Juan Luis Vega Salazar
En abril de 1964, en pleno apogeo del movimiento de los Derechos Civiles en los Estados Unidos de América, el activista afroamericano Malcolm X, pronunció uno de los discursos más importantes de su época, uno particularmente vigente para nuestra realidad actual colombiana: “El voto o la bala”. Allí habla fundamentalmente del riesgo que comporta para la nación americana el no permitir que la comunidad afrodescendiente se pronuncie sobre su realidad en ese país a través del voto. Firme defensor de los derechos humanos y de la igualdad de todas las razas entendidas desde sus diferencias y particularidades, Malcolm X advierte que el desconocimiento de estos postulados puede desembocar en un tipo de violencia que se legitima por el mismo hecho de reivindicar lo que la historia reclama. La consigna es entonces: igualdad a través de la democracia, o guerra para conseguirla.
La guerra, sin embargo, es algo que los colombianos conocemos bien. Más allá de la burbuja en la que vivimos los habitantes de las grandes ciudades, donde el conflicto (macro) en realidad sólo se ve en televisión, hay una Colombia que ve en los próximos comicios la posibilidad de una plataforma diferente de lo que se ha presentado desde, digámoslo francamente, el inicio de la República. Y es que un eventual gobierno alternativo no es que no se haya presentado hasta ahora en Colombia, sino que, cuando ha tenido la osadía de hacerlo, lo han acabado a través de magnicidios que, aún hoy en día, están en la más rampante impunidad, como en el caso de nuestro protagonista, y el de otros renombrados activistas como Martin Luther King Jr., quienes, aún sin ser impulsores de corrientes de una izquierda muy radical, fueron eliminados por un statu quo que todavía no acepta que está en su ocaso, y cuyo sol ya solamente alumbra con vestigios de rojo sangre.
Y es que en nuestro país el espectro cromático es particularmente ultrasensible, pues personajes del talante de Jorge Eliécer Gaitán, y Luis Carlos Galán Sarmiento, miembros apenas de un pálido rojo liberal en contraposición con líderes de raigambre rojo profundo (socialistas o comunistas, a quienes casi que exterminaron del todo), también fueron despachados de la contienda electoral a través de prácticas de muerte, con lo cual queda bien claro por qué razón la violencia no tiene cuando acabar en Colombia mientras el establecimiento no se allane a reconocer a la democracia como la única posibilidad legítima de ostentación del poder.
El asunto se traduce así, desde un punto de vista histórico, que en Colombia no se puede cambiar nada por las buenas, y al parecer tampoco por las malas, pues la insurgencia en realidad nunca estuvo siquiera lejos de hacerse con el poder. Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Estamos acaso en este país condenados al exclusivo progreso personal (si se tienen las conexiones o la suerte), pero al progreso colectivo, esto es, al progreso como colectividad (como nación) tenemos que renunciar so pena de ser eliminados?
Volviendo a Malcolm X, en su discurso comienza por reconocerse como musulmán, pero acto seguido pasa a hacer claridad que esa es sólo una faceta privada de su vida, y que lo que en realidad debe convocar a la comunidad no son esos aspectos privados (religión, trapo político, etc.), sino los aspectos públicos, los que conciernen a todos. Por analogía, no es hora de estar pensando en Colombia si le debemos lealtad a tal o cual partido, si somos provida, proaborto, pro o contra cualquier otra cosa. En lo que tenemos que poner toda nuestra atención es en revisar si nuestro país, después de casi dos siglos de existencia, es todo aquello que queremos y podemos ser, o si hay que revisar posturas y manejos para transitar por otro rumbo, aunque tal sea, en principio, un tanto incierto.
EL VOTO, dice Malcolm X, detrás del cual van los políticos ofreciendo sus posturas, a las que hay que examinar de manera juiciosa si queremos salir avante como nación. Miremos un cuarto de siglo atrás: ¿Queremos repetir lo acaecido en las elecciones del General Rojas Pinilla? ¿Merecemos otro ciclo de violencia por cuenta de la reacción obvia que un evento similar traería? ¿Acaso nos parecen muy loables los mandatos de las estructuras políticas que fueron sucesoras de ese episodio (Misael, Alfonso, Julio, Belisario, Virgilio, César, Ernesto, Andrés, Álvaro (dos veces), Juan Manuel (dos veces) y, por último, la cereza del pastel, Iván)?
O LA BALA, pues los afroamericanos de ese momento de la historia estaban dispuestos a recurrir a la violencia (de ser necesario) para hacer valer de una vez por todas sus derechos, y no solo el peso de sus obligaciones, sin mencionar los 400 años de esclavitud a la que habían sido sometidos. ¿Les suena parecido a lo acontecido con el paro en 2021 en Colombia? La guerra, queridos lectores, ya no se verá más por la televisión en los noticieros del mediodía, ahora se verá en vivo y en directo a través de las ventanas de nuestras casas y apartamentos. Sí, en las esquinas, en la tienda del barrio, por la avenida principal de nuestra ciudad de residencia. La revuelta otra vez nos tocará los bolsillos (que en realidad es lo de menos), nuestra integridad física y hasta la vida, de cogernos la mala hora.
Amigos, es mejor que le apostemos a la democracia, de lo contrario, como dijo Malcolm X, “es hora de dejar de cantar, y empezar a boliar”.