viernes, enero 24

La moral esquiva del ‘líder del mundo libre’

Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas
Editor: Francisco Cristancho R.

Si roba el delincuente, púdranlo; pero si es un poderoso quien falta a la verdad, perdónenlo.

Simpático y poco ejemplarizante –para los gringos y para el mundo– lo que hizo el presidente Joe Biden con su hijo, Hunter. Haciendo gala de la doble moral que es costumbre entre los calvinistas, Biden padre, había dicho que jamás indultaría ni emplearía el poder presidencial para remediar las faltas y fallas de su hijo. Más se demoró en decir esto que en incumplirlo, pues resolvió expurgar varias condenas penales contra su hijo, en ejercicio de la facultad que le asiste para conceder indultos. Un abogado consultado por la BBC explica con tino el riesgo de este acto presidencial que, además de abusivo, es exento de control legislativo o judicial: “con esta decisión, Biden ahora ha hecho que sea más fácil para Trump abusar del poder de clemencia nuevamente”.

Lo hecho por el hijo del presidente Biden no dista de la conducta que llevó a Al Capone a la cárcel: ambos faltaron a la verdad y defraudaron la confianza de la ciudadanía, causándole perjuicio al disminuir el recaudo fiscal. Consultamos con atención un artículo de Jeffrey Toobin para The New York Times –retransmitido en la edición dominical de El Espectador– y tras leerlo confirmamos que, a una buena cantidad de gringos, con independencia de su afiliación partidista, no les cayó en gracia la determinación de Biden respecto de su hijo.

Esta vergüenza se suma a otra muy reciente que proviene de la otra orilla política: la elección como presidente de un ciudadano condenado por la comisión probada de delitos y su consecuente pretensión –aparentemente con probabilidad de éxito– para que cesen todas las investigaciones y actuaciones judiciales en su contra, prevalido de un muy cuestionado fallo de la Corte Suprema que extendió los efectos de la inmunidad presidencial y cuyo efecto material, según expertos, “puso a los presidentes por encima de la ley”. Dicen que los imperios están llamados a detentar su poder por doscientos años y, a juzgar por los acontecimientos recientes, parece que a Estados Unidos le está llegando la fecha de vencimiento, o se encuentra al umbral de esta, quizá a la espera de que Hunter sea el candidato demócrata en las próximas elecciones.

Lo cierto es que las cosas no están nada fáciles para el autodenominado país “líder del mundo libre”. En Medio Oriente, su región predilecta, además de la guerra en Israel, Gaza y Líbano ocurrió un hecho inesperado, la caída del dictador Bashar al-Assad en Siria, que puso a todos los poderes regionales y globales a correr. La heterogeneidad de las fuerzas rebeldes, que congregan desde jóvenes universitarios hasta avezados yihadistas, preocupa al mundo pues, si la memoria no nos falla, fue en Siria donde se gestó y consolidó el Estado Islámico, organización de tal entidad y alcance que para luchar en su contra se requirió la alianza de Estados Unidos y Rusia (entre otros países).

Al tiempo que escribimos esta columna se consolidan dos zonas volátiles para las nuevas autoridades sirias: el nororiente del país, controlado por los kurdos, en donde han ocurrido enfrentamientos entre las milicias y la población civil, sumado al riesgo constante de la presencia limítrofe turca, y el suroccidente, que registra incursiones militares israelíes a escasos quince kilómetros de la capital Damasco. Mientras tanto, los turcos están de plácemes –los conocedores coinciden en que su ayuda fue determinante para el éxito de los rebeldes– pues desplazaron a los iraníes y ampliaron su área de influencia en la región, hecho que tiene bastante contrariados a los líderes persas y rusos, quienes viajaron a Doha para negociar una transición entre al-Assad y la oposición, sin imaginar que a la mañana siguiente ya no había con quién negociar ni qué transar.

Adenda: como bien lo advierte El Espectador en el editorial del pasado domingo, la reforma que aprobaron para darle más plata del presupuesto nacional a las regiones bien puede llevarnos “a la quiebra” si no se tramita con celeridad una ley de competencias que sea exigente, que imponga controles serios a la ejecución de las entidades territoriales y que les confiera a estas responsabilidades equitativas, pues la cantidad de recursos que ahora recibirán no puede volverse un regalo ni excusa para dilapidar como acostumbran hacerlo con la plata de las regalías.

Hasta la próxima semana.

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