Por Gustavo Petro
Hace unos días, en este mismo espacio, di algunas estadísticas de la pandemia en Bogotá suministradas por la misma Secretaria de Salud de la ciudad que fueron calificadas como mentirosas por Claudia López. Ignoro si la alcaldesa sabía que las cifras que suministraba eran de su propia administración, pero no vaciló en señalarlas de mentira, y terminó así su entrevista con una conclusión, esa sí, mentirosa, lo cual me puso a pensar en el papel que cumple la mentira en la política.
No he querido basar mi lucha política de casi toda mi vida en la mentira, y menos ahora. La mentira no es más que una sinrazón y creo con firmeza que si se quiere ser progresista, la política tiene que tener una base racional, una razón fundamentada.
El insuceso que se centraba alrededor de las cifras, cada vez peores de la pandemia, sirve para extraer enseñanzas, las enseñanzas que nos deja la vivencia de una pandemia altamente mortal.
La experiencia mundial sobre el virus, demuestra que los países que hacen suficiente número de pruebas logran encapsular la enfermedad a tiempo y controlarla.
En Colombia esta lección la convirtieron en una simple pregunta periodística sobre cuantas pruebas se podían comprar y cuantos laboratorios contratados por las EPS se podían tener. Nunca nos mostraron que detrás de esas cosas, llámense Uci, respiradores, pruebas, laboratorios, siempre hay personas, seres humanos capaces de mover las máquinas y hacer las pruebas. Nunca mostraron que esa enorme cantidad de seres humanos para hacer millones de pruebas en todo el país tenía que ver con qué tipo de sistema de salud tenemos.
Colombia es el país 108 del mundo en hacer pruebas por millón de habitantes. Eso nos hace ciegos ante la enfermedad, nos vuelve impotentes para controlarla. La enfermedad prácticamente tiene su desarrollo biológico sin contención social, sin intervención humana que la descubra y la controle.
Como consecuencia de lo anterior, hace unos días nos convertimos en el primer país del mundo en muertes diarias por millón de habitantes. Estos datos revelan el verdadero fracaso de un gobierno y de una sociedad: Estamos de primeras en la muerte y casi de últimas en las pruebas.
Si quisiéramos hacer las pruebas que se necesitan, que implicaría quitarle a las EPS su control sobre esos procesos, tendríamos que tener 25.000 personas con capacidad de tomar las muestras en todo el país pagas por el Estado. Un ejército de la salud y de la vida, recorriendo cada calle, barrio y vereda, y no como sucede hoy, un sistema de salud esperando a que alguien sienta síntomas y llame una EPS para esperar una prueba durante días mientras se contagia su entorno. Con una fuerza vital así, una fuerza humana de la salud, podríamos con rapidez encapsular la enfermedad y empezar a controlarla.
En Bogotá tuvimos una fuerza vital así. Desde Lucho Garzón, empezaron a desarrollarse unos equipos médicos, profesionales, pagos por el distrito, que iban casa a casa auscultando la salud del hogar. En Bogotá Humana multiplicamos el programa hasta alcanzar mil equipos, seis mil profesionales, la mayoría mujeres, ubicados por micro territorios, de a 800 familias por equipo, en donde se podía conocer la salud de cada familia en el terreno mismo, con conexión en línea que podía sistematizar las consultas en un inmenso volumen de datos de la salud de la ciudad. La mayor base de datos de la salud de los habitantes de Bogotá en toda su historia.
Llegamos a realizar siete millones de consultas en el año 2015, y para 2016 Peñalosa las redujo a 350.000 y acabó finalmente el programa. La alcaldesa actual, a pesar de nuestra solicitud expresa, no lo reconstituyó.
La prensa nunca hizo un registro noticioso del programa “Territorios saludables” como lo llamamos y por eso la sociedad nunca supo de su magnitud, ni de sus resultados que fueron ocultados en rotativas y espacios televisivos. Los principales indicadores de morbilidad y enfermedad habían disminuido en la capital a niveles históricos. Es decir, la vida, había crecido en la ciudad. El mejor indicador de todos fue la reducción de la mortalidad infantil de menores de un año a un digito por cada mil nacidos vivos, un indicador similar al de los países desarrollados y luego, la caída sustancial de la mortalidad prenatal, alcanzar la meta del milenio en reducir la mortalidad materna.
