Por: Daniel Rojas Medellín
Esta semana se hizo noticia el anuncio del Banco de la República de reducir la tasa de interés de política monetaria por quinta vez en lo corrido del 2020 y situarla en 2,25pp, la más baja de los últimos 29 años. Juan Jose Echavarría, gerente del emisor, manifestó que la medida de estímulo a la política monetaria tiene como propósito impulsar la economía.
Las consecuencias visibles del manejo que las autoridades económicas han hecho de la crisis han despertado en mi, el aliciente para introducirme en la discusión de la gobernanza de la política monetaria, que por su condición de política, desvela intereses y poderes, por lo tanto admite diversas acepciones sobre lo que se puede entender como “impulsar la economía”.
Este se me convirtió en un espacio para desahogar mi fijación por estos días, con el poder banquero, la creación de dinero, el rol de la banca comercial y la consecuente reducción de la oferta monetaria que ejerce cuando pone barreras al crédito provocando resultados contractivos y brotes deflacionarios que sólo los beneficia a ellos, los banqueros.
Escuchando al Dr Echavarría, pienso precisamente en las consideraciones políticas que gobiernan al Banco Central, pues, aunque existe pleno consenso en considerar como una política expansiva la reducción en la tasa, existe suficiente evidencia que la expansión monetaria no se está transmitiendo a la economía de los hogares, en la que se exhibe desempleo, pobreza, desaliento de la inversión y del consumo. Consecuencias contractivas.
Si bien es cierto que los bancos centrales no crean riqueza, si tienen un rol importante en la redistribución de la misma, un rol político, pues tienen el poder de evitar la quiebra de un banco otorgándole la liquidez necesaria para evitar su quiebra pero normativamente se le ha suprimido el poder para hacer que la inyección del dinero que pone en la economía provoque que las empresas inviertan y los hogares consuman para retornar a la senda del crecimiento.
Parte del poder de la política le fue entregado a los bancos comerciales para decidir en beneficios de sus intereses, los momentos de crisis que fueron agudizadas por el mal manejo de las políticas económicas tienen en común la adopción de decisiones absolutamente conservadoras. Tirios y troyanos coinciden en afirmar que en el 29, la Reserva Federal falló al no inyectar la liquidez que la economía necesitaba, algunos desde una perspectiva keynesiana, otros como Milton Friedman sugieren que dicha liquidez ha debido usarse para salvar a los bancos de las quiebras simultáneas. Siempre vienen al caso las significancias como los deshonrosos desembolsos de la Reserva Federal rescatando a banqueros corruptos con el dinero de los contribuyentes en 2008.
Lo cierto es, que desde que la visión política de Friedman se impuso mediante sangre y fuego un 11 de Septiembre en Chile derrocando a un gobierno democrático y avanzó hasta instalarse en todo el mundo, se ha aceptado como función principal y casi única de los bancos centrales la de garantizar estabilidad al sistema financiero, lo que implica que en caso de una crisis adopte el rol de prestador de última instancia, consistente en crear la liquidez que sea necesaria para evitar exclusivamente el colapso del sector financiero.
Bajo ese paradigma, la reducción de la tasa de interés para poner recursos en los bancos a precios bajos, no ha contribuido a evitar la depresión y la deflación, el país fue despojado de una regulación que obligue al sistema financiero a redistribuir la riqueza en comunión con una gestión fiscal adecuada, las tasas comerciales y de usura siguen siendo demasiado altas y el clima económico se torna opaco. A esa indebida cesión de poder se le llama tecnocracia y se camufla en la supuesta independencia del Banco de la República.
Los impulsores de esa ideología han hecho de la política monetaria la más antidemocrática de las políticas, pues, no resulta muy democrático que un banco central denote independencia respecto a los gobiernos y representantes del poder público elegidos por los contribuyentes; al clamor de pánico que revelan los contribuyentes y por el contrario, exhiba una dependencia tan conveniente con el capital financiero. No es casualidad que el país no tenga memoria reciente de algún dirigente de una central obrera o algún representante de la economía campesina que haya integrado la junta directiva del Banco de la República.
En días como estos viene a la memoria la famosa metáfora de Keynes respecto a la expansión monetaria como método para “impulsar la economía”, inyectarle liquidez a los bancos desentendiéndose de las políticas sociales, del gasto público y la gestión fiscal es como querer engordar comprándose un cinturón más largo, como dijera Piketty que es un monstruo: No es una cuestión de imposibilidad técnica se trata de un problema de gobernanza democrática, en una crisis, un Estado debe contar con su banco.