El ser humano es incomprensible: quiere tener buenos gobernantes; sin embargo, no escoge a los mejores sino al que mejor le mienta.
Los autores de esta columna hemos tomado la determinación de confesar nuestros pecados y pedir absolución por estos, razón por la cual requerimos de un sacerdote que sea ejemplo de honradez, imparcialidad, sentido de la humildad y preferiblemente apolítico. Unos buenos amigos nos recomendaron esperar un poco hasta que el señor Alejandro Ordóñez reciba las órdenes de sacerdocio y con él quedaríamos bien confesados y mejor castigados. No queremos imaginar cómo serán los actos de contrición que dispondrá monseñor Ordóñez y mucho menos la penitencia. ¿Imaginan ustedes al señor Ordóñez recibiendo la confesión de un petrista? A nadie sorprendería que le conminara a renunciar a su militancia y, de no obedecer, proceder con la excomunión. Dicen sus amigos que si de cura resulta como fue de procurador, ahí no tendrá el perdón de Dios. Y en lo que atañe a nosotros, tampoco perdonaremos a nuestros amigos por tan ominosa recomendación.
En días de elecciones aquí y acullá, conviene recordar las experiencias recientes de la oposición venezolana: hace tan solo unos años designaron y sostuvieron a un presidente imaginario, quien se hizo recibir con honores y salió sin despedida ni pensión vitalicia. Cuando el señor Guaidó vino a Colombia, en las épocas de Duque, aviones de la Fuerza Aérea le dieron la bienvenida y lo transportaron por el país con cargo al presupuesto nacional. Ahora vuelve al ruedo María Corina Machado, conocida –según nos ilustraron algunos conocedores en política colombiana y venezolana– como una Cabal venezolana: fanática, intransigente, ultrareligiosa y zafia. Lo anterior no es en modo alguno un respaldo al gobierno actual, sino una observación respecto de quien se propone como el futuro del vecino país.
De vuelta en nuestra ciudad, las autoridades de tránsito parecen no hallar límite en su arbitrariedad. En días recientes una agente de tránsito detuvo e inmovilizó dos motocicletas en distintos sectores de la ciudad aduciendo un cambio de color por encontrarse calcomanías en el plástico de las motos. El comportamiento de la policía adscrita a la dependencia de tránsito, de nombre Jennifer Zulay Sánchez Caicedo, provoca en quienes hemos visto su proceder una confusión entre sentimientos de ira, vergüenza y pesar. La señora Jennifer deshonra su uniforme y avergüenza a la institución de la que dice estar orgullosa. Confiamos en que el director de la Policía Nacional, hombre sensato y correcto, desplegará el procedimiento correspondiente para no dejar en la impunidad este exceso en el ejercicio de la autoridad y restablecerá los derechos de los propietarios afectados por el proceder indecente e ilegal de la agente Sánchez Caicedo, quienes –estamos seguros– son más de los dos que se conocieron por la prensa. No se puede confiar la autoridad policial en un individuo así, por favor, esta ciudad ya es suficientemente hostil y difícil de habitar como para que ahora los ciudadanos tengan que defenderse de las sanciones previstas en la ley y de aquellas que solo conocen quienes se las inventan abusando de su autoridad.
Y ya que hablamos de movilidad, esperamos que el nuevo alcalde retire del cargo de secretaria de Movilidad a la siniestra y arbitraria funcionaria que actualmente lo ocupa, cuyo nombre olvidamos y no nos interesa recordar, quien ha causado una verdadera crisis en la autoridad de tránsito, promoviendo por acción y omisión la vulneración de derechos de quienes impugnan comparendos y se ven abocados a resistir toda suerte de arbitrariedades, como hemos relatado en esta columna. Señor alcalde electo, ningún favor le hace a la convivencia que la administración distrital viole derechos y garantías procesales a sus ciudadanos, por el contrario, expone a la ciudad a un serio daño antijurídico y sienta el peor ejemplo posible, pues, ¿cómo puede exigírsele al ciudadano que se comporte conforme a derecho cuando el Estado no le ofrece este trato?
Vimos algunos comentaristas molestos y otros sorprendidos con los resultados de la visita del presidente Petro a China y es que no es para menos: contrario a lo que se decía en la antesala del viaje, los presidentes de ambos países sí hablaron de infraestructura ferroviaria, conforme a reportes de prensa. Los chinos ofrecen una experiencia sin parangón y tecnología inmejorable, entre esta, una tuneladora enorme que –dicen los entendidos– es la más grande que existe y que podría operar en Colombia. Nosotros no perdemos la esperanza de que la ciudadanía reflexione, se informe y confirme lo obvio: el metro será una obra que dejará huella y hará historia en Bogotá, pero si esta será grata o infausta dependerá de por dónde vaya. Tristes quedaron quienes auguraban un desaire del gobierno chino durante la visita del jefe de Estado colombiano y aún más tristes los dueños de las poderosas empresas de buses quienes ven con temor la llegada de la competencia en rieles, aquella que desmantelaron con éxito apenas hace unas décadas.
Para cerrar, seguimos hablando de transporte: otra vez los taxistas imponen su voluntad creyéndose dueños de las vías y de la clientela. Ellos quieren poner las reglas y que el Estado ni rechiste, se piensan como una fuerza paraestatal. Estos comportamientos no pueden ser admitidos ni validados por el gobierno nacional, sea este de izquierdas o de derechas. La oposición a los reclamos infundados y a la bula inmerecida que pretenden los taxistas es una causa común entre los colombianos: presidente, póngales coto. No más complacencia con actos de fuerza, la única alternativa es la regulación y la libre concurrencia al mercado del transporte público individual, porque así lo ordena la sensatez y lo piden los consumidores.
Adenda: un declive moral exacerbado se percibe en la costa caribe, con compra de votos y constreñimiento por doquier. El culmen de esta degradación tuvo como personajes a miembros de una misma familia: ante el reclamo de un joven por la comisión de delitos electorales por parte de sus familiares, dos hombres adultos –que parecen ser su padre y su tío– arremetieron a golpes contra él, impidiendo de hecho que el muchacho denunciara lo que estaban haciendo. Poco por decir, nada que hacer: si los electores consienten este tipo de conductas, no hay “cambio” posible.