Esta ignorancia social sobre el programa hizo que Bogotá permitiese su extinción. Cerca de 6.000 profesionales de la salud fueron despedidos sin recibir ni las gracias e incluso, este ejército de la salud fue tildado por políticos de derecha como nómina paralela. Fue tan eficiente la propagación de la mentira que, finalmente, suspendieron su labor.
Hoy, se puede decir sin mayor equivocación, que si esa fuerza de médicos y médicas siguiera activa este año, el coronavirus en Bogotá, y por tanto en Colombia, no se hubiera expandido de la manera feroz que estamos observando ahora. Esa fuerza era la indicada para hacer las muestras en el territorio, en la magnitud necesaria. Esa era la fuerza que, en línea, hubiera podido encapsular la enfermedad, tal como se hizo en China, en Europa, en Cuba y Costa Rica.
¿Por qué acabaron el programa “Territorios Saludables”? ¿Por qué no se siguió el consejo practico de que prevenir es mejor que curar? Su interrupción abrupta no fue solo porque el programa tenía la marca de la Colombia Humana, que los dueños de los medios dominantes se desesperan por ocultar y borrar de la historia.
En el fondo suspendieron el programa porque al prevenir la enfermedad no se desarrolla su mercado. Cada enfermedad trae un mercado y por tanto las ganancias, aparejadas, dependen de la cantidad de enfermos. Si el sistema de salud es mercantil, se tiene que basar en la enfermedad. Si el enfoque del sistema es humano y social se basa en la prevención. La prevención detiene la enfermedad, empequeñece el mercado y, por tanto, la oportunidad del negocio. Mercado y negocios en salud van en contravía a la prevención.
En el sistema mercantil de salud, y la ley 100 crea uno para Colombia, el paciente es solo un cliente y una oportunidad de negocio. Pero si el sistema es preventivo, ese cliente se convierte en un paciente, en un humano, sujeto de derechos, una persona, portadora de su derecho a la vida.
El modelo preventivo de Bogotá les servía a los pacientes pero no a la ley 100, ni al establecimiento que convirtió la salud en un negocio y por eso Morales, el secretario de salud de Peñalosa, lo acabó de un plumazo. Hoy, sin lugar a equívocos, hubiera salvado la vida de miles de Bogotano(a)s y colombiano(a)s.
Por estas razones de vida o muerte es que el voto es tan importante. Indudablemente con el voto recientemente los bogotanos debilitaron no solo su sistema de salud, sino su educación, su metro poderoso, su oportunidad de una mejor calidad de vida. En Colombia ha sido peor: con el voto se detuvo la paz, se escogió al verdugo, al quebrador de empresas, al genocida.
El voto no puede ser guiado por la campaña de marketing de los candidatos, sino por el interés genuino del elector. El marketing, la técnica del mercadeo electoral, las encuestas mentirosas y la compra del voto, representan siempre un engaño al elector. Una mentira hecha política.
Se puede pensar en política como el engaño y la mentira, de hecho, la mentira es indispensable si se defienden intereses poderosos y minoritarios contrarios a la vida de toda la sociedad. Sin mentira un proyecto así jamás contaría con apoyo social; pero si se piensa en intereses fundamentales de la sociedad entonces se piensa en un programa y no en la mentira.
Colombia Humana ha tratado de explicar su programa democrático y progresista a lo largo y ancho del país. Lo hemos hecho con toda sinceridad. En ese programa, por ejemplo, la salud es un eje fundamental, indudablemente y a partir de nuestra experiencia, el eje de un fuerte sistema de salud pública preventiva y ligada al hogar es vital. Vital significa que, de no hacerse, la sociedad colombiana seguirá inmersa en el rentable negocio de la enfermedad, sumergida en los vientos de las muertes que son evitables.
Hoy se pueden ver, con mucha más claridad y vigencia, la necesidad y casi que la urgencia de implementar ese programa que la Colombia Humana defendido en 2018: La salud preventiva, la extensión de la cobertura de la educación superior pública y gratuita a toda la juventud que quiera acceder a ella, como primer pilar de la sociedad de conocimiento y sin la cual no hay industria y producción en el siglo XXI, el cambio de matriz energética a energías totalmente limpias, la electrificación del transporte, la liberación de la economía colombiana del carbón y el petróleo y su tránsito a una economía productiva con ejes en la agricultura y la industria, la fibra óptica para el conjunto de la población, el empoderamiento de la mujer, la construcción de relaciones laborales justas que permitan hacer crecer los ingresos laborales dentro del ingreso total del país, la tributación productiva, las redes de trabajo libre, asociado y global, etc.
