Cuando el mundo entero conmemora el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, hoy miles de ellas salen a las calles a exigir por sus derechos, otras miles lo hacen desde su lugar de enunciación que no transgrede el espacio público y no por eso es menos importante. Cada una aporta un granito de arena que a la suma sigue garantizando el avance de los derechos, principalmente de quienes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad.
En este 8 M conviene centrarse en considerar que las luchas son múltiples y diversas y dependen del contexto social en el que se sitúan, de ahí que estas líneas se concentren en las contiendas que enfrentan las mujeres rurales en Colombia, quienes siguen padeciendo condiciones injustas y desiguales en materia laboral, económica, educativa, entre otras.
Sin duda, uno de los sectores que presenta las mayores brechas a nivel de género es la ruralidad, donde las mujeres tienen mayor dificultad para encontrar un empleo estable, dedican buena parte de su tiempo al trabajo del cuidado no remunerado y enfrentan, en mayor medida, la pobreza multidimensional.
Así lo revelan las cifras entregadas por el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, y del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane, en las cuales se evidencia que aún queda mucho camino por avanzar en materia de políticas públicas encaminadas hacia las mujeres rurales.
En materia de desempleo, por ejemplo, el índice hasta la mitad del año 2022 fue mayor para las mujeres rurales que para los hombres, con una brecha de la tasa entre 6,8 y 9,7 puntos porcentuales, según registró el Dane. La misma entidad encontró que las mujeres rurales trabajan diariamente 14 horas y 1 minuto y reciben remuneración de solo el 39,0% del tiempo trabajado (5 horas y 28 minutos), es decir, que el 61,0% del tiempo restante corresponde a trabajo no remunerado (8 horas y 33 minutos). Mientras tanto, los hombres rurales trabajan en promedio 11 horas y 29 minutos diarios y reciben remuneración por el 73,9% del tiempo invertido.
Si el foco es en materia educativa, las cifras de Dane revelan que el 11,2% de las mujeres rurales entre 6 y 21 años que no estudia, no lo hacen porque debe encargarse de los oficios del hogar y el 4,4% por embarazo, solo el 14 % de las mujeres rurales de 18 a 24 años se encuentran en el sistema educativo, de estas 2,9 % alcanzan el nivel de técnica y tecnológica y menos del 2 % el nivel universitario.
Los flagelos son múltiples y aún más notorios para las niñas y adolescentes de entre 10 y 18 años que ya están casadas o en unión libre. Vichada (23,9%), Arauca (18,8%), Guaina (16,0%) y Putumayo (15,0%), son las regiones donde más se presentan estos casos.
Si hablamos de pobreza multidimensional, los hogares con jefatura femenina son los que enfrentan mayores índices de desigualdad, pues para 2021, en las zonas rurales el 33,7% de la población que habita en hogares con jefatura femenina se encontraba en situación de pobreza multidimensional, siendo 3,8 p.p. superior al porcentaje entre la población en hogares rurales con jefatura masculina y 19,3 p.p. mayor al de la población que habita en hogares con jefatura femenina en las zonas urbanas.
Cada una de estas cifras reflejan la importancia de que más que una fecha para celebrar, este 8 M sea una fecha para seguir exigiendo que las mujeres rurales tengan condiciones de vida más dignas y justas, las cuales deben garantizarse desde el Estado y desde la sociedad como aspecto fundamental.