas que su inconstitucionalidad le provocaron a  la ley Harrison, y la aparición del primer argumento sobre el daño fisiológico de las drogas, ambas historias de la década de 1920. Para continuar con su llegada a Colombia, y con la Comisión de Estudio de las Hojas de Coca, con el cual las actuales Naciones Unidas inauguraron su política prohibicionista en 1950.


 

Bibliografía:

Cabieses, Fernando (2001): “Más sobre la coca”, Lima, INMETRA

Cáceres, Baldomero (sf): “Psiquiatría y prohibición de plantas psicoactivas”, Lima, Nodo50

Caycho, Tomas;  Salas, Gonzalo; y Arias Walter (2015): “Los aportes de Hermilio Valdizán y el cocainismo en el antiguo Perú”, Talca, Universidad Católica del Maule.

Escohotado, Antonio (1986): “La creación del problema”, Madrid, Revista Española de Investigaciones Sociológicas.

Thoumi, Francisco (2013): “Soberanía, discursos y debates sobre drogas ilegales”, Bogotá, Razón Pública

[i] Es normal creer que la prohibición de drogas fue complementaria a la del alcohol, pero esto es un error. Aunque existió coincidencia temporal, ambas se gestaron por separado, incluso opositores de la ley seca, votaron a favor la ley Harrison. Vale resañar al máximo exponente de la moral, el obispo Brent, que en este caso la tenia doble: defendió el alcohol ante Roosevelt dado su “alto valor en calorías”.

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