En resumen: La Paz y la Democracia. Propusimos una democratización política y económica del país.
Ahora bien, es en estos temas donde el voto decide, sea para hacerlos, sea para impedirlos.
Aun con la certeza de nuestros programas, no nos cerramos a una discusión programática con otras fuerzas.
De hecho, nuestras propuestas de salud preventiva, aumento sustancial de la cobertura de la educación superior pública y metro poderoso y subterráneo fueron discutidas con la candidata del partido verde a la alcaldía de Bogotá, que ella al final rechazó.
Hay que hacer un nuevo intento, más complejo y nacional. Un acuerdo programático dentro de un Pacto histórico que lleve a Colombia hacia la Paz duradera y la Democracia real.
Para hacer ese pacto no puede haber vetos de entrada, que no sean los que imponga la ética pública.
Humberto de la Calle, en varias de sus columnas, ha propuesto algo similar y le he dicho públicamente que estoy en disposición de aceptar su propuesta.
Hecho un acuerdo programático, se impone una gran lista al Congreso que cambie sustancialmente la institución donde se harían esas leyes. Con un Congreso con altos niveles de corrupción y clientelismo comprador de votos, no se podrían hacer las reformas.
El electorado debe comprender muy bien que, si se quiere un presidente que transforme la situación lamentable que vive el país, éste necesitará de un Congreso capaz de poner a Colombia en otra era. Con corruptos esa tarea es imposible. Hasta ahora la ciudadanía ha actuado de manera bipolar frente a las dos elecciones. Trata de elegir el mejor presidente y elige el peor Congreso. Vota por el politiquero de la región al Congreso y después intenta cambiar el país con el presidente. Por ese camino la sociedad solo condenará al presidente que elige a un golpe de estado o a un asesinato, o a su cooptación par parte de la corrupción de la casta política tradicional del Congreso. Si se quiere cambiar sustancialmente el gobierno hay que cambiar sustancialmente el Congreso.
Sería necesario para este pacto histórico, si el electorado lo elige, un gobierno de coalición, pluralista pero centrado en la ejecución del acuerdo. Creo que, por la magnitud de la tarea, implicaría como hizo Chile, un pacto de varios gobiernos que serían sucesivos, si el electorado los elige.
Creo que la discusión post pandemia debe centrarse en la discusión pública de los programas a concertar de tal manera que el electorado sepa que es lo que en realidad nos y le proponemos: Una nueva época para el país, sacar al país de su ruina económica, social y moral.
Ese programa será defendido por un candidato a la presidencia que surge de la decisión misma de la ciudadanía en consulta popular, entre las varias personas que aspiren. Una candidatura así, será invencible, poderosa por el mandato popular que representa.
Hemos sentido un centro político aun en definición y temeroso. Llega a la idea de cambiar a Uribe, pero no el uribismo. Aun no dimensiona que no se trata solamente de poner un presidente diferente a Duque, que, de hecho, sucederá, sino de cambiar el rumbo de un país.
Ese cambio de rumbo no será el fruto de un discurso retorico e insípido, sino que será fruto, en realidad, de un pacto social. Un pacto social que es un pacto histórico; no simplemente un pacto político de personalidades, como si se tratase de una obra de teatro. Se trata de todo un proceso histórico de una parte sustancial de la sociedad que se encuentra en su propia diversidad. Una sociedad sustancial que se encuentra a sí misma.
Colombia Humana representa una parte de esa sociedad, la excluida, la juvenil, la femenina, la trabajadora, la que se quiere emancipar. Esta parte de la sociedad necesita encontrarse con otras, la de los dueños de medios producción nacionales, la del intelecto, la de las libertades individuales, la de las creencias, la de la clase media hoy empobrecida, para acordar el camino del cambio del país.
Esa diversidad indudablemente tiene sus fuerzas políticas, sus organizaciones sociales y sus personalidades a las que convocamos, no en torno a nosotros, sino en torno a un pacto de cambio. Es hora entonces del encuentro.